jueves, 24 de noviembre de 2011

“Hoy puede ser un gran día”

           


          De los refranes y dichos populares que, cuando niño, escuchaba a mi padre o a mi abuelo, tal vez el que más me impactó fue aquella célebre humorada de Campoamor, que reza: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.”



                Ya he hecho referencia en otros posts  a la importancia que tiene la actitud con la que encaramos las situaciones. Solemos atribuir, en general, la causa de nuestro estado de ánimo a los sucesos externos, sobretodo, a aquellos más próximos a nosotros, es decir, a los acontecimientos que “nos caen encima”. 
“¿Cómo voy a estar…? ¡Si te pasara a ti, ya me dirías como estarías!” Esta suele ser nuestra protesta y nuestra argumentación más habitual, con la que justificamos nuestro estado emocional y damos por zanjado así el asunto (el de la justificación). Pero insisto de nuevo: el problema no está tanto en “las cosas que nos pasan” sino en “cómo nos tomamos… las cosas… que nos pasan”. Parece algo bien elemental, sin embargo no lo es. Por mucho que nos lo hubiera advertido el bueno de Epícteto, ya en el siglo I (“No son las cosas las que atormentan al hombre, sino lo que el hombre piensa sobre las cosas”),   pues, la verdad, es que  con una gran piedra hemos topado: la de las actitudes mentales. Las actitudes dominan nuestras valoraciones y enjuiciamientos, tiñen nuestras emociones y dirigen nuestras conductas.



Para dar un ligera pincelada al tema, pondré un ejemplo bien simple, que ayude a hacerlo más ilustrativo: imaginemos que al salir de casa, de buena mañana, nos resbalamos en plena calle, digamos… con una piel de plátano (tampoco es necesario ser demasiado original),


...y a resultas de ello, nos quedamos por unos instantes tendidos en el suelo, aunque sin hacernos ningún daño, pues hemos reaccionado a tiempo, colocando bien las manos y sabiendo caer.



Pues bien, pongamos por caso que nuestro estilo psicológico habitual sea el tomarnos las cosas con una actitud pesimista, depresiva. Con esta actitud, solemos vivir las cosas desde una valoración de fracaso. Nos catalogamos de perdedores. Nuestro tinte emocional es el desánimo, la tristeza, hasta… incluso la apatía. 


¿Con una actitud así, qué es lo que diremos ante nuestro resbalón matutino, en plena calle? “¡Lo sabía! ¡Si ya lo sabía yo! ¡Soy un torpe…!” ¿Quieren que siga…? Ahí va: “¡…una calamidad! ¡Pues si que empiezo bien el día! ¡Qué desastre! ¡Hoy me he levantado con el pié izquierdo… Si no vale la pena… Estoy por volverme a casa… …!


Dejemos al pesimista, que va de cenizo y gafe por la vida, y vayamos a ver al ansioso. Imaginemos que nuestro estilo sea el tomarnos las cosas siempre con miedo, con temor. Con esta actitud, nuestra  valoración crónica es la del peligro y el riesgo. Vivimos anticipando hipotéticas dificultades... y dudando de si podremos... o no podremos... resolverlas con suficiente éxito... si estaremos a la altura...


  ¿También nos catalogamos de perdedores, como el depresivo…? Bien, como buenos ansiosos, de lo que nos catalogamos es de  intentadores indecisos. ¿Qué quiero decir? Bueno, pues que intentamos dejar de ser perdedores, o pretendemos intentarlo… o “no sé si podré…”. Nuestro tinte emocional será la ansiedad, el nerviosismo, la impaciencia, la inquietud, el “¡ay, ay, ay!”.  ¿Y Con una actitud así, qué diremos,  tendidos en el suelo de la  calle concurrida? ¡Seguramente, antes que nada… intentaremos disimular! Mientras tanto, por dentro iremos diciendo:




“¡Ay, dios mío! ¡Qué ridículo he hecho! ¿Se habrá dado cuenta mucha gente? ¿Se me habrá manchado el vestido? ¿Me habré roto los pantalones? ¡Ay que dolor! ¡Bueno no me duele tanto como creía! ¡Ay que susto! ¡Ay, ay, ay…!”



