viernes, 27 de enero de 2012

"Los sonidos del silencio" (2ª parte) (0M: la canción del Universo)




En el artículo anterior, llamaba la atención sobre la importancia de tomar conciencia de nuestra pobre relación con el silencio. En una sociedad contaminada, violentamente, por el ruido, donde se confunde la expresión de alegría con el estrépito y la estridencia, donde se embrutece progresivamente la sensibilidad auditiva y se nos impone el vivir inmersos en el bullicio y las embestidas acústicas, vamos desconectándonos, sin ni siquiera darnos cuenta, del fondo  esencial de silencio… sobre el que se fundamenta la Vida.



Acababa la primera parte de este artículo animando a la práctica del silencio,  sumergiéndonos en la naturaleza. El contacto directo y silencioso con la naturaleza puede llevarnos, con facilidad, a vislumbrar  el encantamiento de la existencia,  a captar atisbos de un misterio profundo… de un palpitar vivo… que desde el fondo silencioso lo penetra todo… lo envuelve todo.



Los sonidos del silencio nos llevan al encanto de la vida porque  nos van proporcionando señales. Señales de lo profundo, de lo que no suele verse superficialmente. Señales que nos invitan a seguir adentrándonos en nuestra conciencia… a fin de podernos reencontrar con el fondo del Ser. Darnos cuenta del silencio … … … nos aquieta. Darnos cuenta del silencio nos libera del Tiempo y nos devuelve al presente… nos ahonda en el instante… nos reconecta con el ahora intemporal…



Pero para hallar el encantamiento a través de la puerta del silencio, hemos de cambiar nuestra pobre relación con él; y más que pobre relación, habríamos de decir nuestro “olvido del silencio”, o incluso nuestra “huida del silencio”. Hemos de aprender, primero, a dejar de verlo como algo negativo.  Como si fuera sólo la ausencia de todo sonido. Por el contrario, el silencio es positivo… es la gran puerta a la realidad… Pues familiarizándonos en escuchar el silencio es como podremos sumergirnos plenamente en la Vida, e irnos encontrándonos… despertándonos, cada vez más, a lo Real.



Profundizando aún más…  dicen los místicos tibetanos que el sonido “OM” es lo que se llega a escuchar cuando se consigue acceder a lo más hondo del silencio: OM; El sonido sin sonido: OM. El sonido del que emergen todos los demás sonidos. La música de toda la existencia, la cual codificaron en el célebre mantra: “Om Mani Padme Hum.”  El sonido del silencio: Un diamante que brota en la flor de loto. 






Cuando no hay ni sueños ni recuerdos… cuando no hay ni siquiera una expectativa… cuando todo desaparece en el espejo puro de este instante… lo que queda entonces… es OM… el sonido vivo del silencio. Aseguran que cuando seamos capaces de oírlo… habremos entrado en el secreto mismo de la existencia…



No deja de ser interesante que  Herman Melville, el magnífico poeta y novelista newyorkino, autor de Mobi-Dick, escribiera que “el silencio es la única voz de Dios”.



Más allá de la más sutil de las vibraciones cuánticas, OM vendría a ser como el acorde ancestral: el canto primordial que sostiene al Universo. Pues, a fin de cuentas, eso es lo que quiere decir Uni-verso: un verso: un cántico: una única canción: OM.





¡Qué curioso que la palabra “misticismo” provenga de la voz griega “myein”, cuyo significado literal es, precisamente, “guardar silencio”! ¡Guardemos, pues, silencio... y escuchemos...! ¡Pongamos toda nuestra atención... y empezaremos a comprender esta instrucción que ofrece la palabra misticismo! ¡Tan sólo callarse... observar... y escuchar...!  ¡No digas nada! ¡No lo eches a perder! … ¡Tan sólo calla… y a ver lo que sucede…!   ¡Eso es meditación!





