viernes, 30 de marzo de 2012

"El exceso de Verdad" (2ª PARTE.) ("Con el corazón en la mano.")

     


 Explicaba en la primera parte de este post, que en el ámbito de las relaciones sociales, también con la verdad se suele cometer excesos. Así como bajo el inmaculado nombre de Dios se ha llegado a perpetuar las más abyectas atrocidades, igualmente, amparados bajo el sacrosanto concepto de la Verdad nos permitimos licencias que, en realidad, esconden nuestra ignorancia, nuestra incontinencia, nuestra vanidad y nuestra inmadurez.

         Acababa el post recordando la gran importancia del timing en la relación psicoanalítica (y psicoterapéutica, en general): la atención y el cuidado con que tratan los psicoanalistas la prudente y ajustada dosificación de sus intervenciones, con respecto a sus pacientes. Encontrar el momento oportuno se convierte en algo fundamental. Cualquier comentario prematuro conduciría a bloqueos perjudiciales, por lo cual el psicoterapeuta debe resistir toda tentación de ofrecer ningún comentario, mientras no se produzca el momento pertinente para ello, aunque el paciente lo suela reclamar con insistencia.


        Tanto es así, que el silencio forma también parte de la cura en gran medida. Muchas veces, ni siquiera se cae en la cuenta de que si el psicoanalista fuera informando al paciente, directamente, de todo lo que fuera descubriendo dentro de él, éste no podría resistirlo. Pues ya no sólo se trata de que las verdades duelan... sino de que se puedan soportar.



Una ilustración bien sencilla y clarificadora sobre los efectos impertinentes y destructivos de un “exceso de verdad” en las relaciones personales, nos la ofrece un satírico cuento de Quim Monzó. Si no recuerdo mal, llevaba por título: “ Amb el cor en la ma.” ("Con el corazón en la mano.") El relato viene a explicar como una pareja de enamorados, tras un arrebato de pasión e intimidad, se prometen amor eterno además de hacerse el juramento de decirse siempre, en todo momento, la verdad. Sólo la verdad y toda la verdad.


Tras lo cual, ella le invita a él a una cena romántica, en un restaurante, para celebrar tan precioso gesto de mutua y absoluta confianza. “¡Maravilloso, amor mío!”, le contestó él, o algo por el estilo, mientras en su interior va pensando que en esos momentos lo que menos le apetece en el mundo es levantarse, vestirse y salir de casa para ir a un restaurante a cenar. Pero lo hará por ella, ¡Eso y cualquier cosa! ¡Tan grande es su amor! Sin embargo… de repente, le asalta un inquietante pensamiento: ¡Habrá de decirle que no tiene ningunas ganas de salir para ir a cenar! ¡Ni siquiera tiene hambre! Y es que tan sólo hace unos escasos segundos que acaban de hacerse el juramento. Ya saben: Siempre y en todo momento, sólo la VERDAD. “¡Tendré que decírselo! ¡Pues bien empezaríamos si no…!”

No pasa nada, cariño. ¡Lo entiendo perfectamente!” “¿De verdad que no te enfadas conmigo?” “¡Por supuesto! Además: ¿cómo puedes dudarlo, si hemos de confesarnos siempre la verdad?” “¡Es verdad!”

Entonces, ella se vio obligada a añadirle (porque debía decirle la verdad), que había pretendido sorprenderlo yendo al “restaurante japonés”. ¡El lugar donde ellos se conocieron! ¡Donde se enamoraron! ¡Donde se declararon! ¡Un lugar simbólicamente sagrado para ellos!


¡Ah, bueno: si es en el restaurante japonés, la cosa cambia!”, contesta él. “¿De verdad?” “¡Por supuesto! ¿Cómo puedes dudarlo…?” Y se dirigen al restaurante japonés, mientras él comienza a pensar en que, en realidad, no le gusta nada la comida japonesa. ¡En verdad: la abomina!¡Le repugna! ¡La odia! Que maldita casualidad que llegaran a conocerse en un restaurante japonés… ¿Pero qué está pasando? Ahora está obligado a decírselo a ella. Ya saben: siempre y en todo momento: LA VERDAD AL DESNUDO.


