Veníamos hablando de coincidencias y sincronicidades. De las sucesiones de acontecimientos que, de forma sorprendente, en ocasiones advertimos que se producen y que parecen conducirnos, o al menos ofrecernos alguna información significativa para nuestras vidas.
Fue el psicólogo suizo Carl G. Jung quien acuñó la palabra sincronicidad para referirse a este tipo de coincidencias significativas, en donde no encontramos relación causal en su aparición, es decir, que parecen escaparse a la lógica probabilística y, sin embargo, podemos leer en ellas un mensaje personal, un significado…. Son portadoras de sentido, para quien las vive
El propio Jung explica la anécdota de una ocasión, en la que se encontraba en su consulta de Zurich, con una paciente, analizándole un sueño en donde a la cuál le regalaban un escarabajo de oro… Por lo visto, Jung estaba tratando de interpretarle el símbolo de ese escarabajo, relacionándolo con el mítico escarabajo áureo, del Antiguo Egipto… reflexionando, como estaba, con la importancia de semejante elemento… ¡de repente…! ¡Paff…! ¡Algo chocó, golpeando los vidrios del ventanal! Al abrir el propio Jung la ventana para ver de que se trataba, penetró en el consultorio un rarísimo ejemplar de… escarabajo. Exactamente un scarabeide cetonia aurata. ¡Vamos, lo más parecido a un escarabajo de oro que pueda encontrarse! “¡Ahí tienes tu escarabajo!” Exclamó Jung a la paciente.
Más recientemente, el eminente científico Ervin Laszlo, director científico de la Universidad para la Paz, de Berlín, asesor de la Unesco… etc., etc., escribió: “Hay dos cosas en las que he llegado a creer, implícitamente, acerca del mundo en que vivimos: Nada de lo que en él ocurre es independiente de cualquier otra cosa, así como tampoco completamente fortuito o víctima del azar.”
Ahora bien, es preciso decir que en esto de ir buscando patrones ocultos hemos de andarnos con cuidado. ¡No es cuestión de ir viendo presagios en cada signo de la Naturaleza, ni de volver a creer en pájaros de mal agüero!
A la Humanidad le ha costado miles de años evolucionar desde una balbuceante conciencia arcaica, pasando por el primitivo razonamiento mágico y, después, mítico… hasta llegar a dominar una lógica racional y abstracta… El seguir evolucionando hacia una percepción psíquica y transpersonal, hacia una conciencia translógica, no es lo mismo que regresar a una visión infantil ya superada.
Confundir una cosa con la otra , en el caso de la sincronicidad, sería igual que caer en el pensamiento supersticioso, el cual tendría el efecto contrario al que se pretende, pues nos haría retroceder y vivir más amedrantados, en lugar de avanzar y vivir inspirados por un misterio fascinante… al cual vamos aprendiendo a abrirnos y a confiar.
Resulta que el tratar de encontrar patrones misteriosos a través de las coincidencias, no es que sea una cosa tan excepcional como pueda parecer a primera vista. Una escudriñadora ojeada selectiva, a la Historia, nos puede proporcionar gran cantidad de este tipo de coincidencias enigmáticas:
Las tremendas similitudes que se encuentran, por poner tan solo un ejemplo, sobre el hundimiento del Titánic y la novela “Futilidad”, a partir de un sueño que tuvo su autor, M. Robertson, y que narra el hundimiento del Titán, contiene tantas equivalencias con la tragedia real del rompehielos, ocurrida 14 años después de la publicación de la novela, que aún sigue sorprendiendo.
Igualmente, se han encontrado paralelismos intrigantes entre diferentes personajes históricos, como Napoleón y Hitler, Lincoln y Kennedy, etc., etc. El pensamiento cabalístico y la numerología son un terreno abonado para este tipo de estudios, donde se puede llegar hasta el auténtico delirio. Lo cual no quita que puedan resultar tremendamente curiosas ciertas similitudes, como la asombrosa cantidad de coincidencias que se ha llegado a encontrar, numerológicamente, en el atentado del 12 de septiembre a las torres gemelas…
Las tremendas similitudes que se encuentran, por poner tan solo un ejemplo, sobre el hundimiento del Titánic y la novela “Futilidad”, a partir de un sueño que tuvo su autor, M. Robertson, y que narra el hundimiento del Titán, contiene tantas equivalencias con la tragedia real del rompehielos, ocurrida 14 años después de la publicación de la novela, que aún sigue sorprendiendo.