Cuando le preguntaron a Meher Baba el porqué de los gritos cuando se está enfadado, el maestro respondió que la razón del gritar se debe a que cuando dos personas están enojadas, sus corazones se han alejado mucho. Es para cubrir esa gran distancia que han de gritar, a fin de escucharse el uno al otro. En cambio, cuando dos personas se aman, sobran hasta los susurros. Se miran en silencio… y eso es todo.






Escuchar los sonidos del silencio nos lleva a escuchar nuestro propio corazón. Es un filtro que nos va purificando, que nos va enseñando a escuchar a través del amor.

Por alguna razón cantarían Simon & Granfunken, en su célebre tema “The sound of silence”, que “las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro  y de las chabolas... y murmuradas en los sonidos del silencio.”



viernes, 20 de enero de 2012

"Los sonidos del silencio." (1ª: parte)


 Desde lo más profundo de una noche serena, cuajada de estrellas, van brotando... como una fuente… ¡Permanezcan  atentos y de repente… percibirán que empiezan a fluir…! ¡Ahí están! ¿Pueden oírlos…? ¡Son los sonidos del silencio!



            La Revolución Industrial indujo a los avances del progreso y nos catapultó tecnológicamente hacia la Modernidad. Sin embargo, también hemos de admitir que, entre otros “efectos colaterales”, trajo el distanciamiento de algo esencial y fundamental: el  silencio de fondo. La Era de los motores ha propagado por doquier la contaminación acústica de forma aberrante.


         Nuestra sociedad vive inmersa en el ruido, inundada por una sonoridad inarmónica y disonante que penetra a todas horas, de forma omnipresente, “taladrando” los cerebros y embotando nuestras mentes, sin que ya, a penas, nos demos cuenta.

            Hemos creado una cultura que imposibilita el silencio y que, incluso, mercantiliza la disonancia acústica, vinculando, frívolamente, el ruido a cualquier aspecto de la vida, infiltrándose en todas las áreas: privada, pública, social, laboral…



       Por otra parte, bien se sabe que la exposición prolongada al ruido está relacionada con la inducción de estrés y con el desencadenamiento de múltiples trastornos psicosomáticos, como fatiga, cefaleas, insomnio, lumbalgias, hipertensión, gastritis, impotencia, malestar general, etc.



           Recordemos también que, aparte del dolor, tan sólo se han encontrado dos estímulos incondicionados auténticos,  relacionados con el  miedo, es decir: que universalmente produce una reacción aversiva, de espanto. Estos dos estímulos son:  la pérdida súbita de equilibrio y el ruido intenso.




Conclusión: que el ruido representa un estímulo aversivo puro, por naturaleza.


Aún así, nuestras ciudades nos someten al fragor intenso de un tráfico ensordecedor, a la intrusión imprevista e intermitente de claxons, alarmas, sirenas y todo tipo de pitidos agresivos.


Los sistemas de megafonía de la mayoría de los lugares y transportes públicos, nos obliga a soportar, reiteradamente, toda clase de impactos auditivos y repetidos mensajes con voces deformadas y discordantes… como una “gota china”… como una “rueda sin fin”…



            Todo ello representa una interferencia artificial, innecesaria  y nociva, con la que se invade y se agrede una relación imprescindible: nuestra conexión íntima con la naturaleza silente: con los sonidos del silencio.
            Sería bueno tomar conciencia y contribuir a la disminución de los niveles de ruido en las ciudades, en los lugares de trabajo y de descanso…




Practicar  el leer  en silencio y completa quietud, sin prisas, permitiéndonos entrar en la lectura… sin ningún esfuerzo… Dejarnos envolver por el silencio activo de las grandes bibliotecas… Recuperar el silencio profundo y reverencial de los grandes templos… 




      Además...  el silencio es necesario  para aprender a oír  la sutil voz de la intuición... La que nos invita a tomar una nueva senda, a hacer algo nuevo, a decidirnos a lanzarnos en tal o cual dirección…



            Escuchar en silencio es una participación activa en el mundo. Simplemente el callar ya es una gran ayuda para la madurez psicológica. Disfrutar del silencio, de forma voluntaria, nos invita a viajar hacia lo profundo y nos ayuda a madurar.