Ya pueden deducir lo que acaba ocurriendo: en menos de una hora de obligadas revelaciones, por rigurosa obediencia a la verdad, creen descubrir que toda su relación está basada en una montaña de “engaños”. Y su impuesto juramento les sigue obligando a confesarse la desconfianza que ahora sienten mutuamente, etc., etc. ¡Todo de sopetón! ¡Ahí no había ningún timing que valga! ¡Todo a saco! Y antes de terminar la velada, acabaron por jurarse odio eterno y su deseo de no volver a verse nunca más.


¡Ahí tienen un magnífico espectáculo de un “Exceso de verdad!”

                         (Continuará en el siguiente post.)

viernes, 23 de marzo de 2012

"EL EXCESO DE VERDAD" (1ª parte.)



Después de cinco posts consecutivos dedicados al tema de la Verdad, ante el título del presente artículo pareciera que hoy voy de ironía. Pero no es ese, precisamente, el caso, pues no me he propuesto ironizar de forma especial, más allá de mi tendencia habitual a resaltar el intenso contenido paradójico de la vida. El aparente giro que pareciera forzar el título, no habría que buscarse tanto en contradicciones de mi discurso como en la cualidad poliédrica de lo real: la Realidad tiene muchas caras y muchos ángulos desde donde contemplarse. Así pues, en los posts anteriores he tratado de abordar el tema de la Verdad desde una perspectiva transcendente, desde la ontológica búsqueda del Ser, mientras que en el presente artículo voy a hacerlo desde el enfoque práctico de las relaciones sociales. La verdad y la mentira desde el ámbito psicosocial de las relaciones humanas.



No voy a entretenerme en justificar la importancia de fundamentar nuestro discurso cotidiano en la veracidad de nuestros mensajes, así como del alto valor de la autenticidad, en la comunicación que intentamos lograr con nuestras relaciones interpersonales. Por supuesto, en ello está la base para poder establecer un mínimo de confianza entre los seres humanos. Sea suficiente con recordar aquella célebre cita de Aristóteles: “El  castigo del embustero es no ser creído, aún cuando diga la verdad.” Será por ello que escribiría, también, Nietzsche: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante no podré creer en ti.”
                                                                   
En lo que quisiera, sin embargo, reparar y llamar la atención es en otro aspecto que, tal vez, por sutil, no se suele tener suficientemente en cuenta. Se trata de la administración justa, de la gestión correcta de la verdad. Por eso he elegido como título: “El exceso de Verdad.” Y es que en el ámbito psicosocial de las relaciones humanas, también podemos pecar de excesos.



Quizá haya alguien a quién pudiera sorprenderle el que la verdad precise ser administrada, con recortes y limitaciones al uso. En tal caso, habría de recordar que cualquier cosa, sea la que fuere, tan sólo consigue alcanzar la perfección o, al menos, la excelencia, cuando logra el equilibrio justo.  Recuerden, simplemente, que la luz y el sol dan la vida… pero su exceso ciega y provoca cáncer. Como también da la vida el agua… mientras que su exceso arrasa y produce devastación. Precisamente, pocas cosas se reconocen más beneficiosas y vitales como el agua, sin embargo, su administración en exceso constituyó una de las torturas más crueles de la Historia: el suplicio del agua




A la víctima de semejante castigo se le forzaba a beber litros y litros del líquido elemento, a través de un embudo, hasta que llegaba a reventar… (les ruego me disculpen por traer el recuerdo de tal atrocidad). Teniendo presente todo esto, nos resultará, entonces,  bien fácil seguir la ironía de  Woody Allen cuando dijo aquello de que "el mal no es otra cosa que el bien hecho en exceso."

