lunes, 1 de julio de 2013

“El Despertar de la Conciencia: el Propósito Interior.”




      El acceso a estados más elevados de conciencia comienza con la percatación de una inquietud de fondo, de una insatisfacción, de una especie de vacío que reclama colmarse: es la llamada interna: el susurro subrepticio de una Presencia interior.

         Todas las personas iniciadas en trabajos de interiorización psicológica y meditación se han topado, insistentemente, con el tema de la Presencia, aunque los autores, y maestros de las diferentes escuelas suelen usar nombres diversos para referirse a este fenómeno y elemento fundamental. Es así que podemos encontrarnos con expresiones como “el testigo interior”, “el verdadero Yo”, “la conciencia testigo”, “el recuerdo de sí”, “estar consciente”, “el ojo del Yo”, “el tercer ojo”… etc., para referirse, en la mayoría de los casos, a una experiencia equivalente y que se fundamenta en la invocación y la experimentación de un estado de presencia interna.




            Es difícil expresar con palabras en qué consiste exactamente este “fenómeno” de la Presencia, ya que precisamente podría decirse que se trata de una “fuente de atención NO fenoménica”… pero como dijera el poeta, refiriéndose en aquel caso al tema del amor: “Quién lo vivió… lo sabe.”

            Lo primero que podría tenerse en cuenta, en el camino del despertar sería el intentar recordar momentos “especiales” que hayamos podido experimentar de forma espontánea en nuestras vidas: nuestros “momentos cumbres”, o cuando menos nuestros “momentos más elevados” que podamos  evocar en nuestra historia personal. Me estoy refiriendo a aquellos episodios concretos, a modo de escenas o instantes que hayamos vivido, en alguna ocasión, y en los que nos llegamos a sentir radiantes, o incluso conmocionados por la intensidad de la vivencia.


            Esto puede producirse con cierta facilidad ante situaciones insólitas que hayamos vivido. También, cuando nos encontramos en lugares novedosos, extraños, lejanos, legendarios, exóticos… En esos momentos, solemos captar más intensamente la existencia. Incluso podemos llegar a admirarnos o a asombrarnos, lo cual puede reflejarse en un pensamiento que nos asalta, diciéndonos a nosotros mismos algo así como: “!Yo…aquí!”


            Esta evocación nos puede facilitar el reconocimiento de que apenas solemos vivir unos pocos momentos de nuestra vida con este grado de intensidad, pero que, sin embargo… ¡es algo que existe! Y por lo tanto sería magnífico mantenernos de forma permanente en este nivel de percepción radiante. De esta manera, nos beneficiaríamos del vigor, el entusiasmo y el asombro que le acompañan.

            A partir de aquí, podemos comprender y constatar que nuestra vida, de forma ordinaria, suele transcurrir con una intensidad muy débil comparada con estos momentos inspirados. Nos daremos cuenta, entonces, que vivimos somnolientos y apagados. Que actuamos de forma mecanizada, atrapados por las inercias y la rutina. En una palabra: vivimos dormidos. La conciencia vigil o nuestro nivel ordinario de conciencia no es más que otra fase del sueño. Un sueño con ojos abiertos… pero sueño al fin. Un sueño deambulante, como sonámbulos diurnos. Expresado de una manera punzante, podríamos decir que arrastramos una existencia robótica… en un planeta de zombies.




            Si asimilamos profundamente esta idea, si la llegamos a entender y a reconocer, el siguiente paso consistirá en desear despertar (“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…”). Un deseo profundo, un anhelo existencial que nos llega desde el entendimiento de esta condición penosa: la de vivir “en sordina”, narcotizados y perdidos en el sueño. ¡Una triste paradoja, pues vivimos creyéndonos despiertos y conscientes, cuando en realidad permanecemos atrapados en un trance colectivo, igual que Neo en la célebre película Matrix!

            Este anhelo habrá de convertirse en un compromiso con uno mismo: “Yo quiero descubrir la Verdad”, “yo quiero ser consciente”,  “yo quiero despertar”. Y a partir del mismo, repetirse una y otra vez, como decía Gurdjieff: “yo quiero recordarme a mí mismo”. Repetirnos esta declaración a modo de afirmación inspiradora, de promesa, de mantra… es fundamental para ir creando un “centro de gravedad”, un propósito interior que llegue a convertirse en un auténtico centro magnético.


Este centro de gravedad interior nos podrá ir abriendo la conciencia, como un faro en la noche, dirigiendo nuestra voluntad de atención. Con este centro magnético podremos ir dirigiendo y enfocando nuestra atención de forma más libre y voluntaria, a partir de este compromiso existencial, que se convierte en nuestro objetivo central: “Yo quiero ser consciente”, “Yo quiero despertar”.

Si pudiéramos diseñar un método práctico para el despertar de la conciencia diríamos que este es, precisamente,  el punto previo e indispensable para todo buscador: la creación de un “centro magnético”  realimentando con ahínco nuestro propósito interior.




 ¿Y tú? 

¿Y a tí? ¿Te interesa la Verdad…? ¿Tú quieres despertar?



Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     

 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

No hay comentarios:

Publicar un comentario