La práctica del silencio nos permite oír los sonidos sutiles que vibran en el ambiente, mientras que la agitada vida que promueve nuestra sociedad apresurada, sofoca y ahoga, con su estruendo, la música del mundo.




Desde una habitación en calma, podemos cerrar los ojos y oír el tic-tac de un reloj… Quizá, también, los crujidos de las tuberías de la calefacción… o el suave zumbido de las aspas de un ventilador… Entonces... todo parece ralentizarse…


... ... mientras… afuera… se oye ladrar un perro en la lejanía… Resuenan los pasos de alguien que se acerca… que pasa… que se aleja… Cierran una persiana…  campanas lejanas llamando al ángelus… murmullos… un niño llora… … y  nuevamente…. un Silencio vivo que lo envuelve todo…



Con la naturaleza, la gama de experiencias se expande, resultando prácticamente infinita: el sonido del agua… el gorjeo de una fuente desde umbríos rincones de unos jardines… el de un arroyo en la montaña, un riachuelo entre las piedras… el rumor de una cascada… el batir de las olas… o el ulular del viento… o el crepitar del fuego… o el canto de los pájaros… en el bosque… al pisar las hojas secas, de finales de otoño… el repiqueteo de las gotas de lluvia…




Contemplar la lluvia en plena naturaleza es una sinfonía viva. No es difícil presentir como el prado ríe… los árboles cantan… la yerba se estremece excitada… y las hojas tiemblan de emoción… Contemplar llover en el campo es una experiencia sanadora. Nos invita a mirar a lo alto y a abrir los brazos, al igual que la madre Tierra está abriendo su seno al padre Cielo. Escuchar la lluvia, en silencio, es un pasadizo subrepticio que nos conduce a reencontrar el encantamiento de la existencia.





Cuando contemplamos la naturaleza, en silencio, percibimos su quietud… y nosotros mismos nos aquietamos. A través del silencio nos sentimos unidos a aquello que estamos percibiendo.





Los sonidos del silencio son las voces que consiguen encantar al mundo… por lo que resulta imprescindible estar atentos a ellos, para poder vivir en un mundo encantado...


                             (Continua en el siguiente post.)

viernes, 13 de enero de 2012

"Al pan, pan y al vino, vino."



Considero un asunto interesante el observar el desmesurado autoritarismo que sigue dominando en el mundo actual. Son muchos los rasgos que definen la actitud autoritaria, como así lo dejó evidenciado el extraordinario trabajo de Adorno y la Escuela de Frankfurt. Desde estas líneas, tan sólo pretendo resaltar el hecho de que, aunque haya pasado ya más de medio siglo de la publicación de los eminentes sociólogos alemanes, continua ampliamente extendida, en la sociedad de nuestro flamante siglo XXI, la rigidez de pensamiento. Lo cual conlleva una actitud de muy poca tolerancia, cuando no ninguna, con todo lo que pueda considerarse ambiguo, con todo lo relativo.




Esta intolerancia hacia la ambigüedad impone una atosigante necesidad de certeza… ¡aunque sea falsa! Por ello, es comprensible que quienes así piensen y actúen, manifiesten una  actitud beligerante y hostil frente a las opiniones diferentes de los demás, así como una negación total a la autocrítica. ¡Les tienen alergia a la introspección!


¡No sea que vayan a encontrar algo, allí dentro, que no les cuadre… y que les acabe liando…!

Así que lo mejor es mantenerse en sus trece. “¡Mantenella y no enmendalla!”, que dirían los personajes de Calderón de la Barca.






Todo acaba, pues, reduciéndose a un razonamiento dicotómico, binario, bipolar:


“¡O sí o no!” “¡O todo o nada!” “¡Quien no está conmigo, está contra mí!” “¡Lo blanco es blanco y lo negro es negro!” “¡No hay más!” “¡Las cosas son así, y punto!” E, incluso, actualmente se ha puesto de moda, añadir: “pelota”. “¡…Y punto pelota!”


