jueves, 27 de octubre de 2011

"Y ahora qué hacemos?" (1ª. parte)



            Llevo tres posts consecutivos  hablando del estrés. Durante tres semanas seguidas, vengo machacando,  una y otra vez, sobre el tema de la prisa, considerándola la enfermedad emblemática de la mente moderna. Tratando de comprenderla hemos visto que ha sido una consecuencia inevitable del triunfo de la modernidad.




Hemos de entender que cada nuevo estadio de evolución tiene su propia dialéctica de progreso, o, como se suele decir: su lado malo y su lado bueno. Desde luego, ahora quien quiera puede mirar por un microscopio, o por un telescopio sin temor a que lo quemen en la hoguera. ¡Ya no está la Santa Inquisición para que lo condenen por hereje!

Con la modernidad, se consiguió separar los tres grandes dominios de la humanidad, que hasta entonces habían caminado juntos: la conciencia, la cultura y la técnica. Expresado de una forma muy elemental decimos que Ciencia y Religión se separaron. Dicho así, desde luego,  es una simplificación excesiva, pero tal vez sirva para comenzar a entenderse la gran disociación que existe en la actualidad.
Con esta separación, cada una se ha ido por su lado y, lo peor: se han enfrentado ciegamente entre ellas, saliendo agresivamente vencedora la ciencia tecnológica. Los tremendos avances del empirismo materialista han encandilado al mundo, hasta acabar  entronizado como un tirano absoluto.

No sólo hemos derribado a los dioses, sino que hemos erradicado lo invisible.  Lo exterior ha substituido a lo interior, el cerebro a la mente, el prozac a Platón… y la serotonina...  a la alegría de vivir.





Nos hemos quedado con un universo sin profundidad, un Universo sin Espíritu que nos aboca, irremediablemente, al escepticismo y a la carencia de sentido. 


La Revolución Tecnológica parece controlarlo casi todo y haber resuelto los esfuerzos externos de la cotidianidad. Nos ha seducido con el confort y el consumismo… pero la verdad interna (sinceramente)… es que nos ha dejado un mundo desencantado… donde difícilmente alcanzamos a superar la rutina y el más de lo mismo… donde no conseguimos celebrar con entusiasmo cada nuevo amanecer…
  


Pero cuando nos vamos a un extremo… ¡ya se sabe…! La ley del Péndulo sigue su balanceo incesante… Así son las cosas de la mente: lo que tapas por un lado, sale por el otro… lo que escondes por delante… acaba colándose  por la puerta de atrás… No es de extrañar entonces, que ante tanta prisa y tanta compulsión vertiginosa, acaben produciéndose reacciones antagónicas, como las del Movimiento slow, el elogio a la Lentitud… y cosas por el estilo. Tal vez el extremo de esta tendencia lo lleguen a representar los usuarios del Couch patatoes club, los cuales  proclaman la inactividad... Bueno, digamos que la única acción que desean realizar esta gente es la de pulsar el botón del mando a distancia de sus televisores, mientras degluten, continuamente, snacks variados...en sus cómodas butacas desfondadas. 
Como nos cantaban Celtas Cortos, a principio de los 90, aunque el mundo se esté yendo a carajo... " Tranquilo, no te pongas nervioso, tranquilo... Tranquilo, majete en tu sillón..."


                          (Continuará en el próximo post) 

jueves, 20 de octubre de 2011

"EL ESTRÉS" (Tercera parte)



                Comencé el primer artículo de esta trilogía describiendo el estrés y sus consecuencias. Expuse como factor desencadenante la sobreestimulación  ambiental en que nos encontramos inmersos así como  las demandas exigentes y continuas, todo ello tan característico de  la vida moderna, asociada siempre a la prisa.
                Continué, en el segundo artículo, remarcando el hecho de que estos factores aludidos, aunque imprescindibles, no son suficientes para explicar ni la aparición ni el mantenimiento de los síntomas del estrés, sino que, además, hace falta contar con la colaboración de una predisposición interna, en la cual haga diana los susodichos factores desencadenantes ambientales.
                Resumiendo: hice referencia al célebre precepto de Epícteto: “No son las cosas las que afectan a los hombres, sino lo que el hombre piensa sobre ellas.” 



