Ante la sensación de
incertidumbre, nuestra reacción impulsiva suele ser la de pretender
escapar de la situación en un intento desesperado por recuperar algo de certeza
y de control.
Recapitulemos,
antes que nada, la secuencia circular que detallábamos en la 1ª parte del
post:
Incertidumbre – Miedo – Escape
compulsivo – Refugio transitorio – Incertidumbre…
… Así
entramos, una y otra vez, en un círculo vicioso que nos mantiene dando vueltas
por la existencia, en una rueda sin fin, hasta que, en algún momento, nos llegue
el cansancio, el hartazgo de las esperanzas decepcionadas, el desánimo… con el cual habremos de aprender a renunciar
al escape. Pero no para hundirnos en una resignación derrotista, sino, por el
contrario, para dejar de escapar, para mantenernos, de momento, “quietos”. Es
decir: para refrenar nuestra compulsión de escape y pararnos a mirar con
atención lo que está pasando.
Sólo cuando
dejamos de escapar podemos entrar en el momento, en el ahora, en el aquí y el ahora,
con toda la intensidad del dolor que pueda haber… ¡Es lo que hay! Entonces descubrimos
que “este momento”, con todo su
dolor –si lo hubiere- es lo que la vida
es… en este momento. ¿Cómo vas a escaparte de él? ¿Cómo vas a escaparte de
la propia vida…?
Permítanme
que lo vuelva a repetir: “Este momento… es lo que la vida es… en este
momento.” ¿Entienden? ¡Si hay dolor… hay dolor!
¡Es lo que
hay!
¡Es lo que
es!
¡Escaparse
no es que esté mal… es que es imposible! ¡Tan solo es una ilusión! ¡Una
fantasía! Parece que te escapas, pero, en realidad, tan solo te escondes y te resistes. Y esa
resistencia es lo que te exacerba el sufrimiento. Al final, como siempre, es
peor el remedio que la enfermedad. Porque en la Vida hay dolor, mucho dolor… es
lo que siempre digo: “¡La Vida duele!” ¡Claro
que hay dolor! Hay dolor… pero el sufrimiento lo pones tú.
No es lo
mismo el dolor que el sufrimiento. El dolor es inevitable, es
consustancial con la vida misma: en algunos momentos hay dolor, ¡sin duda! Pero
el sufrimiento no. El sufrimiento es nuestra reacción. El sufrimiento es
nuestra resistencia al dolor. El pretender eliminar el dolor –ahora no estoy
hablando de aspirinas-, el pretender que no haya dolor en este momento,
representa una negación de la realidad de este momento, un rechazo a lo real,
un rechazo a lo que es… “¡Me niego a
aceptar la realidad!” ¡Pues tú mismo, amigo! Es como la pataleta de un niño
porque la ola espumosa se llevó su castillito de arena… “¡Pero
es que duele!” ¡Oh, hermano, claro
que duele! ¡Cuánto antes te des cuenta, antes podrás empezar a vivir! ¡Porque
la vida duele! ¿Lo he dicho antes? ¡A mí también me mojan las lluvias! ¡A mí
también me quema el fuego! ¡Y también sangro cuando me corto! ¡Y también lloro…
cuando no puedo…!
“¡Que no quiero verla! / Dile a la
luna que venga / que no quiero ver la sangre / de Ignacio sobre la arena / No.
/ ¡Que no quiero verla!” Así exclamaba Lorca en su poema
elegíaco Sangre derramada. Pero ni la llegada de la luna y ni el oscuro manto de la noche van a devolverle la vida al torero muerto.
Por mucho que grite el poeta que: “¡Yo no
quiero verla!”, la verdad es que “Ya
los musgos y la hierba / abren con dedos seguros / la flor de su calavera.”
¡Y eso duele! (como decía la Bombi, ¿recuerdan?) ¡La muerte de un amigo duele!
¡Dios, si duele…! Pero cerrar los ojos…
no apacigua el dolor… ¡Al contrario! ¡Lo enquista!
La
aceptación no es indiferencia. La aceptación no es anestesia. La aceptación es
abrir los ojos a la vida. Es afrontar la realidad que se te ha venido encima,
de frente, con los ojos bien abiertos y permitirte VIVIR lo que te ha tocado vivir…
hasta las últimas consecuencias. Que la Vida te penetre hasta el fondo, hasta
el tuétano de los huesos… hasta el alma.
La aceptación es comprender que la vida es un Misterio… y como tal, no
tiene solución, no puede resolverse (si no fuera así, en vez de Misterio, tan
sólo sería un simple enigma, un acertijo...) … Lo único que sí puede hacerse con ella es vivirse. Y vivir obliga a lanzarse sin
condiciones al seno de las aguas, donde reina por siempre y para siempre… la
Incertidumbre.