                Pongámonos ahora en el pellejo de un nuevo estilo: el agresivo. En este caso, las cosas nos la tomamos con irritabilidad, con rabia. ¡Vamos enfadados por la vida! Con esta actitud, tenderemos a valorar las cosas como injustas. Vemos injusticias por doquier y que la gente actúa de mala fe. Nos catalogaremos de luchadores, siempre en guardia y con el hacha de guerra desenterrada. En este caso, el tinte emocional, es el enfado, la irritación, la ira. ¿Y qué diremos, con una actitud así, tras el resbalón del plátano…?


“¡Hostias…! ¡No hay derecho! ¡Cómo puede haber genta tan guarra!” Nos levantaríamos sacudiéndonos el polvo de las ropas, con energía, y seguiríamos despotricando en voz alta, para que nos oiga todo el mundo: “¡Desde luego…! ¡¿Dónde está la educación?! ¡¿Y qué me dicen de los Servicios de Limpieza?! ¡Aquí mucho pagar impuestos, mucho pagar tasas municipales… y ya ven! ¡Qué vergüenza! ¡Desde luego, si agarro al desgraciado que ha tirado aquí la piel de plátano…! ¡Imbécil…!”

-¿Y según tú..?- me preguntó un paciente, al que le estaba explicando estos ejemplos, hace unos días- ¿…que debería decir una persona con una actitud positiva?
-Hay muchos niveles- le contesté- pero para dejar bien tipificado una actitud claramente positiva, podríamos elegir, por ejemplo lo siguiente: “¡Vaya! ¡Menos mal que sigo teniendo reflejos!”
-¡Sí, sí… con una piel de plátano…! ¡Te querría ver a tí pisando una inmensa mierda de perro, como me pasó a mí, hace un par de semanas! ¡Pero inmensa…!
-¡Vaya! ¿De verdad? ¡Eso es lo que me ha ocurrido, precisamente, esta misma mañana- le contesté.
-¡¿Ah, sí?! ¿Y qué dijiste entonces?
-Pues mira, la verdad es que lo que dije fue: “¡Ya sabía yo que había hecho bien, esta mañana, al elegir los zapatos viejos!”

                Tengo que confesar que mentí a mi paciente. Lo que en realidad dije, en aquel momento, fue: “¡Hala! ¡Qué suerte que llevo puestos zapatos.


jueves, 17 de noviembre de 2011

"Luz de Luna."




            Permitidme este artículo a modo de Epílogo de las dos últimas trilogías publicadas en este Blog (“El estrés” y “¿Ahora qué hacemos?”), y prometo, tras el cual, cambiar de tercio y ensayar temas nuevos.

            Primero, un Resumen (los que no sean aficionados a resúmenes pueden saltarse este párrafo): En el fondo del estrés que caracteriza a la actualidad, lo que se agita es una actitud de prisa frenética, la cual ha sido excitada por una intensa conciencia del tiempo. A la vez, esta conciencia se ha visto ahondada al encarar la existencia a pelo, sin la protección de los tradicionales credos religiosos, a partir del triunfo del Racionalismo y el Empirismo, sobre el dominio implacable que venía ejerciendo la Religión, desde antiguo. El nuevo paradigma empírico ha permitido desarrollar extraordinariamente nuestro conocimiento material del mundo. Pero, posteriormente, la consolidación de su autoridad extrema, ha erradicado cualquier saber basado en un conocimiento subjetivo. De esta manera, la modernidad no le concede ninguna fiabilidad ni validez a las aportaciones de la conciencia, de la ética o de la búsqueda espiritual.

            Sin embargo, la represión impuesta por el materialismo escéptico no ha podido sofocar, por completo, este impulso natural de la humanidad y se ha encontrado con que vuelve a salir, una y otra vez, por cualquier lado: la cultura popular, la música, el arte, la moda… etc., con el riesgo de que estas manifestaciones espontaneas suelen ser reacciones compensatorias y, al final, no hacen más que mostrar la otra cara de la moneda. La solución no es  lo uno ni lo otro.

