La sociedad no quiere individuos.
Tan solo quiere ciudadanos. Por eso desarrolla toda una inmensa maquinaria que
pueda producir en serie al “ciudadano estándar”. La sociedad no tolera bien la
individualidad porque tal cosa haría que se le escapara de las manos su control
sobre ti, sobre mí… sobre cada uno de nosotros. Porque tú eres único.
Imprescindible. Absolutamente indispensable… Pues eres una parte del Todo, y
por tanto, como parte, intransferible y completamente necesaria.
Pero vivir plenamente nuestra
individualidad, nuestra unicidad, nos haría inmensamente creativos e
impredecibles, y eso no puede tolerarlo la sociedad. ¡Aún no estamos
preparados!
Nuestra propia inmadurez para vivir
en libertad, para convivir con responsabilidad y respeto nos obliga a crear una
sociedad artificial plagada de normas, preceptos, prohibiciones, imposiciones
que nos esclavizan y nos inmovilizan, a veces de forma asfixiante.
La sociedad necesita normativizar, poner orden y límites. Y en este afán
por el control se refuerza sobremanera la estandarización: el hombre estándar es el modelo de
ciudadano adaptado, y de esa forma quedan excluidos tanto el deficiente como el
genio. Es el triunfo de la mediocridad
condicionada a cambio de una convivencia soportable… ¿Pero hasta dónde y
hasta cuándo soportable? El orden social ha ido creando unas estructuras para
poder garantizar nuestra propia supervivencia. ¡Está bien! ¡Es necesario! Pero
también es preciso que podamos seguir evolucionando. La Institución social ha
de estar a nuestro servicio, sin embargo esta ha ido desarrollando tanto poder
que se ha ido invirtiendo los términos.
¡Se ha pervertido!
Este rasgo tan característico de hacernos “pasar por el tubo” a toda costa ya fue detectado desde bien
antiguo, y así lo dejó magistralmente reflejado la mitología griega, con la
magnífica alegoría conocida como “el
lecho de Procusto”.
Cuenta el mito que Procusto (una especie de gigante, hijo de Poseidón)
vivía en la montaña, pero justo antes de llegar a Atenas. Digamos que a las
puertas de la Gran Ciudad. Había hecho de su casa una posada donde recibía
siempre de buen grado a todo aquél que por allí pasaba. Después de días y días
de largo camino por sendas inhóspitas y
bosques plagados de alimañas, durmiendo al cielo raso expuestos a las fuerzas
de la Naturaleza, los peregrinos, caminantes y demás viajeros encontraban un
gran alivio en la amabilísima hospitalidad de Procusto.
“Pasen la
noche aquí, en un confortable lecho”, les invitaba. “Tomen un baño caliente, disfruten de una opípara cena… y después de
una reparadora noche durmiendo en este
blando y acogedor lecho, mañana por la mañana podrán entrar en Atenas mucho más
presentables. ¡Como auténticos ciudadanos!” Así pues, no había quien se
resistiera ante tal ofrecimiento. Tras un relajante y perfumado baño se
sentaban a la mesa, donde Procusto les ofrecía exquisitas viandas… pero, ¡eso
sí!, acompañadas de un embriagador vino donde el gigante había mezclado una
intensa dosis narcótica, un brebaje que hacía entrar en un profundo sueño.
Una vez anestesiados, el posadero maniático de la uniformidad los
colocaba en el lecho y, acto seguido, comprobaba si el incauto viajero cabía de
sobras, estirado en la cama o si, por el contrario, era más largo que las
medidas del catre. Hechas tales comprobaciones, Procusto sacaba serruchos o
poleas y realizaba los “ajustes necesarios”: a los que eran más cortos los
estiraba hasta descoyuntarlos, y a los que se pasaban de la raya les serraba los
miembros, amputándoles por donde fuera preciso. La cuestión era que encajaran a
la perfección en aquel lecho. ¡Que dieran la medida exacta!
Después de pasar por el lecho de Procusto, nadie tenía unas piernas más
largas o un cuello más corto. Todo el mundo se adaptaba ya a la medida
estándar. Así… ¡ya estaban listos para entrar en Atenas! Y así hacían la
entrada en la Gran Ciudad: descoyuntados o amputados, con su paso natural
desfigurado… pero dando la talla de un buen ciudadano. ¡La talla perfecta del ciudadano
estándar!
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
Sense ser geni o deficient, reconfortant.
ResponderEliminarEso es como la tira cómica de la escuela en la selva, donde los alumnos, una jirafa, un tigre y una cebra, miran sorprendidos a su profesor, que es un mono, mientras este les dice, el examen de suficiencia de este año consiste en que demostréis vuestra destreza subiendo a un árbol. Un poco, así es nuestro sistema educativo.
ResponderEliminarFerran