jueves, 15 de diciembre de 2011

"Coincidencias: ¿Azar o Sincronía?" (3ª. parte) ("Todo influye en todo")




¿Reconocerías un milagro si te encontraras ante él?

Es de sobra conocida aquella frase popular que reza: “Si no lo veo, no lo creo.” Pero puestos ya a rescatar refranes y proverbios, no habríamos de olvidarnos, para el caso, de aquel otro que dice que “no hay más ciego que quien no quiere ver.” Y es que está bien claro que nuestra atención realiza una labor de selección con los estímulos que nos llegan. Nuestra mente cuenta con un filtro selectivo para que los datos de la realidad sean procesados y para que tan sólo algunos lleguen a nuestra conciencia. Con lo cual, no sólo hacemos la vista gorda con todo aquello que no nos interesa... sino que padecemos un auténtico punto ciego ante cualquier información para la que no estemos preparados... Ya sea biológica o psicológicamente.



         Así pues, el “si no lo veo, no lo creo”, podría, también llegar a enunciarse de forma invertida. Es decir: intercambiando el orden de las preposiciones, con lo cual la aseveración quedaría reformulada de esta nueva manera: “Si no lo creo... no lo llegaré a ver... nunca.”
Con esto, no estoy proponiendo, para nada, la conveniencia de recuperar la actitud mental del “creyente”, en el sentido usual del término. Pues, en realidad, el “creyente” típico sería, mas bien, aquél que se refugia en prejuicios adquiridos. O sea: quién intenta consolarse manteniendo unas representaciones de la realidad que no entiende, y a las que se aferra fanáticamente.




Ese es el clarísimo caso de cualquier fundamentalista y de las religiones ortodoxas. Tanto el uno como las otras, dejan bien en evidencia que no buscan la verdad... sino, tan sólo, el tener la razón. Para ello, renuncian incluso al uso de la lógica formal, característica típica del pensamiento adulto, para deambular sin pudor por las estructuras míticas de la lógica concreta, del pensamiento infantil y de la “magia” primaria y narcisista. Con todo ello, se instalan en el autoritarismo e incluso pueden utilizar, llegado el momento, el uso de la violencia.

Una vez que hemos dejado atrás la “creencia”, a lo que le tocaría ir emergiendo... habría de ser... a la fe. Pero para no entretenernos, por el momento, en más conceptos difíciles y definiciones teóricas, expondré, simplemente, que de lo que se trataría sería de conseguir mantener una mente abierta. Una disposición a permitir... que se manifieste cualquier cosa. De tal manera, se permite la posibilidad de que llegue a manifestarse el misterio...




Recuerdo que era típico, en los comentarios del humorista televisivo Andreu Buenafuente, el que acabara concluyendo que lo lógico, lo evidente, de tal o cual cosa habría de ser... que ocurriera de tal manera... que fuera así... (y entonces apostillaba siempre el comentario con la coletilla dubitativa…) “¡...o no!” Con este “¡...o no!” se da la entrada a la duda inteligente, se está contemplando y aceptando la incertidumbre.


Es en esta apertura de la mente donde se está gestando el principio de la sabiduría: el reconocer, con humildad, que en realidad no sabemos nada... Es de esta sincera conciencia de ignorancia... desde donde vamos abriendo nuestra asombrada mirada al mundo... a la Vida.



¿Como podemos, entonces,  negar que el mundo sea un pañuelo... donde suceden cosas extrañas? No hace falta esforzarse demasiado para encontrarnos de cara con las coincidencias sorprendentes que nos brinda la vida, con las sincronicidades que el Universo proporciona.


La simple contemplación de la Naturaleza nos regala ejemplos por doquier: Mirar el cielo, en verano, nos permite disfrutar de la contemplación de bandadas numerosas de pájaros que vuelan en formación, moviéndose con una sincronicidad milagrosa.




