Existe un dicho popular enormemente expresivo que reza: “Si pongo un circo, seguro que me crecen los enanos.” Siempre me ha parecido una ingeniosa y divertida ilustración de la celebérrima ley de Murphy. Por cierto, que tal dichosa ley admite infinitos enunciados. Ya saben, aquél de que “si algo puede salir mal, saldrá mal” o el de que “la tostada siempre cae al suelo por el lado de la mantequilla”.
Yo me suelo acordar siempre de la Ley de Murphy en esos lunes de mañanas radiantes de sol… justo después de pasarse todo el fin de semana lloviendo… Sobretodo cuando había planificado ir de excursión o a la playa… Y es que parece como si hubiera un principio universal que está esperando a que por fin lleves a lavar el coche para que precisamente después se ponga a llover a cántaros… ¡Y encima barro! ¡Pero no se acaba aquí, no! Las variaciones pueden ser infinitas: después de más de una hora buscando aparcamiento, cuando llegas a casa resulta que entonces hay un hermoso hueco delante de la puerta… El único recibo que ha desaparecido es el que ahora tanto necesitas y te vuelves loco buscándolo… Y es que si las cosas, alguna vez aparecen, pues resulta que se encuentran en el último lugar en que se mira. No se apuren que todos tenemos un plan que nunca funcionará y para limpiar una cosa no hay más remedio que ensuciar otra. En fin, que la Naturaleza, si puede, te venderá una moto.
Ante tal exhibición de fatalidad no es difícil pensar, como cantaba Joaquín Sabina, en su tema: “Con un par”: “… pero al loro, que el destino es un maricón…” Y más adelante, en la misma canción: “Destino chungo, cruel y canalla, te da champán y después cazalla…” Claro que también, como suelo venir explicando en este Blog, toda cuestión en esta vida puede tener un valor relativo. Todas las cosas que nos suceden, pueden reenfocarse desde un nuevo punto de vista. El mismísimo Freud llegaría a escribir una frase, en su autobiografía, que contiene una agudísima reflexión: “Soy un hombre afortunado: nada en la vida me ha sido fácil.” El creador del psicoanálisis estaría aludiendo aquí, de forma evidente, al valor altamente positivo que puede llevar encerrado toda adversidad. Como si toda frustración representara un motor que empuja a las personas a superarnos hacia la evolución, hacia el crecimiento personal y a la realización de nosotros mismos.
Mire, pues, por donde, el genial psicoanalista preconizaría la importancia del dolor y el sufrimiento y se adelantaría así casi medio siglo en lo que acabaría siendo un concepto, cada vez más fundamental, en la Psicología Humanista: lo que actualmente se conoce como “Resiliencia”.
Resiliencia es una hermosa palabra que deriva de la voz latína: “resilio”, cuyo significado etimológico sería: volver atrás de un salto… rebotar… resurgir. A la vez, resulta ser un término que proviene de la física y de la metalurgia (igual que stress), refiriéndose a la capacidad “elástica” de los metales, de recuperar su forma y estructura tras ser deformados por un impacto. Ahora la psicología y la sociología han adoptado la palabra con auténtica fruición, viendo en la actitud resiliente algo mucho más profundo que un simple rebotarse. La resiliencia nos proporciona a los seres humanos la capacidad de sobreponernos a los impactos dolorosos de la existencia, integrando el dolor y resurgiendo fortalecidos por el mismo, como el avefenix que resurge triunfal de sus propias cenizas (mi padre decía que la vida te enseña a base de hostias).
Desde La cenicienta a Harry Potter, pasando por El patito feo, son relatos de historias resilientes, como lo fue la del personaje bíblico de Job, o la vida del genial Beethoven o la del psiquiatra Victor Frankl, que tras su experiencia en los campos de concentración nazi, desarrolló la "Logoterapia", una psicoterapia centrada en la búsqueda del sentido de la vida. Resulta que desde antiguo, los místicos decían que “el dolor es la primera vía hacia el conocimiento”, y hasta el propio príncipe Sidartha, más conocido como el Buda, necesitó encontrarse de cara frente al dolor del mundo, pues únicamente tras el descubrimiento de la existencia de la miseria, así como de que la enfermedad y la muerte aguardan al hombre, fue cuando decidió abandonar la placentera vida dentro del palacio, para hacerse mendigo y lanzarse de lleno a la búsqueda de la Verdad. ¡Y no paró hasta encontrar el nirvana!
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