Quisiera, de paso, hacer referencia al uso bastante generalizado, socialmente, de pretender sacarle partido a la buena reputación de aludir a la verdad, como algo sacrosanto que nos inmuniza con tan sólo nombrarla. Sin ir más lejos, abundan las personas que alardean de su característica sinceridad espontánea. “¡Es que yo soy muy sincero!” “¡Yo soy así!” “¡Yo digo siempre lo que pienso!” “¡Yo digo siempre la verdad!” … … … ¡Lo que tú eres es un salvaje! Con todos mis respetos, pero un salvaje. Ante tal proclamación de incontinencia… ¿dónde queda, entonces, la inteligencia emocional? ¿Y la delicadeza? ¿Y la sensibilidad…? Por la misma regla de tres, entonces… ¿cuándo tienes hambre insultas y berreas, por que la falta de azúcar te irrita y te pone de mal humor…? ¿Y cuándo tienes prisa… empujas? ¿Y cuando tienes gases… eructas y ventoseas, sin mirar dónde estás, ni a quién tienes delante…?



Saber contener y demorar un impulso representa la esencia de la grandeza del ser humano, transcendiendo la instintiva impulsividad animal. ¡Pero como “soy tan sincero y digo siempre lo que pienso” sin tener en cuenta más miramientos, voy a prescindir, entonces, de desarrollar la templanza, la empatía y la consideración, a expensas de exhibir vulgarmente mis impulsos, en todo momento!

Semejante actitud y comportamiento denota, desde luego, desconocer el Eclesiastés bíblico, el cual enuncia y deja bien explícito que para cada cosa existe un momento adecuado: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada acción bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir… (…) un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para lamentarse y un tiempo para danzar; (…) un tiempo para callar y un tiempo para hablar…”



Precisamente, una de las cuestiones, de índole terapéutica, que más han de tener en cuenta los psicoanalistas en sus tratamientos, es el tema del “timing”. Es decir: el arte de esperar estoicamente hasta encontrar ese momento preciso, ese instante oportuno… donde poder ofrecer al paciente un comentario, una interpretación par ayudar a hacer consciente lo inconsciente… una pista para ir descubriendo la verdad. Equivocarse en el timing puede provocar el efecto contrario: rearmar las defensas neuróticas del paciente y cristalizar aún más la enfermedad, en lugar de avanzar hacia la curación. Por suerte, la deontología de los profesionales de la salud contemplan el principio latino: “Primum non nocere.” Lo primero, ante todo: no dañar. O lo que sería lo mismo, dicho de forma popular: “Que el remedio no acabe siendo peor que la enfermedad.” 


Será por todo ello que los auténticos psicoanalistas se habrán ganado la fama de ser unos enigmáticos personajes silenciosos. . Y es que en su constante búsqueda del timing pertinente, junto con  la ración adecuada de dosis de verdad para que su acción pueda ser beneficiosa, se ven obligados la mayoría del tiempo, símplemente, a estar ahí. ¡Pero no crean que es tarea fácil! Lo que pareciera una actividad mínima... es trabajo de heroicos ascetas: mantenerse presentes, con atención plena... y guardar silencio.
                          
                                  (Continua en el siguiente post.)

viernes, 16 de marzo de 2012

"¿Quién dice la Verdad?"






            Con este post tan sólo pretendo añadir una sencilla ilustración al artículo anterior, el que titulé: “La verdad parcial”. Para su publicación he debido sacrificar toda pretensión de originalidad, ya que la fábula que voy a presentar constituye un material popularísimo desde antaño, habiendo sido divulgada en infinidad de versiones y aplicada a múltiples contextos. Pese a todo ello, al considerarla tan amablemente ilustrativa del tema que, precisamente, había estado analizando en el anterior post, el de la parcialidad de las verdades humanas y el engaño involuntario de las medias verdades, he decidido, finalmente, incorporar este cuento en el Blog, pues sencillamente el recordarlo resulta siempre estimulante para todo buscador sincero. Y, en cualquier caso, también podría ocurrir la circunstancia de que hubiera alguien que no hubiese tenido noticia, aún, de la parábola de los ciegos, o la historia de los ciegos y el… (digamos) animal desconocido. Pues así va a ser como la voy a explicar yo:


            Para comenzar con el relato, pongámonos ya en eso de que… “Érase un vez…” ...que había un grupo de ciegos, los cuales tenían la costumbre de reunirse cada día, para sentarse en los bancos de una plaza y pasar el rato, debatiendo sobre cualquier cuestión que les llamase la atención. Pues bien, resultó que en una ocasión  llegó a los oídos de estos cinco amigos el suceso de que habían traído un animal extraño al pueblo, y que ahora se encontraba en la plaza del mercado.
          -¡Podemos ir a conocerle!- Propuso uno de los ciegos.
       -¡Es un buena idea!- Celebraron los demás. Y para ello decidieron  desplazarse hasta la plaza del mercado. Una vez allí, lo irían palpando con las manos y después se reunirían de nuevo para expresar sus opiniones sobre lo que aquel animal les habría parecido.
            Tal cual hicieron y cuando estuvieron de vuelta en el banco, tras aquel experimento, el primero de los ciegos reconoció con énfasis:
            -¡Qué animal más fabuloso! ¡Es como una enorme serpiente que se eleva hacia el cielo!
          -¿Serpiente?- Protestó el segundo ciego. -¡Si era un toro enorme!
-¿Qué estáis diciendo?- Amonestó el tercero. -¡¿Pero no os habéis dado cuenta de que era idéntico a una inmensa mariposa?!
-¡Estáis de broma!- Exclamó el cuarto ciego. -¡Se supone que estamos hablando del mismo animal, pero no sé qué decís de una serpiente, de un toro o de una mariposa…! ¡El animal que yo he conocido era como las robustas columnas de un palacio!
-¡Cómo las columnas! –Reclamó el quinto y último ciego. -¡Si era como el muro del palacio entero!
Y así, acabaron discutiendo entre ellos, sin ponerse de acuerdo y sin llegar a saber, en realidad, de qué animal se trataba.

Con los datos expuestos en el relato, quien no conociera de antemano la fábula, bien podría ir reuniendo pistas y combinándolas entre sí, a modo de acertijo, llegar a descubrir que el misterioso animal del que habla el cuento no habría de ser otro que… …  ¡un elefante!


Pero los cinco ciegos no llegaron a acertar, ni tan  sólo se acercaron a la idea de lo que es un elefante… a excepción de una sola cosa: de que aquel animal desconocido debía tratarse de alguna bestia bastante grande.



Lo que debió ocurrir es bien fácil de deducir: el primer ciego debió palpar, únicamente, la trompa del elefante. Con lo cual obtuvo una percepción que le hizo recordar a una gran serpiente, elevándose hacia lo alto.
El segundo ciego tocaría los colmillos y entonces se le hizo la imagen, en su mente, de un enorme toro.
Lo que palparía el tercer ciego no sería otra cosa que las grandiosas orejas: “una inmensa mariposa”. En cambio, lo que alcanzó a tocar el cuarto fueron las patas… De ahí: “las robustas columnas del palacio”. Pero el quinto y último ciego habría palpado el cuerpo, el costado… y, en consecuencia, no “vio” columnas por ningún lado, sino “el muro del palacio entero”.


De todo ello, la primera reflexión que podríamos hacer sería el preguntarnos: “¿Quién estaba mintiendo?” Y bueno… de hecho, ninguno de ellos deberíamos decir que mentía. Todos y cada uno de los ciegos podrían haber puesto la mano en el fuego para dar fe de que lo que decían era la verdad.