            El mensaje con que acabé esta doble trilogía, fue:Nos encontramos ante el tremendo desafío de poder reunificar la ciencia, la cultura y la conciencia.   Sólo con la integración de los tres lenguajes del conocimiento humano, y no en el dominio de uno sobre los otros, podremos hallar la salvación."


            La pretensión de la ciencia experimental de tener la última y la única palabra, sobre todo lo real, representa una arrogancia insostenible que no es, ni siquiera, propia de la auténtica ciencia, sino de un reduccionismo deplorable: el cientifismo.






   En esta línea, por ejemplo, se pretende conocer la mente y develar sus misterios explorando única y directamente el cerebro. Pero por más cerebros que se abran, no se va a encontrar a la mente por ningún lado... y menos aún a la conciencia.    
Y es que la conciencia no tiene localización simple. Eso sólo le ocurre a los elementos físicos de la naturaleza. La conciencia, por el contrario, no tiene forma. La mente no está en el cerebro, aunque se manifieste a través del cerebro. Se pretende, sin embargo, curar la tristeza manipulando la serotonina de nuestras sinapsis neuronales, sin acabar de comprender que la escasez de producción de serotonina es tan sólo un correlato somático: precisamente, la expresión física de nuestra pena interior, la cual tendrá siempre un significado más profundo, que es el que le da el verdadero sentido.




Este, desde luego, no se encuentra en los neurotransmisores cerebrales, sino, por lo general, en  la valoración personal y subjetiva de algún duelo, alguna pérdida o algún fracaso.


La realidad es polifacética y puede percibirse desde diferentes ángulos. Para conseguir acercarnos a una visión más global de lo real, resulta imprescindible conseguir la comunicación y el diálogo entre las diferentes áreas del saber.


Se hace necesario seguir avanzando en el acercamiento pluridisciplinario, como un primer paso hacia la superación del autoritarismo, la parcialidad y la fragmentación actual del conocimiento. A propósito de todo esto, cito unas palabras de Ortega y Gasset, escritas hace casi un siglo: Ha sido menester esperar hasta los comienzos del siglo XX para que se presenciase un espectáculo increíble: El de la peculiarisima brutalidad y la agresiva estupidez con que se comporta un hombre, cuando sabe mucho de una cosa e ignora la raíz de todas las demás.

Aprendamos la lección que nos ofrece la propia Naturaleza, la cual todo lo aprovecha, lo integra y lo recicla. Nada cae en saco roto ni nada queda excluido. La Naturaleza abre su seno para abrazarlo todo, para vincularlo todo en el misterioso e inteligente orden del Universo.


Si insistimos en cerrarnos defensivamente y darnos las espaldas, no conseguiremos más que seguir separándonos. Y la separación no ha de ser el objetivo final, sino tan sólo un obligado paso intermedio. “Divide y vencerás” es una fórmula obsoleta, propia de etapas evolutivas anteriores del fenómeno humano.

Permítanme que la califique como de “fórmula diabólica de victoria”, ya que sería, precisamente, el Diablo quien, desde el aspecto simbólico, representaría el arquetipo de la separación ("dia-bolus": el que separa, el que enfrenta. Literalmente: "el que enfrenta entre sí"). Paradójicamente, en cambio, si atendemos al significado etimológico y profundo de la palabra “vencer”, vemos que proviene de la voz latina “vincere”, la cual expresa la idea de ligar, juntar, abrazar… vincular. ¡Justo lo que la Naturaleza hace con sus hijos… o el Kosmos con sus manifestaciones! ¡Vincular y ligarlo todo!

