A
aquellos que me hayan seguido en los tres artículos anteriores, dedicados a la
Fuerza de Voluntad, probablemente a estas alturas les resulte ya familiar y
hasta factible el cuestionarse la realidad (o irrealidad) de nuestra
presupuesta conciencia, y nuestra presupuesta libertad, para ejercer una
genuina fuerza de voluntad.
La primera condición indiscutible
que ha de cumplirse para que pueda manifestarse una voluntad es que exista alguien que la ejerza. Es
decir: un centro director, un Yo libre, consciente e incondicionado que pueda
expresarla. Dicho en otras palabras: el autor
responsable de dicha voluntad. Pero no suele ser este nuestro caso, ni de
lejos, pues de ordinario, lo que consideramos nuestro Yo, en realidad está
fragmentado en múltiples “yoes de turno”. “Yoes” para cada ocasión, que se
suelen liberar o activar de forma automática, provocados por los estímulos de
la situación, ante los cuales suelen saltar como un resorte, dominando nuestra
conducta.
Y lo peor resulta ser que caemos
fascinados ante esta actuación, la cual creemos
que es fruto de “nuestra voluntad”.
Así pues, nos identificamos sin
darnos cuenta con las reacciones de
nuestra “máquina biológica”, ya sean acciones físicas, reacciones emocionales o
pensamientos. Y con el conjunto de todas ellas vamos construyendo nuestra
identidad, sin sospechar ni por asomo de que se trata de una falsa identidad,
de un personaje contingente, circunstancial y prácticamente virtual.
Nuestro apreciado (o, a veces,
despreciado y vapuleado) “Yo”, no es tal, sino tan sólo un mosaico poliédrico
de esquemas “arquetípicos”, inoculados en nuestra mente, al que también se le
suele denominar en múltiples textos como “el Ego”: ciego, sonámbulo, disperso,
irresponsable y, como diría Gurdjieff, a merced de “las fuerzas cósmicas”.
¡Pero no todo está perdido!
Nos queda algo que puede ser usado
para nuestra salvación, igual que en la mítica Caja de Pandora. Pero aquí no se
trata de aludir al romanticismo de la esperanza, sino de trabajar con algo más
concreto y practicable: se trata de un punto de voluntad que sí que tenemos a
nuestra disposición. ¡Lo único que poseemos! Estoy hablando de la Voluntad de Atención.
La puesta en marcha de la Atención Consciente es la base de todas
las Escuelas de Meditación, desde las escuelas esotéricas de desarrollo
espiritual a las propuestas psicológicas modernas sobre la Autorrealización;
desde el Zen a la Psicología Transpersonal, de la meditación Budista al Trabajo
sobre Sí mismo, de la Guestalt al Mindfulness, de la Conciencia Corporal a la
Atención Plena…
¡Pon atención consciente en tu vida! Comienza por poner atención a tus
gestos corporales. Comienza siempre por el cuerpo. Date cuenta de todos tus
movimientos. ¡Trabaja con eso! Fíjate en los automatismos motores, en tus
movimientos corporales que sueles hacer de forma automática… Hagas lo que hagas, estés donde estés… deja
siempre un poquito de atención retenida en tu propio cuerpo, deja un poquito de
atención dentro de ti… fijándote en tus gestos, en tus posturas, en tus
movimientos…. Y no digo que te corrijas, sólo que te observes…
Poco a poco, este foco de atención centrada, si lo
mantienes, se irá concentrando más, irá aumentando su energía y se irá cristalizando. Se irá creando un centro
cristalizado del Yo: un Yo cristalizado.
Y dentro de él, un día comenzarás a sentir, poco a poco, una presencia. ¡La
presencia de tu propia esencia!
Este es el camino para ganarse el
alma.
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
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