Pero entonces, podemos seguir preguntándonos: “¿Quién decía la verdad?” Y ahora, no tendremos más remedio que reconocer que… la verdad no la dijo ninguno. Pues nadie dijo que aquel animal se trataba de un elefante. Nadie, siquiera, lo describió mínimamente. Así pues, nos encontramos con el aplastante reconocimiento de que nadie miente y, a la vez, nadie dice la verdad. Y no se trata de un sofisma presocrático, ni de ninguna de las célebres y rebuscadas  paradojas de Zenón… Simplemente se trata de una sencilla metáfora esclarecedora, de una ilustración afortunada de lo que puede llegar a representar la verdad parcial: nuestras verdades.


Si todos los ciegos hubieran comenzado por reconocer sus propias limitaciones perceptivas, y entre todos ellos, hubieran ido recopilando humildemente los datos que cada uno, buenamente,  iban aportando, tal vez así, aún sin llegar a la Verdad, al menos habrían podido seguir avanzando hacia ella. Pero manteniéndose cerrados a la comunicación auténtica y a la cooperación, el camino a la Verdad puede hacerse muy largo.



viernes, 9 de marzo de 2012

"La verdad parcial."



         Después de tres posts consecutivos hablando sobre la “Verdad”, todavía voy a seguir removiendo un poco más el asunto y es que el tema da de sí para esto, para más y para lo que no sabemos…

            Hoy voy a centrarme en las “medias verdades” y en la visión parcial de las cosas. En la trilogía anterior (“La Verdad está ahí fuera.”) señalaba que la verdad está en todas partes y que se trata de que vayamos evolucionando, abriéndonos, expandiendo nuestra conciencia para acceder a ella y poder expresarla a través de nuestros propios actos.


Sin embargo, hay un aspecto en todo esto que debe tenerse muy en cuenta, y es el hecho de que nuestro conocimiento de lo real representa, únicamente, una humilde aproximación. En nuestra búsqueda de la verdad vamos abriéndonos camino desde la ignorancia y la oscuridad, accediendo progresivamente a la luz del conocimiento.

 Así, pues, las verdades que vamos descubriendo, representan tan sólo visiones parciales y, por lo tanto,  todavía no son la verdad. Si queremos, podemos decir que son una preparación para la verdad, un aproximación hacia la verdad. Pero quién  tome una verdad aproximada por la Verdad, se engaña completamente, por la sencilla razón de que una verdad aproximada aún es un engaño. Una media verdad sigue siendo mentira.


Pongamos, por ejemplo, la metáfora de que la Verdad estuviera representada… digamos… por “el vapor de agua”. En tal caso hipotético, si pusiéramos al hielo en el lugar de la verdad (el vapor), queda bien claro que  estaríamos equivocados y, a la vez, muy lejos de la verdad. Si nos encontráramos  participando en aquel juego infantil de ir buscando el objeto escondido o desconocido, hasta encontrarlo por aproximaciones sucesivas, el que propone el acertijo y, por lo tanto, sabe de qué se trata o conoce su paradero (metafóricamente sería el conocedor de la Verdad), cuando señaláramos al hielo, nos diría: “¡Frío, frío!” ¡Y nunca mejor dicho!



Si dejamos el hielo a temperatura ambiente (suponiendo que esta fuera superior a 0 grados) llegaría un punto en que el hielo se derretiría por completo, hasta convertirse en agua. Al alcanzar tal punto, podríamos llegar a considerar que la verdad que estábamos buscando se trataba del agua. ¡Pero seguiríamos equivocados! Pues si, en nuestra metáfora, habíamos acordado que la Verdad la representaba el vapor de agua, considerar al agua líquida como la Verdad seguiría siendo falso, aunque en cierta manera podríamos decir que ya estábamos menos lejos de la Verdad, que cuando considerábamos que la Verdad era el hielo. En el juego que señalábamos antes, el conocedor podría, entonces, decirnos: “¡Algo menos frío!”


Considerándonos que iríamos por buen camino, se nos podría ocurrir calentar el agua y, entonces, llegar a suponer que la Verdad no era otra cosa que “agua caliente”. ¡Pues no señor! Si, en este caso, aseverásemos que “la verdad es agua caliente”, seguiríamos equivocándonos. Seguiríamos instalados en lo falso, aunque podríamos volver a aceptar el hecho de que ahora, con el agua a 50 grados, estaríamos algo más cerca que antes. Y en aquel juego, el conocedor podría decirnos: “¡Tibio! ¡Templado!” Incluso, algo así como: “¡Vais bien! ¡Vais bien!”  ¡Pero ojo! ¡Aún no tendríamos ni idea de lo qué es la Verdad!


Podríamos seguir calentando el agua y llevarla a 90 grados… y el conocedor nos diría: “¡Caliente! ¡Caliente!” Pero de la Verdad… ¡Ni idea!


Desde luego, para que esta metáfora pudiera cobrar algún sentido, habríamos de imaginarnos en una situación de desconocimiento, de ignorancia con respecto a las transformaciones de los estados de la materia, en función de la temperatura. Es decir: habríamos de ponernos en la situación de que no sabríamos que el hielo podía descongelarse y volverse líquido… ni tampoco tendríamos la más remota noción de lo que le podría pasar al agua, por el efecto de irse calentando…




Y eso haríamos, probablemente: la seguiríamos calentando: 95 grados… Y el conocedor, gritándonos: “¡Supercaliente!” … … 98 grados… “¡Os  estáis quemando!” Sin embargo, a la Verdad, que la representaría el vapor (¿recuerdan?), no se la vería por ningún sitio.


¡99 grados! “¡Casi, casi… a punto!”  Muy bien, estaría casi, casi… a punto, pero aún seguiríamos tomando a la Verdad como agua líquida. Muy caliente, ¡eso sí!... pero agua líquida y no vapor. ¡Y eso sería una mentira! ¡Fíjense bien: Casi, casi… a punto… y, aún así,  seguiría siendo falso!

Sólo en el punto exacto de alcanzar los 100 grados… descubriremos  una realidad desconocida: el Vapor de agua… ¡La Verdad! ¡Antes no!


Con lo que estoy exponiendo, a través de esta simple alegoría, no pretendo despreciar absolutamente nada: ni la información sensorial que recibimos a través de nuestros sentidos, ni los recursos mentales de la lógica, ni los hallazgos empíricos de la ciencia…  Todo eso es legítimo… Todo es valioso… Todo es precioso… pues todo ello es fruto de la fecundísima riqueza del Kosmos… del Campo de potencialidad pura…  Todo ello son posibilidades perceptivas… Enfoques estructurados… Creatividad en acción…


Como escribía en otro post de este blog: (“El maestro siempre está a tu lado.”) una cabra encuentra un libro… y se lo come. Si lo descubre un salvaje… se le podrá ocurrir hacer fuego con él… Cuando lo halla un hombre civilizado… lo estudia y descifra nuevos mensajes a través de su lectura… El Universo se va desplegando… ganando profundidad… descubriéndose a sí mismo…


Lo que estoy intentando exponer con todo ello es el recordar que únicamente conocemos modelos limitados, fórmulas modestas… extraídas de la inconmensurable profundidad del Kosmos, de la infinita virtualidad del Campo. Tomar conciencia de tal cosa nos abre humildemente al Asombro… y nos permite alejarnos de la arrogancia ingenua  y de la prepotencia de considerarnos poseedores de la Verdad.


En lo que insisto es en la importancia de estar alerta para no tomar una cosa por otra. Nuestras verdades… en el mejor de los casos son verdades parciales y, como tales, son ficciones… Pero a la vez… pueden ser puentes que cumplen funciones muy útiles: los puentes están para cruzarlos… permitiéndonos avanzar… Esa es su auténtica función: hacer de puentes... para seguir siempre avanzando.



