El
cuerpo es nuestra casa. La única auténtica. La íntima… La que vamos a tener
(¡seguro!) durante toda nuestra vida… y, a la vez, nuestro cuerpo… somos
nosotros mismos, pues no hay que olvidar que el yo es, en primer lugar,
un yo
corporal.
En el
post de hace 3 semanas, el que titulé: “Integración
cuerpo mente”, hacía referencia a la habitual percepción de vivir nuestra
corporeidad de forma disociada. Lo mental y lo corporal, en lugar de integrarse
en una unidad orgánica, suele percibirse muy disociadamente. Por lo general,
nos identificamos, prioritariamente, con un yo mental, que solemos ubicar en la
cabeza, bajo el cual parece que cuelgue un cuerpo al que hay que dominar. Un
cuerpo que no conseguimos del todo vivirlo como Yo,
sino como mío. Metafóricamente, pareciera
que fuéramos, más bien, jinetes cabalgando sobre caballos (o mulas tercas) en
lugar de íntegros y vitales centauros.
Recordaba,
también, la clásica expresión de San Francisco de Assís: “nuestro pobre hermano
asno”, para referirse al cuerpo, pues ilustra a la perfección la idea que trato
de transmitir. Desde luego, podemos utilizar metáforas más modernas, por
ejemplo, todo esto me hace recordar a una serie de animación japonesa: la del
célebre “Mazinger-Z” ¿Recuerdan? En ella, el poderoso y legendario robot era
pilotado por el joven Koji Kamuto, desde la cabina de mandos, la cual era una
pequeña nave independiente (“el pilder”) que se acoplaba perfectamente en la
cabeza delo coloso mecánico… Desde allí, Koji gritaba: “¡Fuego de pecho!”,
“¡Puños fuera!”… y todas aquellas maniobras fantásticas…
De
manera similar, la mayoría de las personas, en especial los occidentales, hemos
reducido nuestra identidad personal y corporal a la cabeza. Vivimos en la
cabeza y desde la cabeza, perdiendo así la riqueza de sensibilidad que nos
ofrece el resto del cuerpo para experimentar la vida. De esta forma, resulta
que vamos por el mundo arrastrando un cuerpo
deshabitado, despreciando, sin, darse cuenta, su inmenso potencial.
Un cuerpo deshabitado viene a ser como un
palacio abandonado en el que acaban por colarse toda suerte de okupas que lo acaban
destrozando. Hay una parábola oriental que nos habla de una mansión, cuyo amo
marcha de viaje y deja al mayordomo en su lugar. El viaje se prolonga
indefinidamente y el mayordomo, al mando de la casa y de todo el personal,
acaba por olvidarse que él mísmo forma parte de los sirvientes y termina por
creerse que él es el legítimo señor de la casa. Sutil y aguda metáfora
para sugerirnos el énfasis distorsionado
que le damos a lo mental. O dicho de otra manera: de como la mente, o los
pensamientos, pretende apoderarse del cuerpo… y de la totalidad del Ser.
La
mayoría de las personas estamos centradas en la
cabeza. Sin embargo, la Bioenergética considera que el vientre es el asiento de
la vida. Y es verdad que también los orientales hablan de un centro vital que
llaman “hara”, que viene a significar “vientre” y que sitúan a unos 5
centímetros por debajo del ombligo. Tal vez muchos no consigan relacionar la
palabra “hara” más que con “harakiri”, el digno y sagrado sacrificio samurái, pero
Lowen, el máximo exponente de la Psicología Bioenergética, indica
explícitamente que “la pérdida de contacto con este centro vital lleva a la
persona al desequilibrio y la conduce a la ansiedad y la inseguridad”.
Por su parte, en el Zen resulta legendario el Sutra sobre la alegoría
de Enyadatta, en el que se cuenta que esta mujer, acostumbrada a mirarse cada día
en el espejo, descubre una mañana que no puede ver el reflejo de su cabeza.
Consternada, corre de aquí para allá, reclamando por todas partes su cabeza... aunque sus amigos tratan de explicarle, en vano, que sigue manteniendo la cabeza
sobre sus hombros, como de costumbre. Enyadatta sigue, no obstante, preguntando
por su cabeza y tienen que estirarle violentamente de los cabellos para que sus
gritos de dolor le devolvieran la conciencia de seguir manteniendo la cabeza.
En la
misma línea, Osho nos habla en su Libro naranja sobre una hermosa meditación
tántrica que él denomina “la meditación de la Guillotina”. Consiste, con sus palabras, en que “camines e imagines que la cabeza ya no está
ahí… visualízate a ti mismo sin la cabeza…” Y es que “descabezarse” resulta ser un gran ejercicio para aprender a habitar
el cuerpo.
Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
(Continuará en el siguiente post.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario