Por mucho que uno se empeñe, la Vida no trae ningún Manual de Instrucciones.
La Ciencia requiere seguir una metodología rigurosa. La práctica clínica busca con afán programas precisos de intervención. ¡Es lógico! Es algo útil y en muchos casos imprescindible. Pero la compulsión de nuestra mente por tenerlo todo “bajo control” nos incita a establecer, siempre, reglas para cualquier cosa: pretende registrar, clasificar y archivar la Vida, en forma de clichés situacionales, para después aplicar protocolos estandarizados de actuación, a cada tipo de situación. Entonces, pareciera que poseer el conocimiento de ese fabuloso y ambicioso prontuario nos traería el bienestar y el confort de una vida segura.
Es verdad que aportaría comodidad y un cierta sensación de control, sin duda, pero todo ello a cambio de arrastrar una existencia robótica, automatizada y, sobre todo, falsa.
Sí, falsa porque de tal manera no estaremos nunca experimentando el contacto de lo real. Viviremos sin estar nunca presentes. Transferiremos de forma sistemática cualquier situación que la Vida nos ofrezca, a los archivos que habíamos recopilado, a priori, y reaccionaremos de acuerdo a aquellos protocolos establecidos. ¿A eso se le puede llamar vivir?
La Vida se expresa nueva, a cada instante, pero no solemos verlo así, ya que solemos mirar con ojos cautivos. Y es que estamos acostumbrados a mirar con los ojos del pasado.
Alrededor del año de vida, la mayoría de los bebés rompen a hablar diciendo “mamá”. Durante el siguiente año, cada vez que ven a cualquier mujer, que capte su atención, la señalará llamándola “mamá”. Y lo mismo ocurre con el perrito: con vivo interés lo señalará nombrándolo “bop, bop”, o “guau-guau”… pero es que actuará de idéntica forma con los gatos… y con los caballos… Incluso con los elefantes… o con las palomas. ¡Todos los animales son “guau-guaus”! ¡Lleven a un bebé a un zoológico y se pasará el día señalando y gritando: “guau-guau”. Conducta infantil que nos resulta tremendamente ingenua, pero no es que los adultos estemos tan lejos de tales deformaciones, pues nuestros mecanismos de Asimilación cognitiva hacen pasar por el “aro” de los esquemas mentales del pasado a toda vivencia del presente.
La Vida nos exige Atención; el máximo de atención para que nuestra inteligencia se pueda desplegar, respondiendo con la sensibilidad despierta, ante las exigencias del momento.
Es por ello, que más allá de las honrosas e idealistas pretensiones de Kant, en búsqueda de principios éticos absolutamente universales (el imperativo categórico), haríamos bien, considero, en interesarnos más por los planteamientos existencialistas contemporáneos, los cuales nos invitan hacia una ética de vida y nos instigan a buscar la dignidad situacional. La Ética de situación nos propone sumergirnos plenamente en el aquí y el ahora, resaltando la necesidad de recurrir a la situación particular, en la que está existencialmente comprometida la persona concreta.
La Ética de situación entiende que cada situación existencial es personalísima e intransferible; es única e irrepetible. De todo ello se desprende, entonces, que las reglas universales y abstractas, como mucho, podrán tener un valor relativo.
Desde una visión profundamente existencialista, la persona no sabe ni puede saber lo que tiene que hacer, sino que lo habrá de decidir en cada situación.
Desde una visión profundamente existencialista, la persona no sabe ni puede saber lo que tiene que hacer, sino que lo habrá de decidir en cada situación.
Con todo lo expuesto, puede ir empezándose a entender la gran importancia de desarrollar una atención consciente, de conseguir estar el máximo de despiertos para responder, adecuadamente, a la Ética de situación.
(Más sobre el tema: Ver artículo: "Bañarse en el mismo río", en esta misma Etiqueta.)
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