 De igual forma, acotamos un terreno para reservarlo a un uso concreto. También necesitamos planos y mapas... ¡Está bien usar los mapas… y es buena cosa conseguir acceder a los mejores… pero nadie dudaría en considerar loco… a quien confundiere un mapa geográfico…  con el propio territorio.




Y por último, quedémonos con esta reflexión: El ojo no puede verse a sí mismo. Lo digo recordando aquello que escribió Merleau-Ponty, de que "estamos dentro de la verdad y no podemos salir de ella."

viernes, 2 de marzo de 2012

"La Verdad está ahí fuera." (3ª parte) ("...Y te está esperando")



En el primer artículo de esta trilogía cuestionaba la existencia real de las fronteras, lo cual habría de llevarnos a aceptar un Universo absolutamente interconectado y una conciencia no dual, en donde todo y todos representaríamos individualidades separadas únicamente en apariencia… superficialmente… pues, en realidad, formaríamos parte de una única Unidad fundamental: el Kosmos… el Campo…. El Ser… Brahman…  Dios… o el Tao…

Continué, en el siguiente post, aludiendo a las probables cualidades holográficas del Universo, lo que nos llevaría a considerar que cada punto del Universo está lleno de información. Más aún: que en cada punto… se encontraría, replegada,  la información de todo el Universo (“En una gota de agua está contenido todo el océano”). De ahí, lo de que  “la Verdad está en todas partes”.  Finalmente, acabé evocando al Vacío Cuántico y  a la maravillosa paradoja de que el “vacío” se encuentre absolutamente “lleno”, repleto de virtualidad: es un Campo de Potencialidad Pura… de donde puede salir cualquier cosa…


Con anterioridad, en un post que titulé “El maestro siempre está  a tu lado”  había hecho referencia a las “sopas de letras”, a las “figuras enmascaradas” de los pasatiempos gráficos y a los espectaculares estereogramas, utilizándolos como metáforas por el hecho de  que, en los cuales,  si sabemos buscar con atención y enfocar nuestra mirada en la perspectiva y profundidad de campo adecuadas, podíamos descubrir lo que ni siquiera llegábamos a imaginar a primera vista… ¡Auténticos mundos invisibles se nos podían ir materializando ante nuestros atónitos ojos…! Si quieren entretenerse, pueden buscar 5 rostros de perfil entre las flores…




La Psicología de la Gestalt se ocupó, en extenso, de estudiar como el cerebro trata de captar los estímulos que recibe en forma de  conjuntos organizados. Ahora bien: estas “interpretaciones organizadas” no tienen por que ser únicas: de un mismo “campo de estímulos” podemos extraer diferentes “versiones organizadas”. Dicho de forma simple: podemos descubrir diferentes “imágenes”. El ejemplo más legendario, sin duda, es la “figura ambígua joven/vieja” del dibujante  W. E. Hill, de 1915.  ¿Ven la bruja o la damisela? ¿O pueden ver las dos?



En este ejemplo se puede ver una rana, pero si la miran en vertical, girando 180 grados… podrán ver otro animal.



Otras típicas variaciones  son las que nos ofrece el contraste de figura- fondo, como el famoso “Jarrón de Rubin”: ¿ven una copa o ven dos caras?



En esta otra, podremos elegir entre ver un saxofonista narigudo... o recrearnos en un rostro femenino.



Y mirando esta foto, seguramente podrán adivinar qué están esperando esta pareja enamorada.



Los ejemplo pueden ser infinitos…Sirva todo ello como simplísimas metáforas, como el pálido reflejo de la sombra…  de una sombra… en el agua… para imaginar… para presentir la inefable fecundidad y magnificencia del Universo… del Kosmos… del Vacío Cuántico… del Tao…

Este Campo de Potencialidad Pura ya había sido intuido, en cierta forma,  por la arcaica mitología griega. Desde tiempos antiguos, en ciertos momentos, el hombre ha barruntado profundos enigmas... ha llegado a intuir Arquetipos Transpersonales, los cuales trataron de plasmar y representar de acuerdo con las posibilidades del discurso histórico del momento. 