¡Caramba! ¡Con cuanto autoritarismo y energía se suele exponer las aseveraciones! ¿Pero, de verdad, podemos estar tan seguros  de creer saber cómo son las cosas, en realidad? ¿Podemos fiarnos ciegamente de aquello que nos hubieran dicho… o incluso de nuestros propios sentidos? Esta ha sido la mayor preocupación de filósofos, pensadores y hombres de ciencia de todas las épocas. ¿Es el mundo, realmente, como nosotros lo percibimos…? ¿…O tiene poco que ver?

¿Se han parado a reflexionar, en alguna ocasión, por ejemplo, lo tremendamente difícil que habrá tenido que  ser, en su momento,  para la humanidad, el que reconociera y aceptara que vivimos sobre una esfera volante, en perpetua rotación? Y, para colmo, a una velocidad de 107.000 kilómetros por hora. ¡No es eso, precisamente, lo que  perciben nuestros atribulados órganos sensoriales! Por el contrario, nuestros sentidos captan, desde luego, una Tierra quieta y sobre un plano horizontal. En  consecuencia, era del todo lógico, el que se diera por sentado, en los tiempos antiguos,  que el mundo era una gran porción de territorio: una pastilla plana. ¡Y tan campantes! 




A pesar de la "hipótesis" del "Afirmamiento"  (Firmamento): la Cúpula Celeste, que haría que el Oceano no se desparramase, los marinos no la tenían todas consigo, y vivían en el perpetuo espanto, cuando se adentraban en exceso, mar adentro, de encontrarse, en cualquier momento, con el Gran Abismo...





Además: ¿Cómo iban a aceptar que  la Tierra fuese una esfera? ¡A los habitantes de la zona sur se les iría toda la sangre a la cabeza de estar siempre boca abajo! Y lo que es peor: ¿Cómo harían para sostenerse y no caerse afuera…? 


Ahora nos resultan cómicos y absurdos estos argumentos, pero, la verdad, es que antes de Newton y la comprensión que nos brinda el conocimiento de la Ley de la Gravedad, era natural que las cosas se vieran de otra manera.


Si miramos bien, la pobre humanidad no ha ganado para sustos. ¡Aún no ha salido de un brete que ya se ha metido en otro! Con sólo recordar “las tres grandes humillaciones a la soberbia de la humanidad”, como las llamaba Freud, podemos apreciar el largo camino de sobresaltos y heridas que hemos tenido que padecer, y debemos seguir soportando, a fin de purgar nuestro inmenso narcisismo original.

A grandes pinceladas: La primera gran humillación: El martillo de Copérnico. La revolución copernicana expulsó al hombre del centro del Universo.


Con Copérnico y Galileo tuvimos que aceptar que no es el sol quien gira alrededor nuestro, sino nosotros los que vamos dando vueltas sin parar, como una peonza insignificante bailando por el espacio. Ese fue el golpe cosmológico.


Le segunda herida narcisista nos la abrió Darwin: La teoría de la Evolución nos expulsó, sin clemencia, del centro de la creación. ¡No venimos directamente de las manos de Dios sino de la mutación de un mono! El golpe biológico hizo mucho daño. ¡Hay quien todavía no ha logrado recuperarse!




El tercer martillazo vino de la mano del propio Freud: el psicoanálisis, con el descubrimiento del Inconsciente y su influencia determinante en la mente del hombre, se nos expulsó del centro de la conciencia.


