viernes, 16 de marzo de 2012

"¿Quién dice la Verdad?"






            Con este post tan sólo pretendo añadir una sencilla ilustración al artículo anterior, el que titulé: “La verdad parcial”. Para su publicación he debido sacrificar toda pretensión de originalidad, ya que la fábula que voy a presentar constituye un material popularísimo desde antaño, habiendo sido divulgada en infinidad de versiones y aplicada a múltiples contextos. Pese a todo ello, al considerarla tan amablemente ilustrativa del tema que, precisamente, había estado analizando en el anterior post, el de la parcialidad de las verdades humanas y el engaño involuntario de las medias verdades, he decidido, finalmente, incorporar este cuento en el Blog, pues sencillamente el recordarlo resulta siempre estimulante para todo buscador sincero. Y, en cualquier caso, también podría ocurrir la circunstancia de que hubiera alguien que no hubiese tenido noticia, aún, de la parábola de los ciegos, o la historia de los ciegos y el… (digamos) animal desconocido. Pues así va a ser como la voy a explicar yo:


            Para comenzar con el relato, pongámonos ya en eso de que… “Érase un vez…” ...que había un grupo de ciegos, los cuales tenían la costumbre de reunirse cada día, para sentarse en los bancos de una plaza y pasar el rato, debatiendo sobre cualquier cuestión que les llamase la atención. Pues bien, resultó que en una ocasión  llegó a los oídos de estos cinco amigos el suceso de que habían traído un animal extraño al pueblo, y que ahora se encontraba en la plaza del mercado.
          -¡Podemos ir a conocerle!- Propuso uno de los ciegos.
       -¡Es un buena idea!- Celebraron los demás. Y para ello decidieron  desplazarse hasta la plaza del mercado. Una vez allí, lo irían palpando con las manos y después se reunirían de nuevo para expresar sus opiniones sobre lo que aquel animal les habría parecido.
            Tal cual hicieron y cuando estuvieron de vuelta en el banco, tras aquel experimento, el primero de los ciegos reconoció con énfasis:
            -¡Qué animal más fabuloso! ¡Es como una enorme serpiente que se eleva hacia el cielo!
          -¿Serpiente?- Protestó el segundo ciego. -¡Si era un toro enorme!
-¿Qué estáis diciendo?- Amonestó el tercero. -¡¿Pero no os habéis dado cuenta de que era idéntico a una inmensa mariposa?!
-¡Estáis de broma!- Exclamó el cuarto ciego. -¡Se supone que estamos hablando del mismo animal, pero no sé qué decís de una serpiente, de un toro o de una mariposa…! ¡El animal que yo he conocido era como las robustas columnas de un palacio!
-¡Cómo las columnas! –Reclamó el quinto y último ciego. -¡Si era como el muro del palacio entero!
Y así, acabaron discutiendo entre ellos, sin ponerse de acuerdo y sin llegar a saber, en realidad, de qué animal se trataba.

Con los datos expuestos en el relato, quien no conociera de antemano la fábula, bien podría ir reuniendo pistas y combinándolas entre sí, a modo de acertijo, llegar a descubrir que el misterioso animal del que habla el cuento no habría de ser otro que… …  ¡un elefante!


Pero los cinco ciegos no llegaron a acertar, ni tan  sólo se acercaron a la idea de lo que es un elefante… a excepción de una sola cosa: de que aquel animal desconocido debía tratarse de alguna bestia bastante grande.



Lo que debió ocurrir es bien fácil de deducir: el primer ciego debió palpar, únicamente, la trompa del elefante. Con lo cual obtuvo una percepción que le hizo recordar a una gran serpiente, elevándose hacia lo alto.
El segundo ciego tocaría los colmillos y entonces se le hizo la imagen, en su mente, de un enorme toro.
Lo que palparía el tercer ciego no sería otra cosa que las grandiosas orejas: “una inmensa mariposa”. En cambio, lo que alcanzó a tocar el cuarto fueron las patas… De ahí: “las robustas columnas del palacio”. Pero el quinto y último ciego habría palpado el cuerpo, el costado… y, en consecuencia, no “vio” columnas por ningún lado, sino “el muro del palacio entero”.


De todo ello, la primera reflexión que podríamos hacer sería el preguntarnos: “¿Quién estaba mintiendo?” Y bueno… de hecho, ninguno de ellos deberíamos decir que mentía. Todos y cada uno de los ciegos podrían haber puesto la mano en el fuego para dar fe de que lo que decían era la verdad.

Pero entonces, podemos seguir preguntándonos: “¿Quién decía la verdad?” Y ahora, no tendremos más remedio que reconocer que… la verdad no la dijo ninguno. Pues nadie dijo que aquel animal se trataba de un elefante. Nadie, siquiera, lo describió mínimamente. Así pues, nos encontramos con el aplastante reconocimiento de que nadie miente y, a la vez, nadie dice la verdad. Y no se trata de un sofisma presocrático, ni de ninguna de las célebres y rebuscadas  paradojas de Zenón… Simplemente se trata de una sencilla metáfora esclarecedora, de una ilustración afortunada de lo que puede llegar a representar la verdad parcial: nuestras verdades.


Si todos los ciegos hubieran comenzado por reconocer sus propias limitaciones perceptivas, y entre todos ellos, hubieran ido recopilando humildemente los datos que cada uno, buenamente,  iban aportando, tal vez así, aún sin llegar a la Verdad, al menos habrían podido seguir avanzando hacia ella. Pero manteniéndose cerrados a la comunicación auténtica y a la cooperación, el camino a la Verdad puede hacerse muy largo.



3 comentarios:

  1. Hola Laure hace tiempo que no entraba en tu blog y hoy me he reecreado un rato con él.Solo darte ánimos a que sigas escribiendo.Gracias por tus aportaciones destinadas a ampliarnos el nivel de conciencia.

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  2. Gracias, "Anónimo", por ir siguiendo el blog.
    Trataré de ir manteniendo el ritmo del post semanal, mientras me sea posible.

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  3. Et segueixo, sort que hi ets, bé per mi.
    El meu camí es fa ben llarg.

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