Explicaba en la primera parte de este post, que en el ámbito de las relaciones sociales, también con la verdad se suele cometer excesos. Así como bajo el inmaculado nombre de Dios se ha llegado a perpetuar las más abyectas atrocidades, igualmente, amparados bajo el sacrosanto concepto de la Verdad nos permitimos licencias que, en realidad, esconden nuestra ignorancia, nuestra incontinencia, nuestra vanidad y nuestra inmadurez.
Acababa el post recordando la gran importancia del timing en la relación psicoanalítica (y psicoterapéutica, en general): la atención y el cuidado con que tratan los psicoanalistas la prudente y ajustada dosificación de sus intervenciones, con respecto a sus pacientes. Encontrar el momento oportuno se convierte en algo fundamental. Cualquier comentario prematuro conduciría a bloqueos perjudiciales, por lo cual el psicoterapeuta debe resistir toda tentación de ofrecer ningún comentario, mientras no se produzca el momento pertinente para ello, aunque el paciente lo suela reclamar con insistencia.
Tanto es así, que el silencio forma también parte de la cura en gran medida. Muchas veces, ni siquiera se cae en la cuenta de que si el psicoanalista fuera informando al paciente, directamente, de todo lo que fuera descubriendo dentro de él, éste no podría resistirlo. Pues ya no sólo se trata de que las verdades duelan... sino de que se puedan soportar.
Una ilustración bien sencilla y clarificadora sobre los efectos impertinentes y destructivos de un “exceso de verdad” en las relaciones personales, nos la ofrece un satírico cuento de Quim Monzó. Si no recuerdo mal, llevaba por título: “ Amb el cor en la ma.” ("Con el corazón en la mano.") El relato viene a explicar como una pareja de enamorados, tras un arrebato de pasión e intimidad, se prometen amor eterno además de hacerse el juramento de decirse siempre, en todo momento, la verdad. Sólo la verdad y toda la verdad.
Tras lo cual, ella le invita a él a una cena romántica, en un restaurante, para celebrar tan precioso gesto de mutua y absoluta confianza. “¡Maravilloso, amor mío!”, le contestó él, o algo por el estilo, mientras en su interior va pensando que en esos momentos lo que menos le apetece en el mundo es levantarse, vestirse y salir de casa para ir a un restaurante a cenar. Pero lo hará por ella, ¡Eso y cualquier cosa! ¡Tan grande es su amor! Sin embargo… de repente, le asalta un inquietante pensamiento: ¡Habrá de decirle que no tiene ningunas ganas de salir para ir a cenar! ¡Ni siquiera tiene hambre! Y es que tan sólo hace unos escasos segundos que acaban de hacerse el juramento. Ya saben: Siempre y en todo momento, sólo la VERDAD. “¡Tendré que decírselo! ¡Pues bien empezaríamos si no…!”
“No pasa nada, cariño. ¡Lo entiendo perfectamente!” “¿De verdad que no te enfadas conmigo?” “¡Por supuesto! Además: ¿cómo puedes dudarlo, si hemos de confesarnos siempre la verdad?” “¡Es verdad!”
Entonces, ella se vio obligada a añadirle (porque debía decirle la verdad), que había pretendido sorprenderlo yendo al “restaurante japonés”. ¡El lugar donde ellos se conocieron! ¡Donde se enamoraron! ¡Donde se declararon! ¡Un lugar simbólicamente sagrado para ellos!
“¡Ah, bueno: si es en el restaurante japonés, la cosa cambia!”, contesta él. “¿De verdad?” “¡Por supuesto! ¿Cómo puedes dudarlo…?” Y se dirigen al restaurante japonés, mientras él comienza a pensar en que, en realidad, no le gusta nada la comida japonesa. ¡En verdad: la abomina!¡Le repugna! ¡La odia! Que maldita casualidad que llegaran a conocerse en un restaurante japonés… ¿Pero qué está pasando? Ahora está obligado a decírselo a ella. Ya saben: siempre y en todo momento: LA VERDAD AL DESNUDO.
Ya pueden deducir lo que acaba ocurriendo: en menos de una hora de obligadas revelaciones, por rigurosa obediencia a la verdad, creen descubrir que toda su relación está basada en una montaña de “engaños”. Y su impuesto juramento les sigue obligando a confesarse la desconfianza que ahora sienten mutuamente, etc., etc. ¡Todo de sopetón! ¡Ahí no había ningún timing que valga! ¡Todo a saco! Y antes de terminar la velada, acabaron por jurarse odio eterno y su deseo de no volver a verse nunca más.
¡Ahí tienen un magnífico espectáculo de un “Exceso de verdad!”
(Continuará en el siguiente post.)