Como dijera Freud: “el yo no es maestro en su morada”, no es el amo en su propia casa. El hombre, que se creía libre, al menos, de pensar lo que pensaba y de decidir lo que decidía, descubre, consternado, que no puede, de ahora en adelante, fiarse ya de sus propias motivaciones y sus propios razonamientos. ¿Qué intereses ocultos estarán disfrazando, inconscientemente,  nuestros actos? El mazazo del Inconsciente representa una cura de humildad. Con la aparición en escena del golpe psicológico, las personas habrán de aprender a convivir, desde entonces, con la duda y la incertidumbre. Habrán de dominar el arte de la sospecha, sin poder poner nunca más la mano en el fuego, para defender la rotunda certeza de sus aseveraciones.


Por cierto, saben que una mujer acudió, angustiada, a la policía de una gran estación, porque se le había perdido su hijo de siete años. Cuando el policía supo que el niño se llamaba Alvino, sacó su pistola y lanzó dos tiros al aire. Al momento, el crío apareció solito.

Una vez repuesta, la madre le preguntó, agradecida, al policía:

-¿Pero cómo es que hizo eso?

-¡Pues bueno, señora!- respondió el agente- ¿No sabía que al pan, pan… y Alvino…vino!

viernes, 6 de enero de 2012

"A mal tiempo, buena cara."

             


            Me he puesto a escribir el post de la semana con la intención de expandir animosidad, frente a la cuesta de enero de este 2012… Me he propuesto transmitir un mensaje optimista… de bienaventuranza y armonía para este nuevo año… y resulta que lo primero que se me aparece por la mente son las cacareadas profecías del fin del mundo, que lo sitúan, precisamente, para el año que estamos estrenando.



            Mirando alrededor, lo que veo que tengo más cerca es una circular de La Caixa, en donde me anuncian que a partir de este enero me cobrarán 5 euros mensuales de mantenimiento por cada libreta… Entonces recuerdo que han vuelto a recortar las prestaciones de la Sanidad Pública, así como el sueldo de los funcionarios, que ha subido el agua, la gasolina, los transportes públicos… que sigue aumentando, dramáticamente, el desempleo y ya deben andar por encima de los cinco millones de parados en España…  A la crisis económica no se le ve el fondo, todavía, por ninguna parte y, lo que es peor, parece que nadie sabe como hay que solucionarla… En fin, como cantaba Serrat: 




"Que las manzanas no huelen,
      que nadie conoce al vecino
      que a los viejos se les aparta
      después de habernos servido bien.
     Que el mar está agonizando,
     que no hay quien confíe en su hermano,
     que la tierra cayó en manos
     de unos locos con carnet…”




       Desde luego, ante tanto desquicio y desbarajuste, ante tanto acúmulo de calamidad, a cualquiera le pueden entrar ganas, en ciertos momentos, de pensar que la profecía azteca no habría de ir demasiado desencaminada. Menos mal que uno ya está acostumbrado a escuchar nefastas profecías y curtido en sobrevivir a fechas funestas: las vaticinadas por Nostradamus, por los Testigos de Jehová, el Colapso del año 2000 o el Gran Terremoto apocalíptico pronosticado por Harold Camping, el que habría de habernos sumido en el fuego eterno desde 1994… y que ahora, en 2011, había vuelto de nuevo a la carga. ¡Este hombre no escarmienta ni con los 90 años que ya ha cumplido! En esta ocasión, aseguraba que había revisado concienzudamente la Biblia (lleva 54 años seguidos haciéndolo) y que había encontrado el versículo en el que se equivocó la otra vez. Ahora  que ya lo había rectificado y había corregido el error matemático, certificó que en esta ocasión habría de ser aún mucho peor (¡por supuesto!) Aseguró que el Apocalipsis definitivo llegaría, exactamente, el 21 de mayo del 2011… y que habría durado  hasta el 21 de octubre. Pero ya ven: ya han transcurrido esas fechas y no ha pasado nada. ¡Bueno! ¡Pasar, lo que se dice pasar… siempre pasan cosas…! En realidad, el 21 de mayo pasado no sobrevino el terremoto apocalíptico pero sí que hubo un terremoto en Nueva Zelanda… y otro seísmo en Chile… y otro más en Japón… y un volcán entró en erupción en Islandia… ¡Caramba con las coincidencias! ¡Pero, de todas maneras, lo que está claro es que no fue el día del Juicio Final!



