lunes, 30 de julio de 2012

“¿Qué hacemos con la crisis?” (2ª. Parte.) (“Alquimistas a la fuerza”)




         “Hay un momento para  todo y un tiempo para cada acción bajo estos cielos”, nos dice el Eclesiastés y, por mi parte, no tengo ningún reparo en compartir esta reflexión: la de que cada cosa tiene su tiempo y su momento. Y al tiempo de CRISIS  le corresponde  ser un tiempo para el cambio, para la innovación y la transformación. Pues, como escribiera Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo."

         Solemos conducirnos en la vida mediante esquemas automatizados de acción. La inmensa mayoría de nuestras actividades responden a patrones de comportamiento que, una vez aprendidos, los realizamos de forma prácticamente automática y por inercia. Estos patrones se van encadenando hasta formar un estilo completo de vida, al que nos vamos acostumbrando y acomodando… y se llega al punto de que acabamos viviendo poco menos que como autómatas. ¡Y luego nos quejamos de la rutina…!


         Nuestros hábitos, nuestras costumbres, nuestra conducta, nuestra forma de vivir… tienen que ver con nuestra visión del mundo, con nuestra visión de la realidad, con nuestra “Weltanschauung”. Sin embargo, nada puede mantenerse completamente estático. Nada puede permanecer inmóvil. En este mundo, nada es eterno. Todo es temporal  (“Hay un tiempo para cada cosa”, ¿recuerdan…?) Esa es la realidad: ¡Todo es provisional! Las fórmulas de vida, los programas, los modelos, los paradigmas… ¡Todo temporal! Y, así pues, ocurre que a veces no hay más remedio que encararnos con momentos críticos. Momentos que representan verdaderos puntos de inflexión en nuestras vidas…


         En la 1ª. Parte de este artículo (“La imaginación al poder.”) me permití realizar unas pinceladas etimológicas de la palabra “crisis” y recordaba, entonces, su procedencia del griego  (“krisis” y “kreinen”), cuyos significados implicaban separar y analizar para llegar a una decisión transcendente. También aludía a que el idioma chino, con su alfabeto ideográmico, utilizaba para expresar el concepto de “crisis” la conjunción de dos ideogramas simples: "WÉI" y "JI",  es decir: “Riesgo” y “Oportunidad”. Así pues,  “CRISIS”  representaría para el chino el enfrentamiento de un Peligro, a fin de poder acceder a una Oportunidad, la oportunidad oculta que se halla encriptada en su seno. ¡Como un regalo sorpresa!


         Pero aún me guardé un tercer apunte etimológico para esta 2ª. Parte del artículo. El apunte más antiguo. Tal vez el original. El que procede del Sánscrito,  en cuyo idioma podemos ver que el vocablo para designar “crisis” es muy similar: “kris.” Y a poco que buceemos en la filología podemos encontrar, por ejemplo, que del “kris  sánscrito también procede otra palabra, además de “crisis”, y esta es “crisol”.


         Atendiendo a la semántica, descubrimos que “kris” tenía en sánscrito el significado de depuraciónIgualmente, en el crisol es donde se funden los metales para depurarse y purificarse, separándose de la escoria y demás impurezas… Y con esto creo que llegamos a la esencia del tema de la Crisis: a la “depuración”. Podría verse, pues en la Crisis la representación de un proceso purgativo, donde pueden encontrar nuestras vidas una oportunidad para depurarse y purificarse. Una depuración de nuestro sistema de vida.  Volvemos así, de nuevo, a la relación entre crisis y oportunidad. La Crisis como oportunidad de crecimiento.

         La crisis representaría, pues, una especie de crisol en donde habrá de depurarse nuestro rutinario y automatizado estilo de de vida.  La crisis, pues, habrá de acabar siendo la gran redoma alquimista donde, a fin de cuentas, alquimistas a la fuerza (pues “a la fuerza ahorcan”…) habremos de aprender a separar la escoria de nuestras vidas y a cocinar a fuego lento la “piedra negra”… hasta convertirla en oro… en la piedra filosofal: un nuevo estilo de vida más sostenible… más evolucionado… más inteligente… más solidario… más consciente...  


        Sigámos, pues, las huellas de los Señores del Fuego para descubrir los secretos del Arte Regia... pues ahora, quizá más que nunca, necesitamos encontrar la "Panacea"...      

