En el artículo anterior, llamaba la atención sobre la importancia de tomar conciencia de nuestra pobre relación con el silencio. En una sociedad contaminada, violentamente, por el ruido, donde se confunde la expresión de alegría con el estrépito y la estridencia, donde se embrutece progresivamente la sensibilidad auditiva y se nos impone el vivir inmersos en el bullicio y las embestidas acústicas, vamos desconectándonos, sin ni siquiera darnos cuenta, del fondo esencial de silencio… sobre el que se fundamenta la Vida.
Acababa la primera parte de este artículo animando a la práctica del silencio, sumergiéndonos en la naturaleza. El contacto directo y silencioso con la naturaleza puede llevarnos, con facilidad, a vislumbrar el encantamiento de la existencia, a captar atisbos de un misterio profundo… de un palpitar vivo… que desde el fondo silencioso lo penetra todo… lo envuelve todo.
Los sonidos del silencio nos llevan al encanto de la vida porque nos van proporcionando señales. Señales de lo profundo, de lo que no suele verse superficialmente. Señales que nos invitan a seguir adentrándonos en nuestra conciencia… a fin de podernos reencontrar con el fondo del Ser. Darnos cuenta del silencio … … … nos aquieta. Darnos cuenta del silencio nos libera del Tiempo y nos devuelve al presente… nos ahonda en el instante… nos reconecta con el ahora intemporal…
Pero para hallar el encantamiento a través de la puerta del silencio, hemos de cambiar nuestra pobre relación con él; y más que pobre relación, habríamos de decir nuestro “olvido del silencio”, o incluso nuestra “huida del silencio”. Hemos de aprender, primero, a dejar de verlo como algo negativo. Como si fuera sólo la ausencia de todo sonido. Por el contrario, el silencio es positivo… es la gran puerta a la realidad… Pues familiarizándonos en escuchar el silencio es como podremos sumergirnos plenamente en la Vida, e irnos encontrándonos… despertándonos, cada vez más, a lo Real.
Profundizando aún más… dicen los místicos tibetanos que el sonido “OM” es lo que se llega a escuchar cuando se consigue acceder a lo más hondo del silencio: OM; El sonido sin sonido: OM. El sonido del que emergen todos los demás sonidos. La música de toda la existencia, la cual codificaron en el célebre mantra: “Om Mani Padme Hum.” El sonido del silencio: Un diamante que brota en la flor de loto.
Cuando no hay ni sueños ni recuerdos… cuando no hay ni siquiera una expectativa… cuando todo desaparece en el espejo puro de este instante… lo que queda entonces… es OM… el sonido vivo del silencio. Aseguran que cuando seamos capaces de oírlo… habremos entrado en el secreto mismo de la existencia…
Cuando no hay ni sueños ni recuerdos… cuando no hay ni siquiera una expectativa… cuando todo desaparece en el espejo puro de este instante… lo que queda entonces… es OM… el sonido vivo del silencio. Aseguran que cuando seamos capaces de oírlo… habremos entrado en el secreto mismo de la existencia…
No deja de ser interesante que Herman Melville, el magnífico poeta y novelista newyorkino, autor de Mobi-Dick, escribiera que “el silencio es la única voz de Dios”.
Más allá de la más sutil de las vibraciones cuánticas, OM vendría a ser como el acorde ancestral: el canto primordial que sostiene al Universo. Pues, a fin de cuentas, eso es lo que quiere decir Uni-verso: un verso: un cántico: una única canción: OM.
¡Qué curioso que la palabra “misticismo” provenga de la voz griega “myein”, cuyo significado literal es, precisamente, “guardar silencio”! ¡Guardemos, pues, silencio... y escuchemos...! ¡Pongamos toda nuestra atención... y empezaremos a comprender esta instrucción que ofrece la palabra misticismo! ¡Tan sólo callarse... observar... y escuchar...! ¡No digas nada! ¡No lo eches a perder! … ¡Tan sólo calla… y a ver lo que sucede…! ¡Eso es meditación!
Cuando le preguntaron a Meher Baba el porqué de los gritos cuando se está enfadado, el maestro respondió que la razón del gritar se debe a que cuando dos personas están enojadas, sus corazones se han alejado mucho. Es para cubrir esa gran distancia que han de gritar, a fin de escucharse el uno al otro. En cambio, cuando dos personas se aman, sobran hasta los susurros. Se miran en silencio… y eso es todo.
Escuchar los sonidos del silencio nos lleva a escuchar nuestro propio corazón. Es un filtro que nos va purificando, que nos va enseñando a escuchar a través del amor.