Cada época histórica tiene sus propios iconos, sus referentes que la caracterizan. Cada siglo, por así decirlo, tiene su palabra clave. Así, para el siglo X, y en general toda la Edad Media, podríamos elegir: “Infierno”. Para la Ilustración y el siglo XVIII, sin duda, sería: “Razón”. En el XIX podría ser: “Orden”. Para el siglo XX, seguramente, la palabra clave sería: “Libertad”. Y en las últimas décadas, aunque podríamos decir ya el “último medio siglo”, creo que no erraríamos si eligiéramos “STRESS” (Estrés) como concepto rey. Claro que hay más elementos que caracterizan a la modernidad: comunicación, información, interactividad, redes, Internet… pero en este mundo todo tiene un precio y en la actualidad, muy probablemente, el pago más extendido sea el Estrés.
Técnicamente se entiende por estrés al esfuerzo que realiza el organismo por adaptarse a la demanda de situaciones que, en general, se viven como amenazantes o, cuando menos, exigentes. Este esfuerzo de adaptación, en principio, es algo natural, es un hecho habitual de nuestra vida. No puede evitarse, por la sencilla razón de que cualquier cambio o novedad conlleva un esfuerzo adaptativo. Lo conflictivo comienza cuando se convierte en un sobreesfuerzo. Como dice el viejo refrán: “No mata la carga, sino la sobrecarga”. Y, sobre todo, lo que parece resultar más perjudicial, es cuando este sobreesfuerzo se va haciendo algo crónico, cuando se va convirtiendo en una forma de vida.
Ante la expectativa de cualquier tarea o situación que tengamos que afrontar, se genera en nuestra mente un cierto grado de ansiedad (ansiedad anticipatoria), cuya intensidad será proporcional al nivel de dificultad o peligrosidad que le atribuyamos. Según lo ansiosos que seamos, este periodo incómodo de espera será más o menos largo, de inquietud creciente.. Es lo que podríamos llamar: “la cuenta atrás.
Por otro lado, una vez acabada la tarea o situación “temida”, suele seguirle otro periodo de inercia ansiosa, ahora de intensidad decreciente, que podríamos llamarle: “resaca”.
Pues bien, podemos decir que el estrés se patologiza cuando los periodos de resaca y de cuenta atrás se solapan. Es decir: todavía no se ha extinguido un periodo de resaca cuando ya ha comenzado un nuevo periodo de cuenta atrás. Cuando estas intersecciones suceden una y otra vez, vamos sintiendo la vida de forma comprimida, donde las presiones del ambiente se van haciendo muy difíciles de soportar, hasta hacérsenos inmanejables.
Esta inmersión continuada en el estrés se relaciona con múltiples trastornos de salud: angustia, insomnio, malhumor, irritabilidad, fatiga mental, agotamiento, dolores, enfermedades… etc.
El ámbito donde resulta más popular reconocer el estrés es el laboral. Un estudio internacional, de 1999, arroja el significativo dato de que la tercera parte de los trabajadores europeos padecen estrés, y el 20 % sufren el síndrome de “burnout”. ¡Vamos: que están quemados!
Pero no se trata sólo en el ambiente laboral. Actualmente, la cosa empieza muy temprano. A los niños de 6 años ya se les impone una agenda: La Agenda Escolar, la cual se completa, para colmo, con otra apretadísima agenda de extraescolares. Puede que al niño le esté saliendo humo por las orejas, pero la cuestión es no perder el tiempo.
La enfermedad más aguda de la modernidad es la prisa.
No paramos de correr, aunque no acabemos de llegar jamás a ninguna parte: “¡Siempre llego tarde, donde nunca pasa nada…!”, cantaba Serrat en una de sus canciones.
Corremos a tal velocidad que no podemos aprehender de verdad, nos resulta imposible absorber a fondo. Todo queda a medias. Incluso menos: todo queda en la superficialidad. Nada cala lo suficiente… y por eso tenemos que repetir… La avidez nos domina y vamos de aquí para allá, intentando devorar datos y datos… que quedan sin digerir, padeciendo una diarrea crónica. En un mundo donde las cosas "las queremos para ayer", se hace emblemático el título de aquella película: “Si hoy es martes…esto es Bélgica.”
No paramos de correr, aunque no acabemos de llegar jamás a ninguna parte: “¡Siempre llego tarde, donde nunca pasa nada…!”, cantaba Serrat en una de sus canciones.
Corremos a tal velocidad que no podemos aprehender de verdad, nos resulta imposible absorber a fondo. Todo queda a medias. Incluso menos: todo queda en la superficialidad. Nada cala lo suficiente… y por eso tenemos que repetir… La avidez nos domina y vamos de aquí para allá, intentando devorar datos y datos… que quedan sin digerir, padeciendo una diarrea crónica. En un mundo donde las cosas "las queremos para ayer", se hace emblemático el título de aquella película: “Si hoy es martes…esto es Bélgica.”
¿Pero sabemos a dónde vamos…? ¡Qué más da, mientras podamos ir dando gas a tope a la moto! “No quiero eternidad, solo velocidad…” cantaba el grupo Gabinete Caligari, allá por los años 90, y mira por donde pienso que estaban poniendo el dedo en la llaga… (CONTINUARÁ, en el siguiente POST).
me ha gustado
ResponderEliminarNo recuerdo exactamente quien era, es lo de menos, que comentaba que la velocidad en nuestra era se ha convertido en un valor en sí mismo. Todo lo queremos de forma inmediata y en abundancia. Y ponía el ejemplo de la fotografia, que ha muerto de exito. Queremos que cualquier aparato haga fotos, para conseguir instantaneas al momento y absolutamente de todo. Y en realidad para qué. Pues parece ser que nada más que para llenar espacios de memoria de fotos que nunca más vamos a ver. Seguramente lo que nos interesa es hacer muchas fotos y muy rápido, pero nada más.
ResponderEliminarHoy no juego con ventaja, Lauren, auque no soy yo quien se moja que parafraseo a otro, pese a no recuerde quien es... :-) Un abrazo