viernes, 13 de enero de 2012

"Al pan, pan y al vino, vino."



Considero un asunto interesante el observar el desmesurado autoritarismo que sigue dominando en el mundo actual. Son muchos los rasgos que definen la actitud autoritaria, como así lo dejó evidenciado el extraordinario trabajo de Adorno y la Escuela de Frankfurt. Desde estas líneas, tan sólo pretendo resaltar el hecho de que, aunque haya pasado ya más de medio siglo de la publicación de los eminentes sociólogos alemanes, continua ampliamente extendida, en la sociedad de nuestro flamante siglo XXI, la rigidez de pensamiento. Lo cual conlleva una actitud de muy poca tolerancia, cuando no ninguna, con todo lo que pueda considerarse ambiguo, con todo lo relativo.




Esta intolerancia hacia la ambigüedad impone una atosigante necesidad de certeza… ¡aunque sea falsa! Por ello, es comprensible que quienes así piensen y actúen, manifiesten una  actitud beligerante y hostil frente a las opiniones diferentes de los demás, así como una negación total a la autocrítica. ¡Les tienen alergia a la introspección!


¡No sea que vayan a encontrar algo, allí dentro, que no les cuadre… y que les acabe liando…!

Así que lo mejor es mantenerse en sus trece. “¡Mantenella y no enmendalla!”, que dirían los personajes de Calderón de la Barca.






Todo acaba, pues, reduciéndose a un razonamiento dicotómico, binario, bipolar:


“¡O sí o no!” “¡O todo o nada!” “¡Quien no está conmigo, está contra mí!” “¡Lo blanco es blanco y lo negro es negro!” “¡No hay más!” “¡Las cosas son así, y punto!” E, incluso, actualmente se ha puesto de moda, añadir: “pelota”. “¡…Y punto pelota!”


¡Caramba! ¡Con cuanto autoritarismo y energía se suele exponer las aseveraciones! ¿Pero, de verdad, podemos estar tan seguros  de creer saber cómo son las cosas, en realidad? ¿Podemos fiarnos ciegamente de aquello que nos hubieran dicho… o incluso de nuestros propios sentidos? Esta ha sido la mayor preocupación de filósofos, pensadores y hombres de ciencia de todas las épocas. ¿Es el mundo, realmente, como nosotros lo percibimos…? ¿…O tiene poco que ver?

¿Se han parado a reflexionar, en alguna ocasión, por ejemplo, lo tremendamente difícil que habrá tenido que  ser, en su momento,  para la humanidad, el que reconociera y aceptara que vivimos sobre una esfera volante, en perpetua rotación? Y, para colmo, a una velocidad de 107.000 kilómetros por hora. ¡No es eso, precisamente, lo que  perciben nuestros atribulados órganos sensoriales! Por el contrario, nuestros sentidos captan, desde luego, una Tierra quieta y sobre un plano horizontal. En  consecuencia, era del todo lógico, el que se diera por sentado, en los tiempos antiguos,  que el mundo era una gran porción de territorio: una pastilla plana. ¡Y tan campantes! 




A pesar de la "hipótesis" del "Afirmamiento"  (Firmamento): la Cúpula Celeste, que haría que el Oceano no se desparramase, los marinos no la tenían todas consigo, y vivían en el perpetuo espanto, cuando se adentraban en exceso, mar adentro, de encontrarse, en cualquier momento, con el Gran Abismo...





Además: ¿Cómo iban a aceptar que  la Tierra fuese una esfera? ¡A los habitantes de la zona sur se les iría toda la sangre a la cabeza de estar siempre boca abajo! Y lo que es peor: ¿Cómo harían para sostenerse y no caerse afuera…? 


Ahora nos resultan cómicos y absurdos estos argumentos, pero, la verdad, es que antes de Newton y la comprensión que nos brinda el conocimiento de la Ley de la Gravedad, era natural que las cosas se vieran de otra manera.


Si miramos bien, la pobre humanidad no ha ganado para sustos. ¡Aún no ha salido de un brete que ya se ha metido en otro! Con sólo recordar “las tres grandes humillaciones a la soberbia de la humanidad”, como las llamaba Freud, podemos apreciar el largo camino de sobresaltos y heridas que hemos tenido que padecer, y debemos seguir soportando, a fin de purgar nuestro inmenso narcisismo original.

A grandes pinceladas: La primera gran humillación: El martillo de Copérnico. La revolución copernicana expulsó al hombre del centro del Universo.


Con Copérnico y Galileo tuvimos que aceptar que no es el sol quien gira alrededor nuestro, sino nosotros los que vamos dando vueltas sin parar, como una peonza insignificante bailando por el espacio. Ese fue el golpe cosmológico.


Le segunda herida narcisista nos la abrió Darwin: La teoría de la Evolución nos expulsó, sin clemencia, del centro de la creación. ¡No venimos directamente de las manos de Dios sino de la mutación de un mono! El golpe biológico hizo mucho daño. ¡Hay quien todavía no ha logrado recuperarse!




El tercer martillazo vino de la mano del propio Freud: el psicoanálisis, con el descubrimiento del Inconsciente y su influencia determinante en la mente del hombre, se nos expulsó del centro de la conciencia.


Como dijera Freud: “el yo no es maestro en su morada”, no es el amo en su propia casa. El hombre, que se creía libre, al menos, de pensar lo que pensaba y de decidir lo que decidía, descubre, consternado, que no puede, de ahora en adelante, fiarse ya de sus propias motivaciones y sus propios razonamientos. ¿Qué intereses ocultos estarán disfrazando, inconscientemente,  nuestros actos? El mazazo del Inconsciente representa una cura de humildad. Con la aparición en escena del golpe psicológico, las personas habrán de aprender a convivir, desde entonces, con la duda y la incertidumbre. Habrán de dominar el arte de la sospecha, sin poder poner nunca más la mano en el fuego, para defender la rotunda certeza de sus aseveraciones.


Por cierto, saben que una mujer acudió, angustiada, a la policía de una gran estación, porque se le había perdido su hijo de siete años. Cuando el policía supo que el niño se llamaba Alvino, sacó su pistola y lanzó dos tiros al aire. Al momento, el crío apareció solito.

Una vez repuesta, la madre le preguntó, agradecida, al policía:

-¿Pero cómo es que hizo eso?

-¡Pues bueno, señora!- respondió el agente- ¿No sabía que al pan, pan… y Alvino…vino!

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