Llevo una buena tanda de posts dedicándome a reflexionar sobre
la conciencia sensorial. Al demostrar
esta atención sostenida al tema de lo corporal, en un Blog de Psicología
Transpersonal, lo que estoy tratando de hacer es intentar compensar el injusto
desprecio con que se ha tratado al cuerpo físico, a lo largo de la Historia,
por parte de los buscadores de lo Transcendente.
Los ascendentes han huido
siempre del “mundo” y de la “carne”, como si se trataran de
execrables productos del demonio, y con ello lo que han conseguido ha sido
alejarse de lo fenoménico y de lo sensible. Los descendentes, por el
contrario, se han entregado a la voluptuosidad de los sentidos sin profundizar
lo suficiente como para lograr acceder a la inmanencia sagrada, a lo divino que mora dentro de la esencia de
cada cosa (“Quebrad una rama y ahí me
encontrareis, levantad una piedra… y allí estaré Yo.”).
La lucha eterna entre los
ascendentes y los descendentes, el cielo y la tierra, la Religión y la Ciencia,
la mente y el cuerpo… Los ascendentes
siempre han acabado “colgándose” esquizotímicamente de lo abstracto, con los pies flotando en el aire y la cabeza en la luna de Valencia… mientras que los
descendentes se perdían completamente en la acción, arrastrados sin remedio a
la cíclica y caprichosa “Rueda de la
Fortuna”, dando vueltas y más vueltas en el interminable sámsara
del mundo…
Y, es por eso que, integrar cuerpo y
mente representa algo más que practicar una técnica holística de moda. ¡Es
mucho más que eso! Representa poner fin a esta lucha eterna. Representa
resolver para siempre esta guerra ancestral entre los dos mundos… La
integración cuerpo-mente es el requisito necesario –y olvidado- para fundir
inmanencia y transcendencia, para, así, acceder a la transformación que se
precisa para la evolución de la conciencia.
Un célebre aforismo oriental lo
expresa con una preciosa metáfora: “La
hermosa, blanca y pura flor de loto… hunde sus raíces en el sucio fango de los
pantanos.” Queda bien patente, entonces, que sin el putrefacto humus del fango… no habría ninguna
posibilidad para la flor… la cual, gracias a la oscura energía que sus raíces
extraen del lodo, consigue elevarse, finalmente, hacia el cielo y abrir sus blancos pétalos al
sol…
¡Viva, entonces, el humus!
¡El humilde, negro y pestilente humus! Y no olvidemos, de paso, que de humus
deriva precisamente… la palabra humano.
(Continuará en el próximo post.)
Escrito por: Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
(Continuará en el próximo post.)
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