lunes, 17 de junio de 2013

“La Fuerza de Voluntad” (4ª. Parte) (“El Yo cristalizado”).








    A aquellos que me hayan seguido en los tres artículos anteriores, dedicados a la Fuerza de Voluntad, probablemente a estas alturas les resulte ya familiar y hasta factible el cuestionarse la realidad (o irrealidad) de nuestra presupuesta conciencia, y nuestra presupuesta libertad, para ejercer una genuina fuerza de voluntad.

            La primera condición indiscutible que ha de cumplirse para que pueda manifestarse una voluntad es que exista alguien que la ejerza. Es decir: un centro director, un Yo libre, consciente e incondicionado que pueda expresarla. Dicho en otras palabras: el autor responsable de dicha voluntad. Pero no suele ser este nuestro caso, ni de lejos, pues de ordinario, lo que consideramos nuestro Yo, en realidad está fragmentado en múltiples “yoes de turno”. “Yoes” para cada ocasión, que se suelen liberar o activar de forma automática, provocados por los estímulos de la situación, ante los cuales suelen saltar como un resorte, dominando nuestra conducta.




            Y lo peor resulta ser que caemos fascinados ante esta actuación, la cual creemos  que es fruto de “nuestra voluntad”.

            Así pues, nos identificamos sin darnos cuenta con las reacciones de nuestra “máquina biológica”, ya sean acciones físicas, reacciones emocionales o pensamientos. Y con el conjunto de todas ellas vamos construyendo nuestra identidad, sin sospechar ni por asomo de que se trata de una falsa identidad, de un personaje contingente, circunstancial y prácticamente virtual.

            Nuestro apreciado (o, a veces, despreciado y vapuleado) “Yo”, no es tal, sino tan sólo un mosaico poliédrico de esquemas “arquetípicos”, inoculados en nuestra mente, al que también se le suele denominar en múltiples textos como “el Ego”: ciego, sonámbulo, disperso, irresponsable y, como diría Gurdjieff, a merced de “las fuerzas cósmicas”.


            ¡Pero no todo está perdido!

            Nos queda algo que puede ser usado para nuestra salvación, igual que en la mítica Caja de Pandora. Pero aquí no se trata de aludir al romanticismo de la esperanza, sino de trabajar con algo más concreto y practicable: se trata de un punto de voluntad que sí que tenemos a nuestra disposición. ¡Lo único que poseemos! Estoy hablando de la Voluntad de Atención.

            La puesta en marcha de la Atención Consciente es la base de todas las Escuelas de Meditación, desde las escuelas esotéricas de desarrollo espiritual a las propuestas psicológicas modernas sobre la Autorrealización; desde el Zen a la Psicología Transpersonal, de la meditación Budista al Trabajo sobre Sí mismo, de la Guestalt al Mindfulness, de la Conciencia Corporal a la Atención Plena…

            ¡Pon atención consciente en tu vida! Comienza por poner atención a tus gestos corporales. Comienza siempre por el cuerpo. Date cuenta de todos tus movimientos. ¡Trabaja con eso! Fíjate en los automatismos motores, en tus movimientos corporales que sueles hacer de forma automática…  Hagas lo que hagas, estés donde estés… deja siempre un poquito de atención retenida en tu propio cuerpo, deja un poquito de atención dentro de ti… fijándote en tus gestos, en tus posturas, en tus movimientos…. Y no digo que te corrijas, sólo que te observes…


            Poco a poco, este foco de atención centrada, si lo mantienes, se irá concentrando más, irá aumentando su energía y se irá cristalizando. Se irá creando un centro cristalizado del Yo: un Yo cristalizado. Y dentro de él, un día comenzarás a sentir, poco a poco, una presencia. ¡La presencia de tu propia esencia!

            Este es el camino para ganarse el alma.


Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     

 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

lunes, 3 de junio de 2013

La Fuerza de Voluntad (3º. Parte) ("Los yoes de turno")



Lo que se suele conocer por voluntad, en la práctica, generalmente, no es más que el resultado de la sumativa de todos nuestros deseos dispersos e impulsos de todo tipo.