Así pues, atribuí a la actitud interna de la prisa  la principal responsable de nuestra estresante forma de vivir. Una prisa que nos ha ido invadiendo progresivamente, contaminando todos los aspectos de nuestras vidas, aguijoneadas por la contundente conciencia del tiempo que nos ha legado la modernidad.


                Esta ha sido la consecuencia inevitable de una gran disociación: la disociación profunda que se ha ido produciendo, a partir de la Ilustración (como punto histórico de referencia), entre Ciencia y Religión. 


Diferenciar ambos discursos fue algo imprescindible para la evolución del conocimiento y la dignidad humana, pero al desplazarnos  de una forma extremada e impulsiva hacia el otro extremo, ahora hemos de pagar los platos rotos. Si a finales del siglo XIX conseguimos “matar a Dios”, a lo largo del siglo XX hemos estado a punto, a punto… de matar al Hombre.

                Dominados por el empirismo materialista, hemos sido arrojados a un mundo cómodo pero desencantado. Desprovistos de la fascinación de lo invisible, nos hemos quedado con un universo plano, gris, estadístico y vacío de sentido. ¡Ya no hay Misterios de la Existencia, sino tan sólo enigmas científicos!
                Se ha rasgado, sin clemencia, el telón de fondo de la Espiritualidad y ahora hay que correr a toda pastilla, con una voracidad existencial, antes de que esto se acabe. ¡Nos hemos quedado sin tiempo!, pues nosotros, “tan pronto acabe nuestra efímera luz, tendremos que dormir una noche eterna”.

 Algo así les ocurrió a los romanos en la decadencia y caída de su Imperio, y el vitalista “Carpe Diem”, de Horacio, se deformó en una invocación desesperada a la vorágine de los sentidos. Fue entonces Baco quien triunfaba, con su intento de aliviar el dolor de sentirnos mortales, a través del éxtasis volcánico de las Bacanales.


Haciendo un paralelismo, el equivalente actual vendría a ser el estrés que nos inyecta nuestro dios posmoderno: El Consumo compulsivo
Y no es que por ser profano sea menos exigente que los  antiguos dioses míticos: El dios Consumo exige la misma obediencia y pleitesía: consumir con urgencia y sin descanso: da igual que sean vestidos, coches, viajes, masters  o cocaína…



                El dios Consumo se rige por el individualismo, el cinismo y la ironía. Comulga con el “todo vale”, con el “paso de todo” y con el  “total para qué”. “Siglo veinte cambalache, problemático y febril. El que no llora no mama y el que no afana es un gil...”

                Y en nuestro afán por consumir nos olvidamos de consumar. ¡Consumimos todo pero no consumamos nada!” Si nos fijamos, con atención, en esta voracidad insaciable podemos ver  también  un mecanismo de defensa de nuestra mente: a medida que la muerte se nos hace más presente, nos entran más las prisas y nos vamos espantando ante la imparable fugacidad del tiempo. 

Y si el cruel Cronos devora a sus hijos, entonces, tal vez  podamos, también nosotros, intentar devolverle la jugada, desgarrando a dentelladas  pedacitos del tiempo, intentando gozar a bocados frenéticos el momento. 
                Confundimos, pues,  vivir el hoy con vivir para hoy. Temiendo siempre lo que nos pueda estar esperando en la siguiente esquina, uno pretende hacer mucho en este día, pero no termina nada; nos movemos sin parar pero no acabamos de llegar a ninguna parte.