         ¡La Vida nos empuja!


                                   (Continuará en el siguiente post.)

 Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

lunes, 23 de julio de 2012

“¿QUÉ HACEMOS CON LA CRISIS?” (1ª. parte.) ("El vuelo del Fénix o la Imaginación al poder.")





            Debo llevar como unos treinta años explicando que el trasfondo de la palabra crisis no es otro que el de OPORTUNIDAD. Extraído del latín y del griego, su significado etimológico estaría asociado a un momento de inflexión en el que hay que separar  (“krinein”) debidamente las cosas, porque urge tomar una decisión importante. Es decir: la crisis sería una situación que implicaría un profundo análisis, ya que ésta  exige la  toma de una decisión significativa. Ahora bien, el chino clásico, con su idioma ideográfico, aún lo deja mucho más claro, mostrando la cosa de forma bien ilustrativa: la palabra crisis está formada, en el alfabeto mandarín, por la suma de dos ideogramas:  "WÉI" y "JI", 


los cuales  se dibujan uno junto al otro. El primer ideograma representa “peligro” o “riesgo” mientras que el segundo significa, directamente, “oportunidad”.





            Por ello, he ido haciendo, repetidamente, la comparación del concepto de  CRISIS con  el de, una especie,  de “regalo sorpresa”, sólo que el cual lo recibimos  envuelto en un embalaje muy feo. Sin embargo, este enfoque suele sorprendernos ya que a lo que estamos acostumbrados es a todo lo contrario. Es decir: solemos recibir regalos, por lo general, de forma esperada y, sobretodo, esmeradamente presentados con, cada vez más, elegantes y preciosos envoltorios. Muchas veces, el contenido puede que no llegue a ser nada del otro mundo… ¿pero el  envoltorio? ¡Auténtico diseño! ¡Una obra de artesanía! ¡Hasta que da verdadera pena destrozarlo!

  
         Aún así, siempre, sin excepción, acabamos por deshacernos del primoroso lazo y del exquisito papel para acceder a lo que hay dentro. Al auténtico regalo… fuere lo que fuere. Pues bien: parece que ahora, irremediablemente sacudidos por esta implacable crisis colectiva que estamos padeciendo, no se ha podido seguir ignorando, por más tiempo, que en las entrañas del monstruo habremos de buscar y descubrir el oculto mensaje de esperanza. Pero como decimos, y es obvio, tenemos primero que deshacernos del envoltorio para acceder al regalo sorpresa. Para encontrarnos con la oportunidad. Con nuestra Gran Oportunidad.



            Esta metáfora sirve tanto para cualquier tipo de crisis individual y personal: crisis adolescente, de pareja, de los cuarenta, de madurez, existencial… como para la macrocrisis colectiva que la sociedad occidental está soportando desde hace unos años, y,  para más concreto, España (o las Españas). Lo que ocurre es que ésta, además del denigrante envoltorio con que se nos ha presentado, la verdad es que ha sido envuelta a conciencia. Y esta vez no me refiero a la “conciencia” de “consciente”, sino al uso figurado que le confiere el significado de “a base de bien y con mala leche”.


¡Y claro! Está costando lo indecible deshacernos  del repugnante paquete para que podamos encontrarnos, de una vez por todas, con la dichosa y enigmática oportunidad… Aún así, eso no habría de hacernos desistir en nuestro empeño, pues aunque a estas alturas ya pueda parecernos cansino, provocativo e incluso cínico, no por ello deja de estar vigente la realidad de que toda crisis… encierra una oportunidad.

Tratemos de mantener, pues, la mente abierta al máximo, nuestra atención consciente y nuestra fe en la vida para lograr encontrar la fuerzas positivas contenidas en el vientre de la propia crisis, para aceptar el desafío mediante los replanteamientos que hagan falta, mediante las conversiones heroicas que la realidad exija, ya que encarar la Crisis representa aceptar un cambio radical de ciertas coordenadas referenciales en nuestras vidas. 


