Aquí y ahora, en el hemisferio norte,
vuelve de nuevo, en su eterno retorno, la llegada de la primavera.
Por estas fechas me gusta escuchar canciones de Silvio
Rodríguez y abrir las ventanas al amanecer, para poder estar presente cuando la
eterna y siempre jovial Proserpina haga nuevamente su aparición, diciéndole
adiós al Invierno. Hasta puedo ver ya la forma de una flor en las nubes de la
mañana, pues las paraidolias de mi mente me invitan a jugar a proyectar
jardines en los cielos nubosos de marzo... Y es que parece que ya todos estamos
impacientes... como esperando abril...
A lo largo de la historia de la Humanidad, antes de los avances
tecnológicos, de la protección que nos ofrece la ciencia actual y el
confort que nos ha traído la modernidad, el ser humano vivía mucho más
desvalido y vulnerable, aunque por ello también mucho más enraizado en la
Naturaleza.
Entonces, los ciclos estacionales se percibían y se vivían de
forma intensa, pues la vida se experimentaba de forma sobrepuesta al mundo
natural. Piensen que antes de que se descubriera el uso de la electricidad
(recuerden que la bombilla eléctrica se patentó en el año 1880, como quien
dice, hace cuatro días), el invierno era sinónimo de oscuridad. Era sinónimo de
frio, de enfermedad y de muerte. Antes del desarrollo moderno de la medicina,
durante el invierno entraba siempre la Muerte en casa...
Las familias eran extensivas, eran clanes familiares. No
existían los antibióticos, los antitérmicos… ni siquiera existía la higiene. La
alimentación era pobre… Cualquier gripe invernal se llevaba por delante al que
estuviera más débil: al abuelo, al recién nacido, a la embarazada… El invierno era sinónimo de temporales, de frio intenso, de
nieve, de oscuro sufrimiento, de muerte, de dolor… De mucho dolor. ¡La
Humanidad hunde sus raíces en el dolor!
¡Y la Primavera la sangre altera! Eso es lo que dice el dicho
popular. Pero para que comprendamos a fondo este célebre refrán, mi teoría es
que deberíamos compararlo con el síndrome que actualmente se conoce como Estrés Postraumático.
El primero en analizar este cuadro fue Freud, con lo que él denominó Neurosis traumática y también Neurosis de guerra. En
definitiva, de lo que se trata es de que cuando nos encontramos sometidos a
experiencias desgarradoras, a una situación de estrés intenso, brutal… en esos
momentos el organismo trata de resistir con todas sus capacidades. Aguanta como
puede, mientras dura el peligro. Pero después, cuando el huracán ha pasado, es
cuando nos sale a fuera los temblores, cuando se desatan las emociones y
cuando, incluso, nos venimos abajo.
Que la llegada de la primavera traiga consigo la animosidad y la
excitación es del todo comprensible, con el aumento de la luz y de la
temperatura que a la vez estimula la liberación de hormonas: melatonina,
feromonas… que a su vez hace aumentar el impulso sexual, etc., etc. ...
Pero es teniendo
en cuenta la inmensa trascendencia que representaba para la Humanidad, desde
los tiempo antiguos, el dejar atrás el oscuro y fatídico invierno como se puede
valorar y hacer justicia a la exaltación y al jubileo del equinoccio primaveral, al retorno de Perséfone...
Y, al mismo tiempo, si recordamos el fenómeno del estrés
postraumático podremos comprender, igualmente, que también puedan darse, sobre
todo en los primeros compases de la primavera, justamente el efecto inverso.
Pues es de siempre conocido que en primavera aumentan los trastornos
emocionales y que la clásica “astenia primaveral” hace que uno se sienta
venir abajo, ya que este cuadro se caracteriza por un profundo cansancio,
agotamiento y falta de energía.
Pero ya saben que la vida es paradójica. ¡No paro de repetirlo!
Lo esperable es que con la llegada de la primavera vuelvan y aumenten las
energías, los ánimos y las ganas de vivir. ¡Y esto es lo que generalmente
ocurre! ¡En esto consiste la celebración de la primavera! ¡El eterno Retorno!
Pero también, conociendo los efectos postraumáticos del estrés, puede
resultarnos igual de comprensible el hecho de que cuando llevas meses y meses…
largos e interminables meses apretando puños y dientes, encogido por el frio y
por el pánico… Meses inacabables, con amagos traicioneros, hacia el final,
de ligeras bonanzas, como canta el refranero catalán: “Març, marçot, tira a la vella al
sot i a la jova si pot” (Marzo,
marzote, tira a la vieja al hoyo y a la joven si puede) (La variante popular
que más ha perdurado es: “Març, marçot, mata –o treu- a la vella de la vora
del foc, i a la jove si pot”)...
...meses sin dejar por un momento de dedicar rezos a tus
dioses, de practicar conjuros y sortilegios para intentar apartar de ti y de
los tuyos a la negra Parca, la cual ronda tan cercana y sin descanso, que has
venido sintiendo el aliento de la Muerte recorrer tu espalda, tu espina dorsal,
haciendo erizar los cabellos de tu nuca… Entonces, es igual de comprensible,
digo, que cuando empieces a notar que por fin, de verdad, se aleja el peligro…
…Que entonces puedas bajar ya la guardia… y que te salga todo lo
que has estado aguantando. Lo que has estando soportando… y a lo que has
sobrevivido. ¿Cómo no va a ser normal, entonces, que la sangre se altere? ¡Que
todo tu ser se altere! ¡Y que con los primeros signos de la primavera… empieces
a enloquecer...!
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com