Los
conceptos con los que intentamos
describir la realidad no son rasgos de la realidad, sino invenciones del
hombre, representaciones, creaciones de la mente. Evidentemente, cumplen una
función de relevante importancia: representan nuestros esfuerzos por ir
“despertándonos”, nuestros intentos por ir encontrando un orden a partir del
caos confusional en nuestra balbuceante consciencia, nuestra Épica
Transcendente por comprender la
Naturaleza, tras las huellas de nosotros mismos…
Por
mucho que lo repitamos, cuesta que nos cale en lo más hondo eso de que “el mapa no es el territorio” y seguimos
confundiéndolos. Por poner algún ejemplo básico: con las palabras solemos hacer
verdaderos juegos de magia y con ellas podemos separar lo que en realidad es
absolutamente inseparable, así, pues, decimos: “compra” y también decimos “venta”,
como si fueran dos cosas independientes, cuando en la realidad no existen las
compras sin las ventas… y viceversa. Es decir: lo único que existe son las “compraventas” (si se quiere: “compra-ventas”). Tal vez este ejemplo
parezca obvio e insípido, pero… ¿qué ocurre cuando se aplica la misma reflexión
al placer y al dolor, al bien y al mal, al espacio y al tiempo…
etc., etc., etc.?
Analicemos
un poco la última propuesta: por regla general, seguimos tomando los conceptos
de “espacio” y de “tiempo” como atributos de la realidad y,
al igual que los griegos de hace dos mil quinientos años, continuamos creyendo
que la geometría forma parte de las propiedades de la Naturaleza, cuando no son
más que construcciones de nuestro intelecto. Recordemos que a partir de
Einstein, la Física moderna ha pulverizado la idea de un espacio tridimensional,
independiente de los objetos que contiene, y en donde el tiempo fluyera también
de forma independiente y uniforme. La teoría de la Relatividad ha demostrado
con contundencia, y se ha confirmado incontablemente en los experimentos de
alta tecnología, que el espacio no es tridimensional, así como que el tiempo no
es, en absoluto, una constante independiente, sino que, por el contrario, los
dos se encuentran indisolublemente relacionados. Por lo tanto, el espacio y el
tiempo forman un continuum cuatridimensional,
al que se le ha acabado por llamar “espacio-tiempo”.
Todo
esto nos resulta muy desconcertante, por la sencilla razón de que nuestros
sentidos no saben captar directamente el espacio-tiempo de cuatro dimensiones y
hemos de conformarnos con las simples evidencias teóricas de las matemáticas, o,
a lo sumo, aceptando algunos de sus “reflejos” en el mundo tridimensional, como
podría ser el hecho de que cuando miramos al sol, sepamos que estamos viendo el
sol, sí, pero el sol de hace ocho minutos. El mismo tiempo que tarda la luz en
viajar del sol hasta nosotros. Por idéntica cuestión, mirando a través de potentes
telescopios observamos, en este momento, imágenes galácticas correspondientes a
un pasado remoto, de hace millones de años.
Otro
“absurdo espacio-temporal” lo constituiría el enlentecimiento de los relojes en
movimiento, que funcionan a ritmos diferentes. Ya saben: la célebre paradoja
del hombre que viajara en una nave espacial a altísimas velocidades, y que al
regresar a la Tierra quedaría asombrado por ser más joven que sus
contemporáneos, y es que todos sus relojes se habrían ralentizado a causa del
movimiento, con lo cual el tiempo se manifestaría de forma más lenta, con
respecto a los relojes de la Tierra. En la práctica, el efecto del
enlentecimiento del tiempo por el movimiento sólo lo hemos podido comprobar
empíricamente en los experimentos con partículas, cuya vida media se dobla al
sobrepasar el 80% de la velocidad de la luz, y se multiplica por siete al
llegar al 99%. De hecho, para las partículas, su “tiempo” de vida seguiría
siendo el mismo. Es solamente para el observador que está fuera del acelerador
de partículas y que, por lo tanto, no está sometido a aquellas velocidades,
para quién el “tiempo” de vida de las partículas en movimiento se habrían
alargado.
En
la primera parte del artículo (el anterior post) decíamos que “Maya” es la ilusión de tomar los
conceptos y representaciones por la misma realidad, la ilusión de confundir el
mapa con el territorio. De igual manera, las ciencias naturales ni descubren ni
explican la Naturaleza, como parecía creerse sólidamente, sino que, como diría
Heisemberg, sólo “forman parte de la
interacción existente entre la naturaleza y nosotros mismos”. Pues, aunque
nos resulte difícil aceptarlo, no podemos ser simples observadores, sino que
somos observadores participantes.
Nuestra propia observación interviene, participa, contamina y condiciona
aquello que estamos observando. Con todo ello resulta que, en realidad, no
existe la “observación”, la cual es el pilar de la ciencia. Lo que existe
es la “participación”, y esta es, precisamente, el pilar de la experiencia
mística.
Entre
sujeto y objeto existe un continuum,
lo cual imposibilita la separación completa entre el observador y lo observado.
Este aspecto fue el que estuvo remarcando Krisnamurti, una y otra vez a lo
largo de toda su obra, aunque yendo aún más allá, pues cuando la observación es
profunda, a través de un estado meditativo… cuando se contempla así, el
observador y lo observado… llegan a ser lo
mismo. El observador, el acto de observar y lo observado se fusionan. Es el “momento
cumbre” que describía Maslow… es la Conciencia de Unidad.
También
resulta muy interesante el recordar que en un nivel atómico y subatómico, los
objetos sólidos desaparecen. Todo lo considerado “materia” por la física clásica se disuelve, reduciéndose a simples
“patrones” de probabilidades”. Ni
siquiera son “patrones de probabilidades
de cosas”, sino “probabilidades de
interconexiones”. Desde la visión cuántica, el Universo deja de ser un
collage de objetos, para pasar a ser una impresionante telaraña cósmica de
interrelaciones, a través de múltiples flujos de información. A fin de cuentas,
viene a ser prácticamente lo mismo que expresara Sri Aurobindo, de forma
mística, en su Síntesis del Yoga,
donde llegó a dictaminar que “las cosas derivan su ser y su naturaleza de
su interdependencia mutua y en sí mismas… no son nada.”
Escrito por Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona- Tel. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com