El interés de la Bioética actual, rebautizada como la “Ciencia de la supervivencia” puede ser una buena señal. También la Física tiene mucho que decir, así como la Psicología. El ya clásico “El Tao de la Física”, de  Kapra fue un detalle de aproximación y reconocimiento de cómo la Física Cuántica reproduce en lenguaje matemático, inspiraciones expresadas en forma poética por la filosofía-mística taoísta, de la China milenaria. Por su parte, Freud abrió las puertas de la dimensión oculta del Inconsciente, tras lo cual, la Psicología se fue enriqueciendo, progresivamente, con las aportaciones de Adler, Victor Frankl o Jung, entre otros muchos. La intrepidez de Maslow, abriendo camino a la Psicología Humanista y a los estados elevados de conciencia, conecta con los pioneros de la Psicología Transpersonal.
 Estanislav Grof y la respiración holotrópica… los extraordinarios trabajos de síntesis de Assagioli,  Aurobindo, Theilard de Chardin, Alan Wats, Ken Wilber…  el redescubrimiento del yoga, el zen, el tai chi… el interés por la medicina psicosomática, las remisiones espontáneas, e, incluso, el valor efectivo de la oración… La práctica de la contemplación, la meditación…  los retiros de silencio… … todo ello apunta a que la integración pueda conseguirse.



La Biología, la Física y la Química están comprometidas  en una apasionante odisea, explorando rigurosamente los datos del mundo, mientras que la Filosofía, la Sociología, la Antropología y la Psicología se esfuerzan por aprender  a interpretar, inteligentemente,  sus significados.

Unificar y armonizar es el camino a seguir, en el cual han de abrazarse sabiduría y compasión. De esa fusión habrá de resurgir un asombro sagrado. Para mirar y tratar al mundo con un cuidado y respeto infinitos: las cualidades del nuevo Hombre.



Rajneesh, el gran gurú polémico, hablaba siempre del nacimiento de un hombre nuevo, al que llamaba “Zorba, el Buda”, pues reuniría la inteligencia rigurosa del científico, la pasión del poeta y la compasión profunda del místico. Nos encontramos a un paso de una Gran Revolución en la visión del mundo. La ciencia está tendiendo el puente… pero es el corazón quien puede cruzarlo.



EPÍLOGO: Tal vez hubiere alguien que, después de tantos artículos sobre el tema, esperase por mi parte la indicación de recetas más precisas. Si tal fuere el caso, lamentaría el decepcionarle, pero más allá de estos apuntes sobre posicionamientos y líneas generales de actuación, no pretendo atesorar ninguna respuesta concreta. No me arrogo semejante potestad. En cualquier caso, me anima más formular preguntas vivas que el archivar soluciones de coleccionista.




Considero que en la actitud de atención sincera, intensa y progresivamente lúcida de preguntar, se va resolviendo, poco a poco, el cuestionamiento. Más allá de la curiosidad del momento, cuando el preguntar es profundo, paciente, humilde y veraz… va provocando, sin apenas darnos cuenta, que nuestras acciones, al respecto, vayan ganando perspectiva… vayan adquiriendo claridad, hasta que puedan llenarse de luz. Una luz que no ha de venir directamente del sol… pues ya se sabe que la luz solar directa acaba abrasando, cegando y produciendo cáncer. Además de la capa de ozono… también precisamos del influjo misterioso de la luna. Y es que, tal vez… ¿no creen que  el mundo necesita, con urgencia, exponerse a repetidas dosis… de luz de luna?


jueves, 10 de noviembre de 2011

"¿Y ahora qué hacemos?" (3ª parte) ("Malabarismos en el trapecio")



En los anteriores posts de esta trilogía y de la del estrés, he venido comentando, insistentemente, el tema de que el monopolio del empirismo y del materialismo, propios de la modernidad, ha abierto un agujero negro bajo nuestros pies. Como trapecistas de circo desconcertados y desencajados por el espanto de descubrir, repentinamente, que la red de seguridad les ha sido retirada y ya sólo el frio y mortal suelo les está esperando allá abajo, de igual forma hemos despertado en una lánguida mañana postmoderna, comenzando a presentir un atisbo de lo que representa el haber hecho desaparecer, de la escena oficial, el trasfondo metafísico y religioso.



¡Y no es que eso haya sido del todo malo! ¡De hecho: era necesario! Había que derribar a los padres-dioses a fin de podernos emancipar. “¡O Dios o yo!”, exclamaba Nietzsche. ¡No era un mal comienzo! Era imprescindible aprender a diferenciar bien las cosas para seguir evolucionando… para madurar. “A Dios lo que es de Dios y al cesar lo que es del cesar.” Pero  para transcender lo que fuere, hay que diferenciar… y después integrar lo diferenciado. Algo que la modernidad no ha sabido hacer con lo subjetivo, con lo espiritual.

Por el contrario, ahora sólo cuenta lo externo y cuantitativo. Todo lo que no quede registrado y replicado en un laboratorio experimental queda excluido de la existencia. Se le niega el derecho a formar parte de lo real. Esa es la falacia de la localización simple.




Con esta manera de obrar, lo que hemos conseguido es acabar destripando la profundidad del Kosmos… hasta que hemos empezado a darnos cuenta, horrorizados, de que nos hemos quedado viviendo en un universo sin valores, sin conciencia… sin misterio… Sin Espíritu. El Kosmos, con K mayúscula, ha quedado reducido al simple cosmos. ¡Sin K y en minúsculas!






Sin embargo, sofocar lo metafísico asestándole un hachazo directo en el cuello, ha sido como pretender matar a la Hidra mitológica cortándole la cabeza: del tajo abierto… ¡vuelven a salir dos cabezas nuevas! (Al fin de cuentas, recuerden, la Hidra custodiaba una entrada al Inframundo. Era la guardiana del Más Allá.) 

Lo  que se ha  escondido por delante ha  vuelto a salir por detrás. Lo hemos podido ver claramente en los movimientos sociales populares, juveniles y de contracultura, a lo largo de todo el siglo XX.  Del rock and roll liberal se fue progresando hasta desembocar, por un lado, en el movimiento hippy…




...el cual acabó conectando con la espiritualidad del misticismo oriental… y , cuando menos, reverenciando una religiosidad pagana, tipo brujería Wicca, de adoración a la Madre Tierra… los espíritus de la Naturaleza… etc., etc. 




Por otro lado (la segunda cabeza de la Hidra), el sector contracultural más resentido, mas undergraund, derivó hacia el hard rock, el heavy metal… el death metal… Y estos, evidentemente, en coherencia con sus posturas más despreciativas, se fascinaron  con el inframundo espectral y diabólico, con lo oscuro, con lo satánico… saturando, de esta manera, sus iconografías con imágenes de la Muerte, calaveras y antihéroes del infierno…




La evolución de esta rama dura del rock llevó al punk y a la estética gótica, la cual  entregó en bandeja un dios substitutivo, a través de  la elegante y siniestra figura del Vampiro.  Arquetipo idóneo para poder proyectar en él nuestra sed de vida y nuestra tortuosa lucha con la eternidad.






En definitiva, lo que ha estado ocurriendo es que, de una u otra manera, ha ido emergiendo continuamente, a lo largo de la modernidad, la expresión de un desasosiego. Desasosiego provocado por el triunfo espectacular del racionalismo, el cual se ha pasado de la raya. ¡Ha ido demasiado lejos y se ha convertido en un tirano represivo!

Pero las propuestas espontaneas responden, mas bien, a un rebelión romántica y nostálgica. Una reacción compensatoria frente a tanto cientifismo racionalista. Una alternativa apasionada basada en la sensación, en el sentimiento y en la emoción. Pero quienes caen en esa trampa, desde luego, tampoco pueden resolver el problema. Ellos podrán creerse los paladines de lo auténtico, pero con su ecorromántico retorno a la naturaleza, aunque no se den cuenta, siguen perpetuando  el desastre del paradigma moderno, el cual no es otro que la visión unidimensional y física del mundo.




No se trata de adorar la naturaleza,  mostrando una actitud en contra del progreso tecnológico… y menos aún de caer en regresiones, idealizando etapas superadas. ¡Ojo! ¡Atención con esto! En ningún modo estoy preconizando la vuelta a los dioses míticos, y menos a los mágicos. El Dios convencional y mítico ya murió con la Ilustración, y lo remataron entre  Nietzsche, Marx y Freud. De lo que hablo es de seguir evolucionando, todos juntos, hacia lo postconvencional, hacia lo auténticamente psíquico... y lo que venga. ¡De ir hacia delante... pero unidos, rescatando e integrándolo todo!