Igual que en los tres posts que dediqué al tema de la resiliencia, ((http://tallerpsicologia.blogspot.com.es/2012/04/la-resiliencia-o-el-destino-es-un.html) también voy a recordar aquí la conveniencia de invocar al espíritu del Ave Fenix, para de esta forma lograr transformar el mundo, resurgiendo de nuestras propias cenizas, encontrando un modo de vida más sostenible para los humanos y para todo el planeta.


Y hablando del Fénix, me viene a la memoria una antigua película que, cuando niño, mi padre me llevó a ver en un cine de barrio: “El vuelo del Fénix”, con James Stewart y otros grandes de la época. El film trataba de un accidente aéreo, donde un avión, a causa de una gran tormenta de arena,  acaba cayendo en medio del desierto del Sahara. Resultaba que entre los supervivientes se encontraba un “ingeniero de aeroplanos” que decide reconstruir el aparato. Pero lo que nadie sabe es que el oficio de este individuo era, simplemente, proyectista de maquetas de aeromodelismo. De todas maneras, consigue ingeniárselas para reconstruir una especie de avioneta, un artefacto ligero con el que lograr remontar el vuelo y dejar el desierto atrás…  ¡Buena lección para estos tiempos! ¡Pues en tiempos de crisis, más que nunca, habremos de echar mano de… la imaginación al poder!

                            (Continuará en el siguiente post.)

 Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 



            

lunes, 16 de julio de 2012

“Habitar el cuerpo” (3ª. Parte).("Cuando el zapato es cómodo, te olvidas del pié":)


        
          
  “¡Habitar el cuerpo, habitar el cuerpo…! ¡Este hombre lleva no sé cuantos posts hablando de habitar el cuerpo y todavía no tengo claro de qué se trata…!
            No me extrañaría que muchos de ustedes pudieran llegar a pensar y a decirse algo por el estilo. ¡Es normal! ¡No se preocupen! De hecho, es de lo más normal. Por eso, lo obvio acaba siendo siempre lo más difícil. Un viejo adagio  dice que “cuando el zapato es cómodo, te olvidas del pié”, así como otro refrán muy popular nos recuerda que “tan sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”.

            “La salud no se siente”, me decía una mujer que traté hace unos años por padecer crisis de ansiedad. ¡Ese es el problema! Si habitáramos el cuerpo… sí que sentiríamos la salud. Habitando el cuerpo la energía se siente como puro deleite, como goce, como animosidad radiante... como  pura vitalidad. ¡Habitando el cuerpo… se siente la Viday se celebra!


Sin embargo, “lo normal” es que vayamos por el mundo arrastrando un cuerpo deshabitado. Un cuerpo que, por lo general, tan sólo conseguimos habitalo mediante el dolor, mediante la enfermedad…



Y, ¡bueno, sí!, con alguna que otra ráfaga de placer superficial. Placer que vamos persiguiendo desesperadamente, precisamente… porque al vivirlo de forma tan superficial… nunca nos sacia.

No puede saciarnos porque al no habitar el cuerpo, no podemos experimentar la sensación desde adentro… profunda… total… No podemos experimentar la sensación de forma plena. La experiencia sensorial no nos llega nunca hasta el fondo… y entonces no puede consumarse… puesto  que no se ha completado.




Todo ello nos lleva a que vivamos en un estado de insatisfacción crónica. Con razón consiguieron los Rolling Stones convertir en todo un icono referencial su célebre tema  "Satisfaction". 




Esta "insatisfacción crónica", como digo,  nos provoca a la vez una necesidad de repetir la experiencia. Repetir en busca de consumación, de completud.
Pero como nunca se suele lograr la sensación total, plena, por falta de conciencia corporal, necesitaremos repetir, repetir, repetir… ¡Una y otra vez! Entramos así en un bucle compulsivo, en una compulsión a la repetición.


En palabras de Eckhart Tolle, habitar el cuerpo es sentir el cuerpo desde adentro, sentir la vida dentro del cuerpo”. Y prosigue:  "Cuanta más conciencia lleves al cuerpo, más se fortalece el sistema inmunitario. Es como si cada célula despertara y se alegrara. Al cuerpo le encanta la atención que usted le presta. Es también una potente forma de autocuración. La mayoría de las enfermedades entran cuando usted no está presente en su cuerpo. Si el amo no está presente en la casa, todo tipo de personajes sombríos se alojarán en ella. Cuando usted habita su cuerpo será difícil que los huéspedes indeseados entren. No  sólo su sistema inmunológico se fortalece; su sistema inmunológico psíquico también se refuerza enormemente

¿Y cómo haremos para habitar nuestro cuerpo? La verdad es que no se trata de una técnica única y concreta sino, más bien de un proceso de reenfoque. Un proceso  mediante el cual vamos consiguiendo reenfocar    nuestra  conciencia, a través de la conciencia corporal.




