lunes, 9 de julio de 2012

“Habitar el cuerpo.” (2ª parte) (“¡Viva lo humano!”)




            Llevo una buena tanda de posts dedicándome a reflexionar sobre la conciencia sensorial.  Al demostrar esta atención sostenida al tema de lo corporal, en un Blog de Psicología Transpersonal, lo que estoy tratando de hacer es intentar compensar el injusto desprecio con que se ha tratado al cuerpo físico, a lo largo de la Historia, por parte de los buscadores de lo Transcendente.




            Los ascendentes han huido siempre del “mundo” y de la “carne”, como si se trataran de execrables productos del demonio, y con ello lo que han conseguido ha sido alejarse de lo fenoménico y de lo sensible. Los descendentes, por el contrario, se han entregado a la voluptuosidad de los sentidos sin profundizar lo suficiente como para lograr acceder a la inmanencia sagrada, a lo divino que mora dentro de la esencia de cada cosa (“Quebrad una rama y ahí me encontrareis, levantad una piedra… y allí estaré Yo.”).


            La lucha eterna entre los ascendentes y los descendentes, el cielo y la tierra, la Religión y la Ciencia, la mente y el cuerpo…  Los ascendentes siempre han acabado “colgándose” esquizotímicamente de lo abstracto, con los pies flotando en el aire y la cabeza en la luna de Valencia… mientras que los descendentes se perdían completamente en la acción, arrastrados sin remedio a la cíclica y caprichosa “Rueda de la Fortuna”, dando vueltas y más vueltas en el interminable sámsara del mundo…


            Y, es por eso que, integrar cuerpo y mente representa algo más que practicar una técnica holística de moda. ¡Es mucho más que eso! Representa poner fin a esta lucha eterna. Representa resolver para siempre esta guerra ancestral entre los dos mundos… La integración cuerpo-mente es el requisito necesario –y olvidado- para fundir inmanencia y transcendencia, para, así, acceder a la transformación que se precisa para la evolución de la conciencia.


            Un célebre aforismo oriental lo expresa con una preciosa metáfora: “La hermosa, blanca y pura flor de loto… hunde sus raíces en el sucio fango de los pantanos.” Queda bien patente, entonces, que sin el putrefacto humus del fango… no habría ninguna posibilidad para la flor… la cual, gracias a la oscura energía que sus raíces extraen del lodo, consigue elevarse, finalmente,  hacia el cielo y abrir sus blancos pétalos al sol…

            ¡Viva, entonces, el humus!  ¡El humilde, negro y pestilente humus! Y no olvidemos, de paso, que de humus deriva precisamente… la palabra humano.


                                    (Continuará en el próximo post.)


Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

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