Todo lo que hacemos en la vida son “ensayos de amor”, comentaba en la 1ª.
parte de este post. Sé que tal propuesta podría parecerles una consideración
disparatada, y más a tenor de la abundancia de abusos, injusticias, guerras y
demás horrores que impúdicamente exhibe
nuestro mundo… Aún así, insisto: cualquier acto que se realice representa, en alguna medida, un ensayo de amor....Pero lo primero que hemos de tener en cuenta es que los ensayos… no siempre salen bien, y,
desde luego, menos aún cuando todavía no se domina el oficio. Todo lo
contrario: para conseguir la excelencia en cualquier arte es preciso entregarse
a fondo y atravesar con perseverancia un largo proceso de ensayo-error. Y para el caso del Amor, no se iba a ser menos, aún más
tratándose de la madre de todas las artes… de la más grande de todas las
maestrías.
El amor es la Esencia de todo… y lo
que le da sentido a todo. Y tras él vamos todos… en su búsqueda. Una búsqueda
desesperada, sedientos de amor. Una sed de amor, que en su extremo se
manifiesta como un miedo atroz que nos paraliza. “Entre el amor y el miedo… anda el juego”, escribía en la frase final del artículo.
¿Amar es dar… o recibir…? ¿o dar y
recibir…? Volvemos de nuevo al largo proceso de aprendizaje: De entrada el
infante necesita recibir de forma
incondicional para su propia supervivencia. Y no sólo alimento, sino cuidados y
afecto. En la segunda infancia irá comenzando a descubrir la importancia del intercambio y, si todo ha ido bien, hacia
los seis años irá saliendo de su egocentrismo fundamental e irá descubriendo, paulatinamente, la existencia
de otros puntos de vista… la existencia emocional del “otro”.
Al llegar la pubertad, cobra una
fuerza imparable el impulso de búsqueda amorosa a través de lo sexual, de lo
erótico, de lo romántico en la persona
del “otro”, en la pareja. Un amor particular y exclusivo que aún tantea, entre
las tinieblas del miedo, una ilusión de amor basada en la necesidad psicológica
de sentirse considerado como “especial”. Busca la “unión”, sí, que es la
esencia profunda del amor (la unidad), pero lo suele hacer todavía de una forma exclusiva y posesiva.
En el amor romántico y
exclusivo se busca a quien parezca que
posea ese “yo ideal” que uno desea a toda costa, para poder sentirse más
completo. Así, sin darnos cuenta, aún sigue dominando el miedo, pues este tipo de
relación sigue alimentando la convicción en la propia carencia, en la propia
dependencia compulsiva, en la propia pequeñez. “Ella es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy
nada…", cantaba el célebre
bolero. Este ensayo de amor representa, todavía, un mendigar afuera lo que no se ha
conseguido encontrar dentro de uno mismo, que en el fondo es perdón y
aceptación. El amor exclusivo y romántico exige, pues, que se nos considere
alguien sumamente especial, y de esa forma es como se consigue despistar,
temporalmente, nuestro doloroso sentimiento de separación y nuestros profundos
complejos de culpabilidad.
En definitiva: despistar el miedo.
En definitiva: despistar el miedo.
(Continuará
en el siguiente post.)
Escrito por:Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona- T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
Gracias, continúo cogiéndotelo prestado. Hoy pondré todos tus datos, por si alguien desea contactar contigo. :)
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.