El
acceso a estados más elevados de conciencia comienza con la percatación de una
inquietud de fondo, de una insatisfacción, de una especie de vacío que reclama
colmarse: es la llamada interna: el susurro subrepticio de una Presencia
interior.
Todas las personas iniciadas en
trabajos de interiorización psicológica y meditación se han topado,
insistentemente, con el tema de la Presencia,
aunque los autores, y maestros de las diferentes escuelas suelen usar nombres
diversos para referirse a este fenómeno y elemento fundamental. Es así que
podemos encontrarnos con expresiones como “el
testigo interior”, “el verdadero Yo”, “la conciencia testigo”, “el recuerdo de
sí”, “estar consciente”, “el ojo del Yo”, “el tercer ojo”… etc., para
referirse, en la mayoría de los casos, a una experiencia equivalente y que se
fundamenta en la invocación y la experimentación de un estado de presencia interna.
Es difícil expresar con palabras en
qué consiste exactamente este “fenómeno” de la Presencia, ya que precisamente
podría decirse que se trata de una “fuente de atención NO fenoménica”… pero
como dijera el poeta, refiriéndose en aquel caso al tema del amor: “Quién lo vivió… lo sabe.”
Lo primero que podría tenerse en
cuenta, en el camino del despertar sería el intentar recordar momentos “especiales” que hayamos podido
experimentar de forma espontánea en nuestras vidas: nuestros “momentos cumbres”,
o cuando menos nuestros “momentos más elevados” que podamos evocar en nuestra historia personal. Me estoy
refiriendo a aquellos episodios concretos, a modo de escenas o instantes que
hayamos vivido, en alguna ocasión, y en los que nos llegamos a sentir radiantes, o incluso conmocionados por
la intensidad de la vivencia.
Esto puede producirse con cierta
facilidad ante situaciones insólitas que
hayamos vivido. También, cuando nos encontramos en lugares novedosos, extraños,
lejanos, legendarios, exóticos… En esos momentos, solemos captar más
intensamente la existencia. Incluso podemos llegar a admirarnos o a asombrarnos,
lo cual puede reflejarse en un pensamiento que nos asalta, diciéndonos a
nosotros mismos algo así como: “!Yo…aquí!”
Esta evocación nos puede facilitar
el reconocimiento de que apenas solemos vivir unos pocos momentos de nuestra
vida con este grado de intensidad, pero que, sin embargo… ¡es algo que existe!
Y por lo tanto sería magnífico mantenernos de forma permanente en este nivel de
percepción radiante. De esta manera, nos beneficiaríamos del vigor, el entusiasmo
y el asombro que le acompañan.
A partir de aquí, podemos comprender
y constatar que nuestra vida, de forma ordinaria, suele transcurrir con una
intensidad muy débil comparada con estos momentos inspirados. Nos daremos
cuenta, entonces, que vivimos somnolientos y apagados. Que actuamos de forma
mecanizada, atrapados por las inercias y la rutina. En una palabra: vivimos
dormidos. La conciencia vigil o nuestro nivel ordinario de conciencia no es más
que otra fase del sueño. Un sueño con ojos abiertos… pero sueño al fin. Un
sueño deambulante, como sonámbulos diurnos. Expresado de una manera punzante,
podríamos decir que arrastramos una existencia robótica… en un planeta de
zombies.
Si asimilamos profundamente esta
idea, si la llegamos a entender y a reconocer, el siguiente paso consistirá en
desear despertar (“Recuerde el alma
dormida, avive el seso y despierte…”). Un deseo profundo, un anhelo
existencial que nos llega desde el entendimiento de esta condición penosa: la
de vivir “en sordina”, narcotizados y
perdidos en el sueño. ¡Una triste paradoja, pues vivimos creyéndonos despiertos
y conscientes, cuando en realidad permanecemos atrapados en un trance colectivo, igual que Neo en la célebre película Matrix!
Este anhelo habrá de convertirse en
un compromiso con uno mismo: “Yo quiero
descubrir la Verdad”, “yo quiero ser consciente”, “yo quiero despertar”. Y a partir del
mismo, repetirse una y otra vez, como decía Gurdjieff: “yo quiero recordarme a mí mismo”. Repetirnos esta declaración a
modo de afirmación inspiradora, de promesa, de mantra… es fundamental para ir
creando un “centro de gravedad”, un propósito interior que llegue a convertirse
en un auténtico centro magnético.
Este centro de gravedad interior nos podrá ir abriendo la
conciencia, como un faro en la noche, dirigiendo nuestra voluntad de atención.
Con este centro magnético podremos ir dirigiendo y enfocando nuestra atención
de forma más libre y voluntaria, a partir de este compromiso existencial, que
se convierte en nuestro objetivo central: “Yo
quiero ser consciente”, “Yo quiero despertar”.
Si pudiéramos diseñar un método práctico para el
despertar de la conciencia diríamos que este es, precisamente, el punto previo e indispensable para todo
buscador: la creación de un “centro magnético”
realimentando con ahínco nuestro propósito interior.
¿Y tú?
¿Y a tí? ¿Te interesa
la Verdad…? ¿Tú quieres despertar?
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
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