¿Qué va a ser de mí…?
¿Qué va a ser de ti…?
¡No sé…! ¡No sé…! ¡No séééé…!
Empezar a tomar
conciencia de que realmente no sé lo qué va a pasar, de que, sinceramente, no
tengo ni idea, es lo que viene a presentarnos a la Incertidumbre de la Vida… y
eso… ¡eso nos da miedo!
“¿Qué
va a ser de mí…? ¿Qué va a ser de ti…? ¡Miénteme y di que no estoy loco…!”, cantaba
Miguel Bosé…
Solemos reaccionar
ante la incertidumbre con ansiedad.
Una ansiedad flotante. Un miedo indefinido y desenfocado que nos va invadiendo
ante la percepción de un fantasmagórico peligro, el cual pende de un hilo invisible permanentemente sobre nuestras
cabezas.
Miedo indefinido y deseo. Deseo de huir. El deseo de
salir a toda costa de esa situación. De escapar. De encontrar la certeza. Un
deseo de querer hacer algo y no saber bien el qué. Un deseo compulsivo por
recuperar el control. Un control que, en realidad, nunca hemos tenido, pero que
creíamos tener. Eso nos llena de inquietud y empezamos a dar golpes de ciego.
Golpes desesperados en medio de la oscuridad… hasta que en una de esas… damos
con algo a lo que nos podamos agarrar, como a un clavo ardiendo, para intentar
protegernos de nuestra vulnerabilidad… … ¡Y vuelta a empezar!
Cada cosa nueva a
la que nos agarramos nos da algo de pan para hoy, pero, sin duda, nos aboca a
un hambre más atroz para mañana. Cansados, finalmente, de azotar en el viento y
de construir, una y otra vez, espejismos en el aire, que acaban desmoronándose
como castillos de arena bajo las primeras olas de la próxima marea, comenzamos
a sentirnos impotentes. Un barrunto de impotencia que nos va oprimiendo y
deprimiendo el ánimo.
Sin embargo, no por ello habríamos de desesperar. ¡Al
contrario! Con la debida atención podremos descubrir que esta apatía derrotista
es tan sólo una etapa transitoria, el precio que hemos de pagar para poder ir
saliendo de nuestra obsesión compulsiva por el control. ¡Por el presupuesto “control”! Esta especie de “depresión” no pretende
hundirnos en la miseria sino que cumple con una misión fundamental: lo que
viene a refrenar es a nuestra hiperactividad desordenada, para que podamos, en
algún momento, dejar de dar más palos de ciego en la noche.
“¡La
quietud es el primer requisito!” Así rezaba un antiguo proverbio
Zen, y la verdad es que contra más pataleas, mas te hundes en los barrizales…
La supuesta apatía depresiva a lo que,
en realidad, apunta es hacia un estado de quietud,
el cual hemos de saber aguantar. Un cierto estado de vacío, del cual podrá ir
saliendo una nueva serenidad. Una serenidad que nos permitirá poder ver las
cosas con una mayor calma y perspectiva.
Pero aquí también hemos de estar bien atentos y saber
contener la impaciencia. Es preciso mantener una atención despierta y una
paciencia serena que nos irá posibilitando el ir viendo la verdad tal como es.
Será, precisamente, el mantenernos en un estado de atención plena, sin ningún
tipo de escape, lo que podrá llevarnos a
la auténtica Aceptación. El peligro, en cambio, residiría en identificarnos
precipitadamente con la sensación de impotencia frustrante y derrotista, con la
cual no podremos desembocar nunca en la aceptación liberadora, sino que, como
mucho, derivaríamos hacia una falsa
aceptación que no pasaría de ser pura Resignación.
(Continuará en el siguiente post.)
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