            No es que quiera frivolizar, pero aunque las cosas se tuerzan siempre podemos, como decían los galos, en Asterix y Obelix, mirar hacia arriba y suspirar aliviados de que el cielo aún no se haya caído sobre nuestras cabezas. Cuando por las noches me acurruco entre las sábanas y las mantas,  puedo reconocer que ese placer sigue siendo gratis… Igual que es gratis el ir a la playa… el pasear por el campo… el ir al bosque a buscar setas… el subir  una montaña…



            Aún me puedo permitir circular en bicicleta… No me cobran nada por mirar las olas como baten contra las rocas… por contemplar el mar… Ni por admirar el amanecer… ni las puestas de sol… Puedo recrearme cuanto guste en el intenso carmesí del cielo crepuscular… degustar los atardeceres… escuchar las campanas… y dejar que se pierda la vista en la lontananza…



            A pesar de la crisis puedo sentarme en un banco del parque a ver como juegan los niños… y permitir que las palomas merodeen a mi rededor. Puedo oír el canto de los pájaros y aspirar la aroma del romero… y del tomillo… y de lavanda… Puedo recolectar espárragos trigueros… piñas… zarzamoras… o flores silvestres… Puedo buscar conchas marinas por la orilla del mar… juguetear con la arena… coleccionar piedras raras… Incluso, con algo de cuidado, todavía puedo subirme un poco a los árboles…




            ¡La crisis no puede quitarme que me tumbe al sol a tocar la guitarra… que corra descalzo por el césped, que me suba a un columpio cuando no haya nadie… que explore senderos… que me extravíe por caminos rurales… que baile bajo la lluvia…!




            Tampoco tengo que pagar nada por recitar poesía… ni por imaginar… También puedo contemplar a la gente… sin obligarme a hacer ningún tipo de juicio… Tan solo observar… embobado… el trasiego del mundo… ¡No me cobran por ello! ¡Y también es gratis escuchar música! Actualmente, se puede escuchar canciones, prácticamente, gratis… “…en los mapas me pierdo… en las carreteras duermo…”  ¡Sí, Manolito…! ¡Yo también hago pájaros de barro… y los echo a volar…!



            Cuando el mundo aprieta es, más que nunca, hora de darse cuenta de que poder caminar con tus propios pies es una maravilla… ¡y es gratis! ¡Que salir a ver la luna llena es una maravilla… y es gratis! ¡Que quedarse enmudecido bajo un cielo estrellado, en las noches de verano… es una maravilla… y es gratis! ¡Que dejarse embeber por el silencio… es una maravilla…! ¡Y ES GRATIS!



            En una vieja canción, Alberto Cortez decía que solamente lo barato se compra con el dinero…”  Pues al final va a resultar que todo lo importante de la vida… lo que vale la pena… es gratis. Tal vez habríamos de escuchar más a los poetas…



            ¡Podría seguir enumerando tantas cosas magníficas… que son gratis…! Pero, en fin, tendré que acabar el post. Diré, por último, que podemos jugar… gratis…  con nuestros hijos… o con nuestros amigos… ¡O con nuestro perro…! ¡Ah! ¿Que tú no tienes nada de eso…? ¡Bueno! ¡Tampoco hay que preocuparse! ¡Siempre puede encontrarse algo por donde comenzar…! Por ejemplo… ¡puedes sonreír! ¡Puedes regalar una sonrisa a cualquier “extraño”! ¡No digo que te obligues a ello! ¡No me malinterpretes! ¡No es cuestión de reprimir tus sentimientos y forzarte a una hipocresía malsana! Tan sólo es cuestión de tener en cuenta de que siempre puede haber más alternativas en como tomarse las cosas… y a veces puede ayudarnos a recordarlo aquello de que… “a mal tiempo… buena cara.”