La creación
del universo no es un suceso, sino
un proceso.
Así pues, la
“creación” se está produciendo en
este momento; está sucediendo ahora… “Ahora
y siempre… por los siglos de los siglos…”
Desde esta
perspectiva, entre “creación” y “evolución” deja de haber conflicto
alguno, puesto que desde este enfoque se convierten en sinónimos: la creación
como proceso continuo, la creación dinámica, evolutiva… De igual modo, el
hombre también se encuentra en el mismo
proceso de evolución. La vida ha evolucionado
y así ha conseguido expresarse en la forma humana. Paro nada ha acabado:
el hombre sigue evolucionando y continuará haciéndolo. El ser humano posee
infinitas potencialidades, lo cual le permite seguir creciendo hacia nuevos
niveles de conciencia y de manifestación. Pues también el hombre es un proceso.
La vida sigue penetrando en la vida,
como dijera Zarathustra, y lo hace para ser más elevada, para estar más
despierta. Aquí radica el secreto de la felicidad, de la verdadera alegría, de
la psicohedonia: estar siempre creciendo, percibiendo el panorama de la
existencia desde nuevas alturas. Cuando dejas de crecer… comienzas a envejecer. En una ocasión, cuando tenía noventa cinco años de edad, al músico catalán Pau
Casals, violoncelista por excelencia, un joven periodista le hizo una
entrevista y le preguntó, admirado, que cómo era que a su edad practicaba
todavía el instrumento seis horas diarias. A lo cual, el maestro le respondió: “Porque me parece que estoy haciendo
progresos.”
¡Esa es la
divina locura! ¡Creces o envejeces! Ese crescendo
ad libitum, ese fluir constante es el Rio de la Vida. Ese descubrir eterno
representa la aventura del Espíritu. La vida, en su manifestación directa y
plena, representa una superación permanente en donde todo está en movimiento,
donde todo está creciendo, tratando de ir más allá de sí mismo. Cuando somos
conscientes de este fenómeno, cuando lo
observamos desde la Psicohedonia, con mirada psicohedónica, comprendemos el hecho de que todo está tratando de
mejorarse a sí mismo, de volverse más hermoso, más auténtico. Y es que todo se
encuentra bajo la influencia de este principio poderoso: el Principio de
Superación. Esta es la ley fundamental del Universo, el fundamento de la vida.
Sin este
principio, las cosas habrían sido creadas y permanecido estáticas, sin
crecimiento posterior. En ese caso no habría existido la Evolución y el
Universo se habría quedado sin transcendencia. Es decir: reducido a una mera
colección de cosas acabadas, terminadas y, por tanto, inertes: un inmenso
cementerio, sin el más mínimo pálpito de sentimiento ni emoción. ¡El
aburrimiento absoluto! ¡La apatía total! ¡El peor de los infiernos! En cambio,
este Principio de Superación introduce motivación. ¡Inyecta entusiasmo! Pone a la vida en marcha y
el espectáculo se anima de lo lindo. Como en un circo cósmico, donde se nos
invitara a participar en un estremecedor “más
difícil todavía”, la existencia se recrea en ir desplegando una espiral
ascendente, una danza alucinante de infinitas posibilidades. Mediante el
Principio de Superación, el fundamento de la vida consiste en una superación
que insiste en superarse continuamente a sí misma. La poderosa atracción
magnética de un horizonte que nos reclama eternamente con nuevos desafíos, llamándonos
hacia infinitos y subyugantes espacios desconocidos. En eso consiste la libertad transcendental, la que nos
permite que la vida continúe siempre… y por siempre. Pues la vida puede
continuar viva… mientras siga creciendo, mientras siga superándose a sí misma,
transcendiendo.
En esa expansión
magnífica, en busca de ese horizonte divino, la vida no puede encontrar su
punto final. Mientras se manifieste el Principio de Superación… no existirá
realmente la muerte. Con el Principio de Superación y gracias a él, tan sólo LA
VIDA… ES.
Escrito por Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona- Tel. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.COM