Semejante combinación de sumas y restas de atracciones y repulsiones, de anhelos mayores y motivaciones menores… permite en algunas ocasiones seguir una línea definida  de acción, aunque, por lo general, sólo de forma temporal, cuando no fugaz, pues en la mayoría de los casos, el resultante de semejante ecuación ni siquiera nos posibilita alcanzar esa línea actitudinal, más o menos definida,  debido al conflicto de deseos enfrentados que tiran cada uno por su lado. Todo ello acaba por cerrarnos el acceso a cualquier decisión cristalizada.



Si observamos la procedencia de la palabra “voluntad” veremos que deriva del verbo latino: “volo”, que significa “querer, desear” (en catalán: voler). La voluntad sería una facultad superior del ser humano a través de la cual ejerceríamos un “querer”, una “querencia” intencional hacia algo. Esto es lo que nos diferenciaría del resto del mundo animal: esta separación de lo instintivo, del reflejo automático, para decidir nuestros actos de forma intencional y “voluntaria”, y por lo tanto… libre. Curiosamente, en ruso, voluntad se dice igual que libertad.

Así pues, “voluntad” es aquello que uno quiere de forma libre e intencional. Pero el tema es que, de entrada, el hombre (como diría Gurdjieff), psicológicamente, no es uno sino que se cree uno. Es decir: psicológicamente, el hombre no es uno… sino mil y uno.



La utilización del pronombre personal Yo nos proporciona una “ilusión de unidad” “¿Quién dice esto? Yo. ¿Quién hace eso? Yo. ¿Quién quiere lo otro? Yo.” Siempre “yo”, pero en realidad no siempre es el mismo yo, pues resulta que tenemos muchos “yoes” (“los estados del Yo”, “las partes del Self” “el Ego poliédrico”… las diferentes escuelas hablan de lo mismo utilizando nombres diferentes). La cuestión es que nuestro “Yo”, por lo general, aún no está cristalizado, Nuestro “Yo” es como un puzle de mil piezas, aún sin ensamblar, todas desparramadas sobre la mesa… Y para colmo, cada una se inviste con “cierta vida propia”, con cierta “energía” que las hiciera saltar e imponerse, temporalmente, cuando son aguijoneadas por los estímulos del exterior, por las diferentes situaciones que aparecen en nuestra vida.



Ante cada situación concreta, salta a escena una de estas “piezas” o “partes de mí”… pero no se trata de mí, en forma integral. Es decir: no soy “Yo” realmente, en el sentido voluntario y libre, sino que tan sólo es un “Yo de turno”, una especie de “Arquetipo”. Arquetipos que tenemos  archivados en nuestra mente, como si fueran unos programas informáticos que se abrieran de repente (el estímulo ambiental representaría al mouse clicando sobre el icono). Al abrirse el “programa”, este nos activa, de forma automática, una forma de reaccionar. Así es como salen “El Yo Enfadado”, el “Yo Asustado”, el “Yo Triste”, el “Yo Orgulloso”, el “Yo Enteradillo”, el “Yo Qué Sabía”, el “Yo Pobre de Mí”, el “Yo Nadie me Entiende”, el “Yo a Mí qué me Importa”, el “Yo Ahora se van a Enterar” o el Yo… mil cosas más…


Cada “Yo de turno” tan sólo es un Yo parcial, un fragmento de la mente, pero que al activarse se cree el auténtico rey, y nos usurpa la “voluntad”. ¡Incluso la identidad! Pues mientras tanto, nuestro ser real permanece “dormido”.


Los yoes de turno se entremezclan continuamente, nos tiranizan y nos secuestran manteniéndonos abducidos. De esta manera, vamos arrastrando una existencia impropia, hueca, poseídos por los yoes de turno, como si de auténticos espíritus o entidades invisibles se trataran, que ocupan, utilizan y dirigen nuestros cuerpos y nuestras mentes. Una existencia que, a decir verdad, resulta ser mucho más propia de sonámbulos y de zombies que de hombres libres, dotados de conciencia y de voluntad.


Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com