                Con tanta sobreestimulación, acabamos anestesiando la sensibilidad, a base de saturarla. ¡Pero ahí está el truco! Nuestro correteo desenfrenado de aquí para allá no deja de ser un mariposeo de flor en flor. En ese ir de bólido…, en ese vivir al límite… estamos confundiendo la intensidad con la velocidad. Con todo ello, en lugar de vivir intensamente lo único que logramos es hacerlo vertiginosamente. De esa manera no podemos darnos cuenta de lo que realmente está pasando.  Es un escape. Es una forma de defendernos, no sea que si nos paramos,  nos ataque, punzante, la pregunta:
“¿Quiénes somos?”… y  “¿Qué es todo esto…? … Y entonces pueda entrarnos el Vértigo de verdad…  La angustia, como diría Sartre, de descubrir que, en realidad, no sabemos el motivo.
               


jueves, 13 de octubre de 2011

"El ESTRES." (2ª. parte) (La avidez de un mundo sin fe)



Acabé el anterior artículo aludiendo a las prisas y a la velocidad que nos impulsa el modelo de la vida moderna.

Hablábamos del estrés, de cómo una reacción del organismo que es natural y correcta, una respuesta sana de adaptación, acaba transformándose  en patológica por sobreestimulación y sobreexigencia de la demanda, al irse  sobreponiendo los ciclos de estrés (“cuenta atrás-resaca”) sin permitirse  periodos de descanso, o reposo, entre un ciclo y otro. Con todo ello, la persona sometida a una inmersión crónica de ciclos de estrés continuos, acaba dominada por emociones de alarma, lo cual traerá como resultado infinidad de desórdenes y dolencias, así como una debilidad tremenda del poder personal.


Pero también es preciso enfatizar que la fuente del estrés no ha de localizarse, sencillamente, en las circunstancias externas, sino, más bien,  en nuestra propia reacción o respuesta a ellas. Y no es que me invente nada nuevo, pues ya  escribía Epícteto, el filósofo estoico,  hace 20 siglos: “No son las cosas las que atormenta a los hombres, sino lo que el hombre piensa sobre las cosas.”

 Si me disculpáis la frivolidad, podría poner el fácil ejemplo, de viva actualidad,  de que el Barça de Guardiola es un sueño hecho realidad  para unos, mientras que está siendo una pesadilla para otros. Puede que muchos hinchas “merengues” estén percibiendo este evento con una subida estresante de adrenalina, mientras que por parte de los “culés”, lo que estarán viendo aumentadas serán sus endorfinas, promotoras del bienestar.


Así pues, para comprender y manejar el estrés es fundamental el tener en cuenta nuestras actitudes. No es tan importante lo que vivimos, sino cómo lo vivimos: cómo nos tomamos las cosas. En definitiva: nuestra posición ante el mundo.






Por todo ello, había remarcado, en la 1ª parte de este artículo, el tema de la “prisa” como actitud vital de la mente moderna. Hacía referencia a que todo lo vivimos con prisa, imponiéndonosla desde la misma infancia. Y acababa, ejemplificándolo, con la cita de una frase de la canción “Sólo se vive una vez”, del grupo Gabinete Caligari. Concretamente, la que dice: “No quiero eternidad, sólo velocidad…”  Fíjense bien, que  por aquí parece venir el tema. Un tema absolutamente ligado al triunfo de la modernidad. 


            Permítanme una pincelada de reflexión histórica: “la dignidad de la modernidad”, escribió Weber, se basa en haber conseguido separar las diferentes áreas del saber. Ello permitió que  la Ciencia y la Religión se separaran. "¡Gracias a Dios!" ¡Hasta entonces, siempre que descubrías algo nuevo te jugabas el pellejo! Pero como suele ser habitual, mientras no  acabamos de dominar un asunto, siempre se nos va la mano, y  así ha sido que nos hemos ido al otro extremo: de la dignidad… a la miseria. De la dictadura de la religiosidad carca: mítica, ingenua, condenatoria, dogmática y asfixiante… a la tiranía del  materialismo postmoderno: rígido, local, mecanicista, hueco, vacío y fútil. 

Mientras encontramos el equilibrio (la síntesis del conocimiento) la ciencia se apura, actualmente, por integrar algo de la totalidad perdida invocando con urgencia a la Bioética.



Pero volvamos a lo nuestro, para intentar conectarlo con todo esto: La más aguda de nuestras enfermedades modernas es la PRISA.

