viernes, 4 de mayo de 2012

"La Resiliencia" (2ª. Parte.) (La magia del oxímoron.)


                

            Veníamos hablando de la Ley de Murphy y de las “putadas” de la Vida, para acabar recalando en las orillas de la resiliencia. Una palabreja curiosa que me encanta, heredada de la Física y la Metalurgia, como explicaba en el anterior post, y que hace referencia a la capacidad elástica de los metales (y de los materiales, en general) para soportar el impacto de un choque o una presión, y de recuperar su estructura original tras la deformación sufrida de forma transitoria.

            Cuando se aplica a la psicología, la resiliencia sería, entonces, lo que nos hacía falta (¡miren por dónde!) para acabar de entender y aprobar aquel célebre refrán de toda la vida, que dice: “No hay mal que por bien no venga.” Y es que resulta que al vencer a la adversidad… salimos fortalecidos.


 Citaba a Freud como un pionero en la idea de este concepto, por una reflexión que el genial psicoanalista hizo en su autobiografía (“Soy un hombre afortunado: nada en la vida me ha sido fácil.”). Nombraba también al psicólogo alemán Victor Frankl, al cuál se le suele recordar a menudo, sobretodo emparejado a su inmortal obra: “El hombre en busca de sentido.” Por cierto, “obrita” que yo también recomiendo: tan sólo  sesenta escuetas páginas… pero de una intensidad impresionante. ¡Ya dicen que en el bote pequeño suele estar la buena confitura!

Sin embargo, quién es bien poco conocido es el padre de la susodicha palabra, o al menos su introductor en el campo de la psicología: Boris Cyrulnik. Un neurólogo y psicoanalista francés, de origen judío. En su tierna infancia fue deportado a un campo de exterminio nazi, donde hubo de presenciar el asesinato de sus padres. El pequeño Boris logró escapar del campo de concentración, con 6 años de edad, y consiguió llegar a un centro de refugiados.  La mirada horrorizada del niño ante tal  comportamiento criminal, le llevaría a estudiar, posteriormente, Medicina y Etología humana buscando dar sentido a lo incomprensible. Actualmente, el Dr. Cyrulnik, con 75 años de edad y padre de familia de cuatro hijos, es un brillante científico y un escritor excepcional.


Para ayudar a entender mejor el mecanismo de la resiliencia, el propio Cyrulnik suele utilizar otra palabra altisonante y poco habitual: el oxímoron, aunque este es un vocablo bien conocido, desde siempre, por los lingüistas y amantes de la gramática. Oxímoron es ese recurso literario que consiste en combinar dos palabras con significados opuestos, logrando de esta forma crear un nuevo sentido. Por ejemplo, podríamos referirnos a un “silencio atronador.” También, en algún caso, se podría decir: “Triste alegría” o “alegre tristeza”, o “una oscura claridad”,“una hermosa fealdad” (como el cuento sufí de la Verdad, ¿recuerdan? El propio título paradójico venía a ser un oxímoron: “La mentira de la verdad”.   ) Así pues, ya nos vamos acercando… hasta poder hablar de “un fuego que no quema” o de “un mal que hace bien”. Y aquí, entonces, ya habríamos llegado: “Un mal que hace bien”. Una adversidad que acaba fortaleciéndonos.


            De igual forma, para llegar a la excelencia, los deportistas han de someterse a durísimos entrenamientos físicos, aprender a superar derrotas, a caerse y volverse a levantar una y mil veces… a encajar dosis elevadas de dolor… Y es que también una inyección duele o una medicina puede estar amarga… y aún así pueden salvarnos de algo grave. Así pues, después de todo, me temo que el dolor va a resultar ser la sal de la vida que, tal cual decimos en Catalunya: “si pica, cura”. Y si quieren la versión larga del refrán: “Quan cou, cura y quan pica, madura” (“Cuando escuece es que  cura y cuando pica, madura”).

            Al conseguir atribuir un sentido al acontecimiento doloroso, se modifica lo que se experimenta. Los traumatismos pueden, entonces tomarse como un desafío y el dolor, como pruebas de la existencia.


            El hecho de haber sido herido nos vuelve sensibles a todas las heridas del mundo, hasta que, finalmente, puede resurgir el herido victorioso, el herido triunfal, que acaba por experimentar un asombroso sentimiento de gratitud. “¡Esa es mi canción!”, gritó Edith Piaff al instante de escucharla de los titubeantes labios del pianista que la compuso. “Je ne me regrette pas” ¿La recuerdan? Y la transformó en un tristísimo-glorioso himno (ahora ya tienen presente lo que es un oxímoron).

“Non, rien de rien, non, je ne regrette rien,
ni le bien qu`on m`a fait, ni le mal,
tout ca m`est bien egal
non, rien de rien, non, je ne regrette rien…”




                                                 (Continúa en el siguiente post.)

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