En este proceso, las técnicas pueden representar útiles estimulaciones que van guiando e indicando el camino… Feldenkrais, Alexander, la Bioenergética, la Eutonía, el yoga, el Tai chí, la meditación dinámica… ¡Hay de sobras para practicar…!


Habitar el cuerpo implica enraizarse corporalmente a través de la postura correcta, de la respiración natural y profunda, del movimiento espontaneo y de la expresión vital. Todo ello produce una descongestión del saturado tránsito mental, así como un despertar progresivo de los sentidos, proporcionando equilibrio, vitalidad, alegría, confianza y sentimiento de integridad.



Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

lunes, 9 de julio de 2012

“Habitar el cuerpo.” (2ª parte) (“¡Viva lo humano!”)




            Llevo una buena tanda de posts dedicándome a reflexionar sobre la conciencia sensorial.  Al demostrar esta atención sostenida al tema de lo corporal, en un Blog de Psicología Transpersonal, lo que estoy tratando de hacer es intentar compensar el injusto desprecio con que se ha tratado al cuerpo físico, a lo largo de la Historia, por parte de los buscadores de lo Transcendente.




            Los ascendentes han huido siempre del “mundo” y de la “carne”, como si se trataran de execrables productos del demonio, y con ello lo que han conseguido ha sido alejarse de lo fenoménico y de lo sensible. Los descendentes, por el contrario, se han entregado a la voluptuosidad de los sentidos sin profundizar lo suficiente como para lograr acceder a la inmanencia sagrada, a lo divino que mora dentro de la esencia de cada cosa (“Quebrad una rama y ahí me encontrareis, levantad una piedra… y allí estaré Yo.”).


            La lucha eterna entre los ascendentes y los descendentes, el cielo y la tierra, la Religión y la Ciencia, la mente y el cuerpo…  Los ascendentes siempre han acabado “colgándose” esquizotímicamente de lo abstracto, con los pies flotando en el aire y la cabeza en la luna de Valencia… mientras que los descendentes se perdían completamente en la acción, arrastrados sin remedio a la cíclica y caprichosa “Rueda de la Fortuna”, dando vueltas y más vueltas en el interminable sámsara del mundo…


            Y, es por eso que, integrar cuerpo y mente representa algo más que practicar una técnica holística de moda. ¡Es mucho más que eso! Representa poner fin a esta lucha eterna. Representa resolver para siempre esta guerra ancestral entre los dos mundos… La integración cuerpo-mente es el requisito necesario –y olvidado- para fundir inmanencia y transcendencia, para, así, acceder a la transformación que se precisa para la evolución de la conciencia.


            Un célebre aforismo oriental lo expresa con una preciosa metáfora: “La hermosa, blanca y pura flor de loto… hunde sus raíces en el sucio fango de los pantanos.” Queda bien patente, entonces, que sin el putrefacto humus del fango… no habría ninguna posibilidad para la flor… la cual, gracias a la oscura energía que sus raíces extraen del lodo, consigue elevarse, finalmente,  hacia el cielo y abrir sus blancos pétalos al sol…

            ¡Viva, entonces, el humus!  ¡El humilde, negro y pestilente humus! Y no olvidemos, de paso, que de humus deriva precisamente… la palabra humano.


                                    (Continuará en el próximo post.)


Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
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lunes, 2 de julio de 2012

“Habitar el cuerpo.” (1ª parte) (“Descabezarse”)





            El cuerpo es nuestra casa. La única auténtica. La íntima… La que vamos a tener (¡seguro!) durante toda nuestra vida… y, a la vez, nuestro cuerpo… somos nosotros mismos, pues no hay que olvidar que el yo es, en primer lugar, un yo corporal.

