Con este Epílogo daré por terminada esta saga de artículos dedicados al tema de la verdad, no por considerarla agotada, sino por procurar amenizar el Blog con temas variados y diferentes. He elegido como título un juego paradójico de palabras: “La verdad de la mentira y la mentira de la verdad”, con lo cual, de entrada, ya intento hacer alusiones a que la verdad y la mentira coexisten indisociablemente en la experiencia cotidiana.
Mi intención es no repetirme con conceptos que ya han sido hilvanados en los post precedentes, a excepción de recordar la gran importancia que tiene el saber gestionar adecuadamente la “verdad”. Es esta una habilidad psicológica y social bien compleja, en donde intervienen la sensibilidad, la intuición y la empatía, así como el tacto y la compasión.
Habríamos de tener siempre bien presente la relatividad de todas las cosas. Por lo tanto, para el tema que nos ocupa, habríamos de reconocer que existen “mentiras” y “mentiras”. Por ejemplo, podríamos decir que el Arte representa uno de los esfuerzos más grandiosos y válidos con el que el hombre pretende abrazar la verdad: el esfuerzo estético. La búsqueda de la armonía y la belleza que subyace en el trasfondo profundo de la Existencia.
Sin embargo, al mismo tiempo, habremos de admitir que las expresiones artísticas se basan en la mentira. ¡Son un simulacro! ¡Un truco para intentar hacernos ver lo que no hay, lo que no es! Vemos un árbol en un trozo de papel acuarelado... el erotismo de Venus en los pigmentos de oleos sobre una tela... o la clemencia de la Piedad, antropomorfizada en un bloque de mármol... Como dijera Picasso: "El Arte es una mentira que nos acerca a la verdad."
Sin embargo, al mismo tiempo, habremos de admitir que las expresiones artísticas se basan en la mentira. ¡Son un simulacro! ¡Un truco para intentar hacernos ver lo que no hay, lo que no es! Vemos un árbol en un trozo de papel acuarelado... el erotismo de Venus en los pigmentos de oleos sobre una tela... o la clemencia de la Piedad, antropomorfizada en un bloque de mármol... Como dijera Picasso: "El Arte es una mentira que nos acerca a la verdad."
Y es que no todas las mentiras valen lo mismo. Por ello escribiría el filósofo catalán Miguel Morey: “no son las mismas las mentiras del arte que las de la maldad.” Y si William Blake, por su parte, había reconocido que “la verdad mal intencionada es peor que la mentira”, nosotros bien podríamos llegar a argüir, pues, que “la mentira bien intencionada, en ocasiones, podría llegar a ser mejor que la verdad.” ¿Se resisten a aceptarlo? Bien, entonces que me dirían de cuando una mentira logra salvar una vida humana... ¿Recuerdan La lista de Schindler...? Con sus disimulos y tergiversaciones, el empresario alemán logró salvar a más de mil judios polacos del holocausto nazi...
Recuerdo que de pequeño, me fascinaba escuchar la curiosa historia que mi padre me explicaba, sobre cómo el escribano de un rey había salvado la vida de un hombre... ¡con tan sólo cambiar una coma! El asunto se trataba de que... hubo una vez en que habían recurrido a un suplicatorio real para salvarle la vida a un hombre justo, condenado a muerte. El monarca no quiso conceder la gracia y ordenó a su escriba que respondiera con el siguiente mensaje:
“Perdón imposible, que lo maten.”
El escribiente, apiadándose del reo, después de firmado el veredicto, cambió la coma de sitio, con lo que el mensaje quedó de la siguiente forma:
“Perdón, imposible que lo maten.”
Y de esa sencilla forma consiguió salvar la vida a un inocente.
Como decía en el encabezamiento del post, verdad y mentira coexisten indisociablemente y conviven una junto a otra. Sencillamente, hasta los secretos... los silencios... pueden caer dentro del cajón de las mentiras. La propia intimidad, necesaria como el aire que respiramos... ¿en que cajón la meteríamos? No atender al teléfono o no responder al timbre de la puerta, en un momento determinado, lo podemos considerar legítimo... pero no deja de ser una respuesta mentirosa. Una vez más, aludo a la “ética de la situación” para procurar mantenernos responsables y, a la vez, libres en lo que respecta a la la gestión de la verdad.
Tom Wolfe, en su célebre y magnífica novela “La hoguera de las vanidades”, deja patente la paradoja de que, a veces, es necesario mentir para que pueda, precisamente, resplandecer la verdad. Una cuestión que queda magistralmente sintetizada en el concentrado diálogo entre el padre virtuoso y el hijo:
-”Quiero que se sepa la verdad y sólo hay un modo de hacerlo”
-”¿Cuál?”
-”Mentir”
Y la escena continua, ahora con la cara de consternación del padre, que ensaya un discursito:
-”Sabes que siempre he sido un gran defensor de la verdad. He vivido con la mayor sinceridad posible. Creo que la verdad es la compañera esencial del hombre de conciencia. Un faro en este vasto y oscuro yermo que es el mundo moderno. Y aún así…”
-”¡Queee…! “
-”¡En este caso, si la verdad no te deja libre, miente!”
Y ahora, creo que ha llegado el momento de hacerles una confesión. Si me han seguido hasta aquí, puede que sea el timing adecuado: ¡Les he mentido! Y es que considero que la mejor forma de hacerse comprender es predicando con el ejemplo. Pues sí: les he mentido. He comenzado el post comunicándoles que con este epílogo daba por terminada la “saga de la Verdad”, y resulta que es mentira. Todavía voy a escribir un artículo más: la segunda parte de este Epílogo, que publicaré la semana próxima y que remataré con un curioso cuento sufí llamado “La mentira de la Verdad.” ¡Y punto final! ¡Esta vez va en serio! ¡Les invito a que no se lo pierdan!
(Continuará en la 2ª parte del Epílogo -en el siguiente post-)
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