lunes, 11 de noviembre de 2013

Te amo tanto que no te necesito” (3ª. parte) (“¡Qué miedo da el Amor!”).



El Amor, explicaba en los posts anteriores, constituye la verdadera esencia de todo lo real. Por ello, el Amor representa una necesidad tan profunda que nos resulta del todo imposible vivir sin él. Sin embargo, lo paradójico del asunto es que al mismo tiempo… le tenemos miedo. ¡El Amor es lo contrario del miedo y, para colmo, resulta que le tenemos miedo al Amor! ¡Siempre, siempre la paradoja! Antoni de Mello nos lo mostraba recordándonos aquel precioso diálogo Zen entre un joven discípulo y su viejo maestro:


-¿Que es el amor?- preguntó el discípulo.
-La ausencia total de miedo- contestó el maestro.
-¿Y qué es a lo que tenemos miedo?- volvió a preguntar el discípulo.
-¡Al Amor- respondió el maestro- … al Amor!


De todas maneras, en vista de que su “consumo” es de tan vital necesidad, algo había que hacer, y entonces ocurre lo que dice el viejo refranero, que “a falta de pan…  buenas son tortas.” Y así, sucede que en ausencia del valor necesario para atrevernos con el verdadero Amor, nos vamos apañando con sustitutos y sucedáneos (“ensayos de amor”). Y cuando uno anda tan necesitado, hasta con lo falso se disfruta (¡Al menos por un tiempo!).


          Si, en cambio, llegáramos hasta la ausencia total de miedo, entonces abriríamos las manos y los brazos y nos ofreceríamos sin condiciones como un corazón tendido al sol, dejándonos fundir con la existencia.  En una ausencia total de miedo temblaríamos, pero de gozo, como una gota de rocío que se ofrece confiada a la luz de la mañana, y bailaríamos a todas horas porque el amor es la danza de la Vida. Pero aún no sabemos llegar a eso y mientras vamos desarrollando la capacidad de amar con plenitud, diferentes y múltiples formas de egoísmo, que a la vez son reacciones defensivas ante el miedo, se disfrazan de “amor”, de la misma forma que el lobo de la fábula lo hacía con la piel del cordero. Es el proceso inevitable de ensayo-error para dominar el arte y el oficio.

            Así, todo amor particular y exclusivo suele estar cargado, en mayor o menor medida, de posesividad y de exigencias, sin apenas darnos cuenta de que la exigencia, en sí misma, ya es un acto de egoísmo. Pero la mente, a menudo, suele ir de un extremo al otro y tanto se descarría por exceso como por defecto. De ahí que, incluso, la opinión popular del “sacrificio romántico” también parta de un error de medida, de un desequilibrio. En la idea de que si se ama a alguien, entonces se ha de anteponer siempre la felicidad del ser amado a la propia, hay una distorsión, pues la felicidad de una persona no debe sustentarse en el sufrimiento de otra. Esto me recuerda la reflexión ética de Spinoza, cuando escribió aquello de que “el que da sin placer, no es generoso, sino, tan sólo, un avaro que se esfuerza.” Es del todo injusto exigir a nadie a que renuncie a su derecho a la felicidad, mientras que, por otro lado, el dar ha de ser siempre la expresión de un sentimiento jubiloso: si cuando damos no sentimos alegría, entonces… es que no estamos dando.




Con todo esto es fácil confundirse, pues el apego y el aferramiento simulan a toda costa un amor intenso, cuando la verdad es que difícilmente van más allá de la dependencia y el refugio. Por su parte, los celos y la posesividad también reclaman “derechos de amor”, cuando, en realidad, navegan entre el narcisismo y la neurosis. La mentalidad obsesiva y  mercantilista da por hecho que  todo es susceptible de ser comprado y vendido, y poder decir: “esto es mío”, para pretender ejercer un control total sobre ello, incluso con las personas, alienándolas y rebajándolas, así, a la categoría de objetos.


            Pretender cambiar al otro porque queremos que se comporte como a nosotros nos gustaría es robarle su libertad, es usurparle su derecho existencial a asumir su responsabilidad, a decidir su propia vida. A veces, justificamos nuestras exigencias autoritarias pretendiendo saber mejor que nadie lo que al otro le conviene y aludiendo que actuamos “por su propio bien”, cuando en el fondo lo que suele ocurrir es que no nos atrevemos a soltar nuestra interesada visión, nuestro apego posesivo y, de esta forma, atentamos contra el respeto y la sagrada libertad de la persona.

            Y ya que comenzaba este post revelando la idea de que el Amor, en el fondo, nos da miedo (ya lo preanunciaba con el subtítulo), pues bien, vaya como colofón la reflexión consecuente: el amor nos da miedo… porque el Amor representa una muerte…




            …Representa  una muerte, tal vez aún más profunda, más total que a lo que habitualmente llamamos muerte, que es a la muerte física… Pues entrar en el Amor, zambullirse en el Amor es lanzarse a un abismo profundo: una caída libre hacia el fondo del otro, hacia el fondo del mundo, hacia el fondo de la Vida… hacia el fondo de Dios… Un viaje hacia el fin de la Noche, donde entregamos el ego. Pues el Amor… es la muerte del Ego.


            Miren por donde, esto me recuerda a una antigua canción de Los Chunguitos, aquella vieja rumba que jaleaba: “Si me das a elegir/ entre tú y mis ideas/ que yo sin ellas/ soy un hombre perdido./ ¡Ay, amor… me quedo contigo!”

             Continúa  -y acaba- en el próximo post.)


Escrito por:Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-      T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

            

4 comentarios:

  1. QUÉ FUEEEEEEEEERTE... PERO QUÉ CIERTO¡¡¡ .
    Me encanta tus reflexiones...me llegan como agüita de mayo.jajajaja
    Por qué no nos enseñan desde pequeños ....y no, que nos confunden con pelis, educación emocional erronea y programaciones múltiples falsas o equivocadas.??? ainssssss.
    abrazos.

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    1. Tu feed-back positivo también se recoge como agua bendita.
      Gracias, Maia-María, por participar.

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  2. Dios mio¡ cuánto nos queda por aprender, creo que cuando haya aprendido a amar, tendré demencia senil de vieja, revieja, jeje.
    Aprovecho para enviarte un abrazo lauren, no te imaginas lo importante que es para mi tu terapia.
    Mil gracias
    Fdo Sonia Ibáñez

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    1. No te preocupes, Sonia, que cuando hayamos aprendido a amar, con mayúsculas, entonces no habrá vejez ni senilidad que pueda afectarnos.
      Gracias por seguirme.

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