            En el post de hace 3 semanas, el que titulé: “Integración cuerpo mente”, hacía referencia a la habitual percepción de vivir nuestra corporeidad de forma disociada. Lo mental y lo corporal, en lugar de integrarse en una unidad orgánica, suele percibirse muy disociadamente. Por lo general, nos identificamos, prioritariamente, con un yo mental, que solemos ubicar en la cabeza, bajo el cual parece que cuelgue un cuerpo al que hay que dominar. Un cuerpo que no conseguimos del todo vivirlo como Yo, sino como mío. Metafóricamente, pareciera que fuéramos, más bien, jinetes cabalgando sobre caballos (o mulas tercas) en lugar de íntegros y vitales centauros.

            Recordaba, también, la clásica expresión de San Francisco de Assís: “nuestro pobre hermano asno”, para referirse al cuerpo, pues ilustra a la perfección la idea que trato de transmitir. Desde luego, podemos utilizar metáforas más modernas, por ejemplo, todo esto me hace recordar a una serie de animación japonesa: la del célebre “Mazinger-Z” ¿Recuerdan? En ella, el poderoso y legendario robot era pilotado por el joven Koji Kamuto, desde la cabina de mandos, la cual era una pequeña nave independiente (“el pilder”) que se acoplaba perfectamente en la cabeza delo coloso mecánico… Desde allí, Koji gritaba: “¡Fuego de pecho!”, “¡Puños fuera!”… y todas aquellas maniobras fantásticas…


            De manera similar, la mayoría de las personas, en especial los occidentales, hemos reducido nuestra identidad personal y corporal a la cabeza. Vivimos en la cabeza y desde la cabeza, perdiendo así la riqueza de sensibilidad que nos ofrece el resto del cuerpo para experimentar la vida. De esta forma, resulta que vamos por el mundo arrastrando un cuerpo deshabitado, despreciando, sin, darse cuenta, su inmenso potencial. 


          Un cuerpo deshabitado viene a ser como un palacio abandonado en el que acaban por colarse  toda suerte de okupas que lo acaban destrozando. Hay una parábola oriental que nos habla de una mansión, cuyo amo marcha de viaje y deja al mayordomo en su lugar. El viaje se prolonga indefinidamente y el mayordomo, al mando de la casa y de todo el personal, acaba por olvidarse que él mísmo forma parte de los sirvientes y termina por creerse que él es el legítimo señor de la casa. Sutil y aguda metáfora para  sugerirnos el énfasis distorsionado que le damos a lo mental. O dicho de otra manera: de como la mente, o los pensamientos, pretende apoderarse del cuerpo… y de la totalidad del Ser.


            La mayoría de las personas estamos centradas en la cabeza. Sin embargo, la Bioenergética considera que el vientre es el asiento de la vida. Y es verdad que también los orientales hablan de un centro vital que llaman “hara”, que viene a significar “vientre” y que sitúan a unos 5 centímetros por debajo del ombligo. Tal vez muchos no consigan relacionar la palabra “hara” más que con “harakiri”, el digno y sagrado sacrificio samurái, pero Lowen, el máximo exponente de la Psicología Bioenergética, indica explícitamente que “la pérdida de contacto con este centro vital lleva a la persona al desequilibrio y la conduce a la ansiedad y la inseguridad”.

             Por su parte, en el Zen resulta legendario el Sutra sobre la alegoría de Enyadatta, en el que se cuenta que esta mujer, acostumbrada a mirarse cada día en el espejo, descubre una mañana que no puede ver el reflejo de su cabeza. Consternada, corre de aquí para allá, reclamando por todas partes su cabeza... aunque sus amigos tratan de explicarle, en vano, que sigue manteniendo la cabeza sobre sus hombros, como de costumbre. Enyadatta sigue, no obstante, preguntando por su cabeza y tienen que estirarle violentamente de los cabellos para que sus gritos de dolor le devolvieran la conciencia de seguir manteniendo la cabeza.



            En la misma línea, Osho nos habla en su Libro naranja sobre una hermosa meditación tántrica que él denomina “la meditación de la Guillotina”.  Consiste, con sus palabras,  en que “camines e imagines que la cabeza ya no está ahí… visualízate a ti mismo sin la cabeza…”  Y es que “descabezarse” resulta ser un gran ejercicio para aprender a habitar el cuerpo.



Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

                                   (Continuará en el siguiente post.)