La propia canción de El progreso, de Roberto Carlos, que tuvo tanta difusión en los años 80, y que contiene un mensaje de plena validez, con estrofas como aquellas de “Yo no estoy contra el progreso si existiera un buen consenso. Errores no corrigen otros, eso es lo que pienso…”  y aquello de  “yo quisiera (…) navegar sin hallar tantas manchas de aceite en los mares. Y ballenas desapareciendo por falta de escrúpulos comerciales…” sin darse cuenta cae en el mismo error, pues  entonces va y mete el estribillo: “Yo quisiera ser civilizado como los animales. ¡Y ahí la pifia! Y no me vale la licencia poética  ni el lenguaje figurado: ¡La pifia por confusión ecorromática! ¡Sin mala fe, pero la pifia como los ecologistas radicales!

Y eso no es todo: como a “rio revuelto, ganancia de pescadores”, este interregno de confusión y crisis de paradigmas en que nos encontramos, este malestar y desasosiego que comentamos, es justo el terreno abonado y propicio para que los buscavidas sin escrúpulos hagan su agosto, disfrazándose de gurus tramposos:


“Limpieza de energías… Invocación de ángeles protectores y velas místicas de colores… Lecturas del aura… Tarot 24 horas… Clarividencia por teléfono… Oráculos personalizados por TV… Sanadores de Reiki en cada esquina… Sectas maravillosas prometedoras de poderes ocultos... ¡Despierte la kundalini y active los chakras en un taller de fin de semana…” ¡¿Quién da más?! … … …  ¡Sin comentarios!   ¡Los mismos perros con distintos collares!




La Evolución es un camino sin retorno, y lo que exige es seguir trascendiendo a base de encarar con valentía las contradicciones que surgen del propio diálogo de progreso. Para ello, actualmente, nos encontramos ante el tremendo desafío de poder reunificar la ciencia, la cultura y la conciencia. Sólo con la integración de los tres lenguajes del conocimiento humano, y no en el dominio de uno sobre los otros, podremos hallar la salvación.

jueves, 3 de noviembre de 2011

"¿Y ahora qué hacemos? (2ª parte) (La reconquista de la eternidad)





Como respuesta a la trilogía que publiqué sobre el estrés vengo escribiendo esta nueva trilogía de posts (“¿Y ahora qué hacemos?”) con la que intento sondear el espíritu de la modernidad, el cual no parece ser  otro que la propia carencia de espíritu.
El triunfo del empirismo y la “muerte de dios” nos han llevado a un mundo hipertecnológico y confortable pero, a la vez,  sin encanto. A una Sociedad del Bienestar que arroja el índice más alto de suicidios de la Historia…

El reinado de lo científico, lo estadístico y lo cuantificable ha tratado de abolir lo indeterminado, lo cualitativo y lo invisible. Se ha pretendido erradicar de la faz de la Tierra todo lo que suene a metafísico, a místico… a intuitivo y a abstracto…
Sin embargo, todo lo que se reprime acaba saliendo por algún u otro lado: es la ley del efecto contrario. Claro que el riesgo de ese rebusque es que las expresiones de ese mismo tema salgan de forma disfrazada. La censura inconsciente puede llegar a camuflar tanto el mensaje, que acabe saliendo desviado, y estrambótico… como en los sueños. Y a veces, incluso pervertido…
Donde podemos ver mejor esta evolución paradójica del escepticismo materialista, tal vez sea en los movimientos juveniles, y concretamente a través de la música popular. 