Igualmente, se han encontrado paralelismos intrigantes entre diferentes personajes históricos, como Napoleón y Hitler, Lincoln y Kennedy, etc., etc. El pensamiento cabalístico y la numerología son un terreno abonado para este tipo de estudios, donde se puede llegar hasta el auténtico delirio. Lo cual no quita que puedan resultar tremendamente curiosas ciertas similitudes, como la asombrosa cantidad de coincidencias que se ha llegado a encontrar, numerológicamente, en el atentado del 12 de septiembre a las torres gemelas…
El mundo es muy grande… ¡hay tantos estímulos…! ¡Ocurren tantas cosas a la vez…! Si nos ponemos a buscar, con atención, acabamos por encontrar coincidencias… y si seguimos acumulando coincidencias, finalmente la lista terminará siendo tan larga… que podrá acabar por convencernos…
Estos son juegos. Podemos llamarlos, si queremos, juegos esotéricos. ¡Está bien! Podemos jugar… puede ser un juego divertido… pero sigue siendo un juego… Y tanto juego… al final acaba siendo un obstáculo para la auténtica búsqueda existencial y, desde luego, para el camino hacia una conciencia superior.
¡Claro que todo está conectado! (“El Universo está enmarañado”, decía en el post anterior) ¡La realidad es una Unidad! Pero más que ir por ahí haciendo cábalas, o intentando provocar una sincronicidad propicia, a voluntad, considero que lo más adecuado que podemos hacer es, sencillamente, aceptar que la realidad supera siempre a la ficción… y permanecer atentos… despiertos… abiertos… Con una mente agnóstica pero abierta… invitando a que suceda… No podemos, con nuestros actos, causar la sincronicidad… sino tan sólo convocarla… y permanecer receptivos.
En eso consiste nuestra disposición a vivir el misterio. Si pretendemos causarla, realmente, lo que acabaremos consiguiendo será, más bien, todo lo contrario. Pues la propia pretensión va implicando una exigencia… e incluso una impaciencia. “¿Por qué no sucede?” “¿Por qué no me ha sucedido todavía…?” Y eso va creando una tensión… la tensión del apego. Y si creamos tensión… ¡se acabó!
Hemos de entender la invocación como una invitación. Incluso como algo aún más modesto: como una oración. ¡Una súplica! ¡Un acto de humildad! (recuerden las sencillas y humildes palabras de aquel centurión israelita, las cuales se han inmortalizado a través de la liturgia católica: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”)
De una actitud de prepotencia y arrogancia, en donde pretendemos controlar o manipular el “destino”, cuyo equivalente, en términos religiosos sería “la Voluntad de Dios”, hemos de progresar hacia una consagración. Es decir: más que una petición, ha de acabar convirtiéndose en una entrega, en una rendición. Recuérdese, por ejemplo, como en la popularísima oración del “Padrenuestro”, a la vez que se pide (“…el pan nuestro de cada día, dánosle hoy…”) también se ofrece la propia rendición (“…hágase tu voluntad…”).
La rendición elimina la negatividad del ego… y la separación. Es entonces cuando las fronteras entre lo posible y lo imposible puede que se diluyan. En esa apertura… ¿quién sabe…? Puede ocurrir cualquier cosa… ¡Incluso pudiere emerger lo milagroso!
¡Invitemos, pues! ¡Invitemos! ¡Abramos la puerta al invitado! ¡…Y relajémonos! ¡Dejemos que suceda… cualquier cosa! ¡Y sigamos atentos! ¡Relajados pero atentos! ¡No perdamos detalle! ¡Como si estuviéramos en una magnífica función de teatro! ¡En un espectáculo interactivo…! ¡Oh! ¡Qué fantástico es el aprender a disfrutar del asombro… y de la aventura constante de la incertidumbre!
(continuará en el siguiente post)
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