Ese fue el caso del símbolo con el que se representó el signo zodiacal de Capricornio. Es decir: la cornucopia o el Cuerno de la Abundancia.



La leyenda mitológica hace referencia a la cabra Amaltea, la que amamantara a Zeus, cuando infante, escondido en las cuevas de Creta para que su padre Cronos no se lo zampara (¿Recuerdan el terrible cuadro de Goya: Saturno devorando a sus hijos? ¡Así de tremendo podemos percibir al Tiempo!). Después, en agradecimiento, Zeus  inmortalizaría a su cabra nodriza y la pondría para siempre en las estrellas, convirtiendo un cuerno suyo en el Fabuloso Cuerno de la Abundancia (Capri-cornio = el cuerno de la cabra).



Con todo lo expuesto, se puede ir hilvanando la intrigante sugerencia de que al final resultará que el Universo vendrá a ser como la  sorprendente chistera de un mago… pero que, a la vez, necesita del propio ilusionista, para que vaya metiendo su mano dentro y comience a sacar conejos, palomas… serpentinas  o interminables pañuelos de múltiples colores…



Dije también, en el segundo post de esta trilogía, que “Dios era inmisericorde”… y apostillé: “no ejerce piedad, altruismo o compasión.”  Todo ello a resultas de que el “Tao  lo rige todo de acuerdo a la Ley Natural”.  ¡Bien! ¡Pero  esto no quiere decir que la piedad, en realidad,  no exista!  ¡No quiere decir que el Amor no exista! ¡Todo lo contrario! ¡El Amor está ahí! ¡Esperando a que tú lo encuentres… a que tú lo descubras! ¡A que lo expreses!

Resulta que es a través  del ser humano, de la conciencia despierta en el organismo humano como el Amor puede expresarse. El Kosmos, El Tao, Dios… está esperando a que despiertes… y expandas tu sensibilidad para que la Existencia conozca lo que es el Amor… a través de ti.

El Kosmos, el Tao… Dios no puede expresar el Amor si no es a través de ti. Aunque el Amor sea divino, Dios es incapaz de expresarlo… si no es a través del hombre, si no es a través de la conciencia despierta y manifiesta en el Universo. Por eso, puede encontrarse citas religiosas que digan cosas como que “Dios te necesita”.



“El Amor está ahí fuera”… pero necesita un vehículo que lo haga manifiesto, al igual que se necesitó la “invención” o el descubrimiento de   la bombilla incandescente para hacer que se manifestara la luz que origina la electricidad…

El Amor está ahí…, digo,  pero es tu conciencia activada, tu conciencia expandida la que lo descubre… y entonces… a través de ti se hace visible, se hace manifiesto… ¡Es a través de ti que puede acontecer el Amor en el mundo… en la Existencia!

También, lo físicos cuánticos nos están diciendo que se necesita un observador para crear un evento en el espacio-tiempo. Es decir: que se necesita un co-creador para transformar lo invisible en visible. Se necesita de nuestra participación para transformar lo no- manifiesto en manifiesto. Se necesita al ser humano para expandir los horrores de la Caja de Pandora… y para extraer las maravillas del Cuerno de la Abundancia…



Parece, entonces, que todo sea como un gran Chiste Cósmico, una perífrasis, un rodeo que el mismísimo Tao, que el mismísimo Dios, se ve obligado a realizar para seguir el rigor de la ley Natural… ¡Es la Danza de Shiva...!



…Mientras tanto… ¡la Verdad sigue estando ahí: fuera y dentro! ¡Pero lo más importante es que está ahí…  para ti! ¡Te está esperando!

      ¿Y tú… a qué esperas?