¿Pero quién desborda nuestras agendas?
“Las exigencias de la Vida Moderna”, decimos.
¿Pero quién impone esas exigencias?
“La Sociedad”, contestamos.
¿Pero quién es la Sociedad…?
¡Ahí te quiero ver! … ¡Pues las personas! ¿Quién si no? 
La Sociedad la constituyen las personas. ¡No nos equivoquemos! La Sociedad está formada por todos y cada uno de nosotros.

Entonces, en el fondo, somos nosotros mismos quienes nos hemos impuesto este ritmo trepidante. Nos cuesta aceptarlo porque si en algo somos expertos es en el arte del escapismo y acabamos siempre  eludiendo responsabilidades y ”echándole la culpa al Booguie” (otra vez).

Así pues,  encarándonos con el tema: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tenemos tanta prisa? ¿Cuál es el tren que parece escapársenos a cada instante…?
Podemos imaginarlo ya…


En la mente del hombre moderno, la idea que domina es la conciencia del tiempo.
Ha sido algo inevitable: la visión moderna del mundo, dominada por la hegemonía del empirismo y del materialismo científico a ultranza,  se ha disociado por completo de todo fondo místico o espiritual, con lo cual nos hemos visto arrojados a una percepción angustiosa de la brevedad de la vida. Vida, esta, que una vez despojada del misterio de lo invisible,  se nos muestra hueca y vacía de significado. “Soy un accidente… Un error de medida…” cantaban, por la misma época que los Gabinete, el Último de la Fila, quienes iban pidiendo “paso al Ansia de vivir.”

Nos hemos hecho tan conscientes del tiempo que nos resulta imposible esperar. Esperar en un semáforo o en una cola exaspera, hasta el punto que algunos desarrollan crisis de ansiedad. Esperar un minuto para una descarga completa de un libro, en Internet nos resulta tremendamente tedioso ¡¡Uff!!  (¡aunque este sea gratis  y pirateado!)¡ Queremos el libro al instante! ¡Exigimos el último éxito musical al instante! ¡La última película de estreno al instante! ¡Todo lo exigimos al instante! ¡No es de extrañar el gran éxito obtenido por las cafeteras de cápsulas de café instantáneo! ¡Nada que ver con el milenario y pausado ritual del té!


Podemos seguir racionalizando, justificando y mareando la perdiz todo lo que queramos, e incluso podemos utilizar el delicioso cinismo de las canciones de Gabinete Caligari, pero ahí está la clave: si nos quitan la eternidad, tan sólo nos queda la velocidad.

¿Han leído hasta aquí? ¡Caramba! Merecen un premio. Ahí va: reciban la estocada: El Miedo a la Muerte.



 La orfandad metafísica nos ha abierto un abismo bajo nuestros pies, nos ha empujado a la nausea que intentamos calmar con la avidez de vivir a tope. “¡Corre, corre, que esto se acaba!” El miedo a la muerte ha ahondado nuestra conciencia del tiempo,  que nos martillea sin descanso. ¿Estrés…?   ¡Ja!  ¡¿Qué creíamos?! Algunos lo seguirán negando: “¡Yo a la muerte no le tengo miedo!”  Bueno. Como gusten.  ¡Pueden resistirse cuanto quieran, pero cuando la muerte te va pisando los talones… no hay ni un segundo que perder
  

                                (CONTINUARÁ, en el siguiente POST)






jueves, 6 de octubre de 2011

"EL STRESS" (1ª parte)


Cada época histórica  tiene sus propios iconos, sus referentes que la caracterizan. Cada siglo, por así decirlo, tiene su palabra clave. Así, para el siglo X, y en general toda la Edad Media, podríamos elegir: “Infierno”. Para la Ilustración y el siglo XVIII, sin duda, sería: “Razón”. En el XIX podría ser: “Orden”. Para el siglo XX, seguramente, la palabra clave sería: “Libertad”. Y en las últimas décadas, aunque podríamos decir ya el “último medio siglo”, creo que no erraríamos si eligiéramos “STRESS”  (Estrés) como concepto rey. Claro que hay más elementos que caracterizan a la modernidad: comunicación, información, interactividad, redes, Internet…  pero en este mundo todo tiene un precio y en la actualidad, muy probablemente, el pago más extendido sea el Estrés.