En plan apunte rápido, podríamos hacer un esquema muy simple pero, a la vez, esclarecedor: Observemos que a partir de la irrupción liberadora del  rock and roll, este fresco e irreverente estilo se fue bifurcando en dos ramas que, para simplificar, podríamos bautizar como la dura y la blanda. Entroncándolo con el pop-rock, nos puede valer, de entrada,  los referentes Beatles/Rollings: Mientras Mc.Cartney y John Lennon representarían al suave Ying, Micke Jagger y Keith Richards serían una expresión del  fuerte Yang.
Pues bien: la rama blanda, rápidamente se fue yendo hacia lo interior, lo emocional, lo sensible,  lo psíquico… lo psicodélico… en definitiva: Lo luminoso… Conectó con el movimiento hippye…las flores y el color blanco… Su lema: “haz el amor y no la guerra”“Jesucristo superstar”…  En este extendido movimiento contracultural se comparte el hashis y la "maria" sentados en las playas, como un ritual de paz… se experimenta con el LSD en busca de aperturas de conciencia… Los hippies abren los brazos al orientalismo… a los gurus… y desde allí… aunque ingenuos e inmaduros, reencuentran  una espiritualidad perdida…
  
Mientras que por el otro lado, la rama dura fue avanzando hacia el heavy metal, representando los principios contrarios a los que  la rama blanda estaba enarbolando...


 Pues el rock duro se fue polarizando  hacia lo externo, lo urbano, lo material…lo mundano… "sexo, droga y rock and roll"... en definitiva: Lo oscuro… 




Conectó con el movimiento punk… los piercings y el color negro…  La transgresión estética  y musical... la disconformidad cotidiana y lo políticamente incorrecto...




No hay futuro”… “Háztelo tú mismo”… Desde una concepción pesimista y desesperada, el post-punk va evolucionando y se va fascinando cada vez más con lo crepuscular... Sin darse a penas cuenta, se va a ir rindiendo a un lóbrego romanticismo,  a través de una redescubierta estética  gótica… 









Lo gótico va ganando terreno y un aura de exotismo lúgubre se va adueñando de todo… Se idolatra la noche, la luna… edificios ruinosos…. cementerios apartados… Cada vez, con más intensidad la Muerte va creando interés… la Muerte se va infiltrando subrepcticiamente, se va desplegando como un telón de fondo, como un susurro permanente... y como intrigante canto de sirenas... la Muerte excita… con su atmósfera siniestra… con su misterio…  Mientras algunas facciones, las más radicales del ala dura,  merodean por el satanismo (los rebusques más perversos),  lo que progresivamente se va exaltando es la figura del gran  villano-héroe solitario, el príncipe de las tinieblas y de lo sobrenatural: el vampiro.

La fascinación por lo vampírico invade la moda: vestidos, abalorios, comics, anime, novelas, películas, telefilms… por todos lados.  Pero todas estas sagas vampíricas, al fin de cuentas, ¡mira por donde! nos retrotraen de nuevo   al tema de la inmortalidad


Los vampiros, ambivalentemente atrapados en una noche eterna... siempre ávidos de sangre… son un símbolo de nuestra propia sed de vida… y de nuestra búsqueda infinita... ante el tema no resuelto de la eternidad.

¡Qué gran ironía! A través del inicial desprecio punk, lo que acaba saliendo, al final, es la más vitalista de las actitudes: el anhelo de lo eterno… de la totalidad. Al fín de cuentas, el propio color negro ya contiene esa gran paradoja: aparentemente, muestra un rechazo total, parece darle la espalda a la luz, pero el negro es así, precisamente,  porque el color de la oscuridad… absorbe toda la luz para él: ¡Lo quiere todo! Tras  la máscara del terror, lo que resuena con espanto, en realidad, es un grito desesperado... que clama por la Eternidad...

Así pues, a través de un laberinto intrincado de senderos heterodoxos ("take a walk on the wild side"), poco a poco,  ambas ramas músico-culturales, tras un  largo periplo, llegan de nuevo a encontrarse. No importa que una sea blanca y la otra negra, que una comulgue más con ángeles  mientras que la otra pretenda hacerlo con demonios. Lo que cuenta es que ambas acaban convergiendo en   la búsqueda de una espiritualidad alternativa. Ouija o Misticismo, Ocultismo o Meditación… ¿qué más da? A la larga, todos los caminos conducen a  Roma. O si no, ¿por qué aquello de que los caminos del Señor son inescrutables e infinitos…?


(Continuará en el sigiente post.)