Acabé el anterior artículo aludiendo a las prisas y a la velocidad que nos impulsa el modelo de la vida moderna.
Hablábamos del estrés, de cómo una reacción del organismo que es natural y correcta, una respuesta sana de adaptación, acaba transformándose en patológica por sobreestimulación y sobreexigencia de la demanda, al irse sobreponiendo los ciclos de estrés (“cuenta atrás-resaca”) sin permitirse periodos de descanso, o reposo, entre un ciclo y otro. Con todo ello, la persona sometida a una inmersión crónica de ciclos de estrés continuos, acaba dominada por emociones de alarma, lo cual traerá como resultado infinidad de desórdenes y dolencias, así como una debilidad tremenda del poder personal.
Pero también es preciso enfatizar que la fuente del estrés no ha de localizarse, sencillamente, en las circunstancias externas, sino, más bien, en nuestra propia reacción o respuesta a ellas. Y no es que me invente nada nuevo, pues ya escribía Epícteto, el filósofo estoico, hace 20 siglos: “No son las cosas las que atormenta a los hombres, sino lo que el hombre piensa sobre las cosas.”
Si me disculpáis la frivolidad, podría poner el fácil ejemplo, de viva actualidad, de que el Barça de Guardiola es un sueño hecho realidad para unos, mientras que está siendo una pesadilla para otros. Puede que muchos hinchas “merengues” estén percibiendo este evento con una subida estresante de adrenalina, mientras que por parte de los “culés”, lo que estarán viendo aumentadas serán sus endorfinas, promotoras del bienestar.
Así pues, para comprender y manejar el estrés es fundamental el tener en cuenta nuestras actitudes. No es tan importante lo que vivimos, sino cómo lo vivimos: cómo nos tomamos las cosas. En definitiva: nuestra posición ante el mundo.
Por todo ello, había remarcado, en la 1ª parte de este artículo, el tema de la “prisa” como actitud vital de la mente moderna. Hacía referencia a que todo lo vivimos con prisa, imponiéndonosla desde la misma infancia. Y acababa, ejemplificándolo, con la cita de una frase de la canción “Sólo se vive una vez”, del grupo Gabinete Caligari. Concretamente, la que dice: “No quiero eternidad, sólo velocidad…” Fíjense bien, que por aquí parece venir el tema. Un tema absolutamente ligado al triunfo de la modernidad.
Permítanme una pincelada de reflexión histórica: “la dignidad de la modernidad”, escribió Weber, se basa en haber conseguido separar las diferentes áreas del saber. Ello permitió que la Ciencia y la Religión se separaran. "¡Gracias a Dios!" ¡Hasta entonces, siempre que descubrías algo nuevo te jugabas el pellejo! Pero como suele ser habitual, mientras no acabamos de dominar un asunto, siempre se nos va la mano, y así ha sido que nos hemos ido al otro extremo: de la dignidad… a la miseria. De la dictadura de la religiosidad carca: mítica, ingenua, condenatoria, dogmática y asfixiante… a la tiranía del materialismo postmoderno: rígido, local, mecanicista, hueco, vacío y fútil.
Mientras encontramos el equilibrio (la síntesis del conocimiento) la ciencia se apura, actualmente, por integrar algo de la totalidad perdida invocando con urgencia a la Bioética.
Mientras encontramos el equilibrio (la síntesis del conocimiento) la ciencia se apura, actualmente, por integrar algo de la totalidad perdida invocando con urgencia a la Bioética.
Pero volvamos a lo nuestro, para intentar conectarlo con todo esto: La más aguda de nuestras enfermedades modernas es la PRISA.
¿Pero quién desborda nuestras agendas?
“Las exigencias de la Vida Moderna”, decimos.
¿Pero quién impone esas exigencias?
“La Sociedad”, contestamos.
¿Pero quién es la Sociedad…?
¡Ahí te quiero ver! … ¡Pues las personas! ¿Quién si no?
La Sociedad la constituyen las personas. ¡No nos equivoquemos! La Sociedad está formada por todos y cada uno de nosotros.
La Sociedad la constituyen las personas. ¡No nos equivoquemos! La Sociedad está formada por todos y cada uno de nosotros.
