La pasada semana, en todas las partes del mundo de cultura
con influencia cristiana, se ha celebrado la Navidad. Y con ella, la gente ha
estado esperando la llegada de Papa Noel. En especial, los niños, con toda la
tremenda ilusión que conlleva el que el mágico personaje del trineo volador
haya leído nuestra carta y accedido a nuestros deseos.
En España, parece que no tenemos suficiente con ese
afectuoso ritual de Santa Claus, sino que, además, seguimos esperando a los
tres Reyes Magos. Costumbre de rancio abolengo, pues se viene celebrando desde el siglo V, mientras
que el Noël-Santa Claus consiste en una versión yanqui de San Nicolás,
importada por los emigrantes holandeses del siglo XIX, y posteriormente
maquillada por la marca Coca-cola.
En fin, que en la noche del 5 de enero, todos esperamos que,
al menos, nuestro “Rey favorito” se haya leído nuestra carta de los deseos y
acceda a satisfacer nuestras demandas, siempre que hayamos declarado, ¡eso sí!,
que nos hemos portado muy bien durante todo el año anterior…
Descubrir la “verdad” sobre Noel o Los Magos de Oriente
representa una de las primeras y grandes decepciones de nuestra vida. Tanto es
así que ha venido a considerarse como la “Pérdida
de la Inocencia”...
Por mi parte, yo recuerdo con aguda precisión como una noche de Reyes, cuando tenía cinco años, mientras buscaba unos zapatos con el fin de ponerlos en el balcón y que fueran rellanados de golosinas por los pajes de los Reyes… encontré los juguetes que había pedido y escrito, con titubeante letra de redondilla, en la que era mi primera carta (aprendí a escribir de forma precoz). ¡Allí estaban todos: guardados y empaquetados, dentro de un armario!
Por mi parte, yo recuerdo con aguda precisión como una noche de Reyes, cuando tenía cinco años, mientras buscaba unos zapatos con el fin de ponerlos en el balcón y que fueran rellanados de golosinas por los pajes de los Reyes… encontré los juguetes que había pedido y escrito, con titubeante letra de redondilla, en la que era mi primera carta (aprendí a escribir de forma precoz). ¡Allí estaban todos: guardados y empaquetados, dentro de un armario!
¡Aquello me dejó perplejo! Empecé a gritar de pura
excitación, pero mis padres se apresuraron a mandarme a callar, diciéndome que
los Reyes deberían estar ya por el edificio, lo que explicaría que los juguetes estuvieran, ya, en el armario… y que estaban
esperando a que yo me quedara dormido para sacarlos y “montar la parada”. Con
lo cual, aprovecharon para enviarme a la cama sin más demora.
De esta forma, mis padres salieron del apuro como pudieron…
pero a mí se me quedó instalada la sombra de una duda… Así, que al año
siguiente, me prometí a mí mismo que no me dormiría, sino que me haría el
dormido… ¡si fuera preciso, durante toda la noche! ¡Y yo podía ser muy
testarudo…! Así fue como pude develar todo el “misterio” con mis propios ojos,
pues papá y mamá no se hicieron esperar demasiado y tampoco fueron en exceso
silenciosos: antes de medianoche se pusieron a colocar, torpemente, los
paquetes de regalos junto a la ventana de mi habitación que, al estar en
penumbras, provocaba que fueran tropezando una y otra vez, y, con ello, el que
fuesen rechistando entre ellos.
Incluso me hice “el tonto” el siguiente año, para no
quitarles a ellos la ilusión… pero cuando tuve ocho años, les dije que me
dieran el dinero y me fui directamente a la juguetería del barrio y me compré
un juego de mémory y el acordeón de
la orquesta do-re-mí...
Y es que las personas solemos vivir, en cierta manera,
esperando siempre a que lleguen los Reyes Magos. Es como una especie de presentimiento secreto
de todo el mundo. Cada uno a su manera, aunque sea de forma vaga o imprecisa, suele caer en una “actitud de espera” como posición existencial ante
la vida. Precisamente, Erik Berne utilizó
irónicamente la expresión: “Esperando a Santa Claus”, para denominar a esa
posición característica de ir tirando, sin pena ni gloria, por la vida, en
espera de que algún día llegue un hipotético acontecimiento liberador… pero que
al final no consiste en otra cosa, en palabras del propio Berne, que en la “jubilación”,
o en la “menopausia”…
Pero “Esperando a Santa Claus” parece ser que nos mantiene,
hasta cierto punto, esperanzados y, a la vez, sugestionados, mientras tanto va
transcurriendo la vida... Pues “la vida es
lo que nos sucede mientras vamos pensando en otros planes”, nos recordaba
John Lennon… Y así, la existencia va pasando ante nuestros hipnotizados ojos... que siguen
esperando y esperando... ¡Nos cuesta tanto descubrir y aceptar, de verdad, que los Reyes Magos no existen…!
Aunque, tal
vez, el día de Navidad sí que habían regalos junto al Árbol... pero no los había dejado
ahí ningún Papá Noel. ¡Tal vez sí que podamos volver a hacer mágico el día de Navidad... o el de Reyes… o cualquier día…! Pero habremos de asumir que hemos de ser
nosotros mismos quienes habremos de colaborar con la magia, para que ésta pueda
manifestarse.
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com