Técnicamente se entiende por estrés al esfuerzo que realiza el organismo por adaptarse a la demanda de situaciones que, en general, se viven como amenazantes o, cuando menos, exigentes. Este esfuerzo de adaptación, en principio,  es algo natural, es un hecho habitual de nuestra vida.  No puede evitarse, por la sencilla razón de que cualquier cambio o novedad conlleva un esfuerzo adaptativo. Lo conflictivo comienza cuando se convierte en un sobreesfuerzo. Como dice el viejo refrán: “No mata la carga, sino la sobrecarga”.  Y, sobre todo,  lo que parece resultar más perjudicial, es cuando este sobreesfuerzo  se va  haciendo  algo crónico, cuando se va convirtiendo en una forma de vida. 



Ante la expectativa de cualquier tarea o situación que tengamos que afrontar, se genera en nuestra mente un cierto grado de ansiedad (ansiedad anticipatoria), cuya intensidad será proporcional al nivel de dificultad o peligrosidad que le atribuyamos.  Según lo ansiosos que seamos, este periodo incómodo de espera será más o menos largo, de inquietud creciente.. Es lo que podríamos llamar: “la cuenta atrás.


Por otro lado, una vez acabada la tarea o situación “temida”, suele seguirle otro periodo de inercia ansiosa, ahora de intensidad decreciente, que podríamos llamarle: “resaca”.





Pues bien, podemos decir que  el estrés se patologiza cuando los periodos de resaca y de cuenta atrás se solapan. Es decir: todavía no se ha extinguido un periodo de resaca cuando ya ha comenzado un nuevo periodo de cuenta atrás. Cuando estas intersecciones suceden una y otra vez,  vamos sintiendo la vida de forma comprimida, donde las presiones del ambiente se van haciendo muy difíciles de soportar, hasta hacérsenos inmanejables.


Esta inmersión continuada en el estrés se relaciona con múltiples trastornos de salud: angustia, insomnio, malhumor, irritabilidad, fatiga mental, agotamiento, dolores, enfermedades… etc.



El ámbito donde resulta más popular reconocer el estrés es el laboral. Un estudio internacional, de 1999, arroja el significativo dato de que la tercera parte de los trabajadores europeos padecen estrés, y el 20 % sufren el síndrome de “burnout”.  ¡Vamos: que están quemados!



Pero no se trata sólo en el ambiente laboral. Actualmente, la cosa empieza muy temprano. A los niños de 6 años ya se les impone una agenda: La Agenda Escolar, la cual se completa, para colmo, con otra apretadísima agenda de extraescolares. Puede que al niño le esté saliendo humo por las orejas, pero la cuestión es no perder el tiempo.

¡Tenemos prisa! 

La enfermedad más aguda de la modernidad es la prisa. 

No paramos de correr, aunque no acabemos de llegar jamás a ninguna parte: “¡Siempre llego tarde, donde nunca pasa nada…!”, cantaba Serrat en una de sus canciones. 




 Corremos a tal velocidad que no podemos aprehender de verdad, nos resulta imposible absorber a fondo. Todo queda a medias. Incluso menos: todo queda  en la superficialidad. Nada cala lo suficiente… y por eso tenemos que repetir… La avidez nos domina y vamos de aquí para allá, intentando devorar datos y datos… que quedan sin digerir, padeciendo una diarrea crónica. En un mundo donde las cosas "las queremos para ayer", se hace emblemático el título de aquella película: “Si hoy es martes…esto es Bélgica.”


 ¿Pero sabemos a dónde vamos…? ¡Qué más da, mientras podamos ir dando gas a tope a la moto! “No quiero eternidad, solo velocidad…”  cantaba el grupo Gabinete Caligari, allá por los  años 90, y mira por donde pienso que estaban poniendo  el dedo en la llaga…                  (CONTINUARÁ, en el siguiente POST).