Entonces, en el fondo, somos nosotros mismos quienes nos hemos impuesto este ritmo trepidante. Nos cuesta aceptarlo porque si en algo somos expertos es en el arte del escapismo y acabamos siempre eludiendo responsabilidades y ”echándole la culpa al Booguie” (otra vez).
Así pues, encarándonos con el tema: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tenemos tanta prisa? ¿Cuál es el tren que parece escapársenos a cada instante…?
En la mente del hombre moderno, la idea que domina es la conciencia del tiempo.
Ha sido algo inevitable: la visión moderna del mundo, dominada por la hegemonía del empirismo y del materialismo científico a ultranza, se ha disociado por completo de todo fondo místico o espiritual, con lo cual nos hemos visto arrojados a una percepción angustiosa de la brevedad de la vida. Vida, esta, que una vez despojada del misterio de lo invisible, se nos muestra hueca y vacía de significado. “Soy un accidente… Un error de medida…” cantaban, por la misma época que los Gabinete, el Último de la Fila, quienes iban pidiendo “paso al Ansia de vivir.”
Nos hemos hecho tan conscientes del tiempo que nos resulta imposible esperar. Esperar en un semáforo o en una cola exaspera, hasta el punto que algunos desarrollan crisis de ansiedad. Esperar un minuto para una descarga completa de un libro, en Internet nos resulta tremendamente tedioso ¡¡Uff!! (¡aunque este sea gratis y pirateado!)¡ Queremos el libro al instante! ¡Exigimos el último éxito musical al instante! ¡La última película de estreno al instante! ¡Todo lo exigimos al instante! ¡No es de extrañar el gran éxito obtenido por las cafeteras de cápsulas de café instantáneo! ¡Nada que ver con el milenario y pausado ritual del té!
Podemos seguir racionalizando, justificando y mareando la perdiz todo lo que queramos, e incluso podemos utilizar el delicioso cinismo de las canciones de Gabinete Caligari, pero ahí está la clave: si nos quitan la eternidad, tan sólo nos queda la velocidad.
¿Han leído hasta aquí? ¡Caramba! Merecen un premio. Ahí va: reciban la estocada: El Miedo a la Muerte.
La orfandad metafísica nos ha abierto un abismo bajo nuestros pies, nos ha empujado a la nausea que intentamos calmar con la avidez de vivir a tope. “¡Corre, corre, que esto se acaba!” El miedo a la muerte ha ahondado nuestra conciencia del tiempo, que nos martillea sin descanso. ¿Estrés…? ¡Ja! ¡¿Qué creíamos?! Algunos lo seguirán negando: “¡Yo a la muerte no le tengo miedo!” Bueno. Como gusten. ¡Pueden resistirse cuanto quieran, pero cuando la muerte te va pisando los talones… no hay ni un segundo que perder!
(CONTINUARÁ, en el siguiente POST)
Osea, el stres está producido por el miedo a la muerte, ok pero, en la adolecscencia ya se piensa en la muerte aunque sea de manera inconciente?
ResponderEliminarEl concepto de la muerte va evolucionando a lo largo de toda la infancia.
ResponderEliminarA partir de los 3 años ya aparece en la mente del niño la inquietud sobre este tema, pero a esta temprana edad, la muerte se entiende como una SEPARACIÓN espacial y temporal.
Hacia los 7 años aumenta el interés natural sobre el tema, comenzándose a elaborar las propiedades de inevitabilidad e irreversibilidad de la muerte, así como su caracter universal.
Es en la adolescencia donde se dispara la intensidad y gravedad del asunto y se intenta asimilar la abstracción que representa la finitud.
De todas maneras, lo que pretendo transmitir en el post es que lo importante es la ACTITUD, y, desde luego, la modernidad, con su triunfo empírico y materialista, nos ha dejado desconcertados, con una actitud confusa y ambivalente: negadora, escéptica, maníaca, sincrética... En definitiva: la muerte es tratada como un TABÚ... que nos persigue sin descanso.
Y es este materialismo que nos reduce a nosotros a un simple cerebro con patas y nos hace finitos como a una pila alkalina. Tengo un familiar de tercer grado o más que vive muy en paz. Eso sí, es una creyente catolica excelente; su modus vivendi es su dios mítico. Pero que nos queda al resto, a los que vivimos con larazon? Venga ese tercer episodio que esto se pone interesante.
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