Hay un chiste impactante que más que un chiste se trata
de una fábula de moraleja profunda y tremendo mensaje. Nos habla de la historia
de un cura pintoresco, un sacerdote
moderno y liberal que todos los domingos, tras la misa, invitaba a su parroquia a cuestionar y
debatir temas de índole religioso.
Pues
bien, resultó que en una ocasión un feligrés le llegó a formular la siguiente
pregunta: “Padre: si un hombre se
comporta honradamente, es bueno y virtuoso… pero no cree en Dios… ¿Cuándo muera
a dónde se supone que irá : al Cielo o
al Infierno?”
El cura se sintió desconcertado ante tal pregunta, y para
salir del paso no encontró otra contestación mejor que decir: “Bien… se supone que si un hombre es bueno y
virtuoso, entonces será también creyente, así como respetuoso y temeroso de la
ley de Dios…”
-¡No
siempre, padre! ¡No siempre tiene por qué ser creyente! Ahí tenemos, si no, el
ejemplo de Sócrates: un hombre que puso hasta el final a la virtud por encima
de todas las cosas… y sin embargo era ateo. ¡No creía en ningún Dios!- le contestó el parroquiano.
-Bueno,
pero es que Sócrates profesaba la virtud no desde un contexto religioso, sino
filosófico…- contestó el sacerdote, sin demasiada
convicción, para ir escurriendo el bulto.
-¡No
importa, padre! También tenemos el ejemplo de Buda. Él sí que se sumergió por
completo en un contexto religioso. Y sin embargo… ¡ya se sabe! ¡También era
ateo! “Busca la luz en tu interior” “Sé una luz para ti mismo” ¡Pero de Dios…
nada de nada! ¡Por ninguna parte!
El capellán, que pretendía comportarse de forma íntegra,
confesó sinceramente que, en este momento, no sabía que responder. Entonces
acordó con los feligreses que durante la semana intentaría encontrar la
respuesta y los convocaba el domingo próximo para compartirla con todos. Y así
quedaron de acuerdo.
A la que entró en casa, el cura se sumergió en su gran
biblioteca teológica a la búsqueda de una solución para aquel dilema tan
espinoso… pero fueron pasando las horas y no encontraba nada que realmente
pudiera satisfacerlo. Y así iban transcurriendo los días de la semana, y el
sacerdote cada vez más apurado por hallar la ansiada respuesta…
Ya había llegado el viernes… ¡y aún nada! Rezó e imploró a Cristo para que le revelara la respuesta correcta… o al menos alguna pista… ¡pero ni así! Aquel preocupadísimo hombre sufrió tanto durante aquella semana que no consiguió llegar hasta el domingo (“Quién se apura… poco dura”, solía decir mi padre). El pobre cura se murió el sábado por la tarde.
Ya había llegado el viernes… ¡y aún nada! Rezó e imploró a Cristo para que le revelara la respuesta correcta… o al menos alguna pista… ¡pero ni así! Aquel preocupadísimo hombre sufrió tanto durante aquella semana que no consiguió llegar hasta el domingo (“Quién se apura… poco dura”, solía decir mi padre). El pobre cura se murió el sábado por la tarde.
Y como era un buen tipo… pues fue directamente al Cielo.
San Pedro lo encontró enseguida en su lista y lo invitó a entrar.
Tras pasar las Puertas del Cielo y una vez ya dentro de
la Gloria… el cura se quedó desconcertado: ¡Allí, de momento, no se veía a
nadie! ¡Todo estaba oscuro… vacío… sucio...! ¡Era un lugar de lo más
desapacible, feo… desolador! Transcurrido cierto tiempo pudo ver como iba
acercándose una presencia un tanto siniestra. Una especie de monje encapuchado,
con hábito de flagelante. El sacerdote fue a su encuentro para tratar de
entablar conversación… pero el penitente apretó el paso, sin prestarle la más
mínima atención, mientras se infringía
violentos latigazos en las espaldas.
Después, al cabo de un rato, vio como pasaba rauda una vieja monja.
También, en esta ocasión, hizo por acercársele mientras la llamaba: “¡Hermana! ¡Un momento, hermana. Por favor!”
Pero aquella figura hosca y enlutada salió corriendo, tapándose la cara.
Total: que quedarse allí no era nada apetecible. ¡Al contrario: aquello era horrible! ¡Un verdadero infierno!
Total: que quedarse allí no era nada apetecible. ¡Al contrario: aquello era horrible! ¡Un verdadero infierno!
El cura, cada vez más perplejo, acabó por volver a la
puerta para encontrarse de nuevo con San Pedro, y entonces le propuso:
-Santidad:
¿sería posible que se me concediera
entrar un momento en el Infierno? ¡Tan sólo un momento! ¡Por curiosidad!
-¡Por
supuesto, hombre!- le contestó San Pedro. -¡Dile a Satanás que vas de parte mía y ningún problema!
Así lo hizo el buen hombre y cuando llegó a las puertas del Infierno, le pidió permiso a Satanás para entrar un momento, a echar un vistazo, con el beneplácito de San Pedro. El Diablo no le puso ninguna objeción y le permitió entrar y estarse todo el tiempo que deseara. ¡Cuál sería su sorpresa cuando, nada más traspasar las puertas, se encontró con una animación fenomenal! En un ambiente de lo más relajado y distendido, allí todo eran caras sonrientes y gente feliz y contenta. A todo el mundo se le veía animado, disfrutando de la existencia: charlando, riendo, bailando… ¡Tomando unos mojitos…! “¿Pero qué es esto? ¡Si aquí se está en la Gloria! ¡No entiendo nada…!”
El pobre cura, completamente atónito, salió de nuevo
afuera y le preguntó al diablo:
-Señor
Satanás, le ruego me disculpe, pues estoy muy desconcertado y aturdido, ya que
tenía entendido que el Infierno era un lugar horrendo y pavoroso… Una condena a castigos sin fin… torturas y
suplicios. ¿No es así?
-¡Pues
ya ve que no!- le contestó de Demonio, entre carcajadas. –Me parece que está usted un poco pasado
de moda.
-Pero,
entonces… -insistió el cura- ¿no era aquí donde se hostigaba a las almas con arpones y
tridentes, y se las arrojaba al fuego
vivo de inmensas y eternas hogueras…?
-¡Ay!
¡Ahora que lo dice, esa escena me suena…! –le contestó el
Diablo, poniendo cara de nostalgia mientras se rascaba la perilla -¡Pero de eso hace ya mucho tiempo…!
-¿Cómo
que hace mucho tiempo?
-¡Pues
lo que digo! ¡¡Que eso era antes…! ¡Era antes!
-¿Pero
antes… de qué? –preguntó el cura, exasperado.
-¡Pues
mire: Exactamente antes de que llegaran por aquí un tal Sócrates y un tal Buda!
–fue
la lacónica y lapidaria respuesta del Diablo, la cual resolvía por completo aquel enigma.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
¡Eso es todo!
Como diría “El
Risitas”: “¿Lo han pillado?”
“Con
el mundo a cuestas.” ¿Recuerdan? Acarreas tu mundo a dónde quiera
que vayas. “Infierno y Paraíso están
dentro de ti”, cantaba Zucchero en su marchoso tema titulado: “Baila, morena.”
El que lleva la luz dentro… llega al Infierno
y lo acaba transformarlo en un Paraíso…(como lograron hacer Sócrates y Buda, en el cuento)... pero aquel que transporta en su interior
un mundo sucio y oscuro… ¡Ese, aunque llegue al Cielo… a la mismísima Gloria la convierte en un
Infierno!
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com