Lo mismo ocurre en el mar... con los movimientos migratorios de los cardúmenes... inmensos bancos de pececillos que nadan en absoluta comunión, totalmente conectados entre sí, como si la congregación múltiple de peces fuera, en realidad, un único individuo.
Desplazándose con movimientos pulsátiles, el gran banco se comporta de forma unitaria, como si de una enorme ballena se tratara...

Nuestro propio cuerpo, sin ir más lejos, se expresa continuamente con una sincronización maravillosa, donde cada célula parece acceder a la información del resto de células, para producir millones de reacciones orquestadas, en cada segundo, a fin de mantener la homeostasis... el equilibrio de la vida.


El tema  de las coincidencias sincronizadas, de las conexiones significativas entre todos los sucesos, es una idea que siempre ha sido tenida en cuenta. Schiller había escrito: No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas.”
También, en la filosofía mística advaita, los conceptos centrales de karma y sámsara interconecta todos los eventos humanos...


De hecho, al fin de cuentas, nada deja de ser una “coincidencia” . Todo son “coincidencias”, pues con la adecuada reflexión podemos ver que cualquier evento se produce como resultado de innumerables condiciones del universo. ¡Nada es independiente! Lo mismo que ocurre con la geografía física: si miramos, por ejemplo, las diferentes islas que componen un archipiélago, a nuestra vista se nos muestran separadas y distantes, sin embargo todas ellas se buscan y se juntan bajo la superficie del mar. ¡Incluso todos los continentes del planeta son uno solo bajo las aguas! Es más que probable, pues, que sea, solamente, la superficialidad de nuestra mirada, la que nos haga vernos separados e independientes... los unos de los otros.


“Todo influye en todo”, había escrito Heráclito hace veinticinco siglos, pero en la Jonia presocrática nadie le comprendía. Actualmente, los físicos modernos le están dando plenamente la razón. Pues, en efecto, las revolucionarias propuestas de la Física Cuántica nos están presentando, desde hace unos años, un modelo holográfico del Universo. Para resumir, podríamos decir que nuestro universo sería como un inmenso holograma, donde todo estaría absolutamente interconectado. Parece ser que cada punto tiene que ver con el resto de puntos, y lo que le sucede a uno repercute, de alguna manera, a la totalidad del resto de puntos. Así pues, en un universo donde todo influye en todo, en un mundo de propiedades holográficas, cualquier suceso, aunque lo podamos considerar aislado o independiente, en realidad no lo es, sino que es el resultado de la combinación de todos los sucesos del Universo.


Abrirnos a la sincronicidad nos ofrece muchas posibilidades. Alejándonos de hipotéticas manipulaciones “mágicas”, que tanto suelen atraer a un público popular, lo que más resaltaría sería el hecho de que estimular la atención contemplativa y el interés genuino  por la “Sincronicidad”, fomenta una actitud reverencial ante la Vida y ante el mundo. Precisamente, la auténtica apertura a las sincronicidades, nos va distanciando del interés egóico por la obtención de beneficios propios, mientras que nos va sensibilizando al Asombro…





En las pistas que nos van dejando las coincidencias, lo que encontramos, entonces, son verdaderas oportunidades de aprendizaje, de crecimiento psicológico… y de evolución de la conciencia.

Admitir la idea de sincronicidad dota de sentido a nuestras vidas. Abrirnos a la idea de que todos estamos conectados nos promueve a asumir mejor nuestras responsabilidades, nos invita a estar más despiertos y a vivir en el mundo con la motivación y el asombro que incitan  aquella célebre frase de Teilhard de Chardin: “Somos los protagonistas de nuestras propias vidas… pero, además, somos los extras de un drama superior.”



1 comentario:

  1. Interesante post del que destacaría la llamada a estar atentos. Efectivamente, para "ver" las sincronias requiere que estemos atentos cuando ocurren. Si estamos muy autocentrados o arrastrados por las circunstancias, probablemente no conseguiremos hacer la asociacion necesaria con lo que puede que no podamos evitar una concatenación de mala suerte o que no nos subamos a la ola de éxito que nos ofrecia otra sincronicidad que pasaba por ahí. Ah¡ que fácil es parlotear y que dificil estar atento, presente.

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