Lo que se suele conocer por voluntad, en la práctica,
generalmente, no es más que el resultado de la sumativa de todos nuestros
deseos dispersos e impulsos de todo tipo.
Semejante combinación de sumas y restas de atracciones y
repulsiones, de anhelos mayores y motivaciones menores… permite en algunas
ocasiones seguir una línea definida de
acción, aunque, por lo general, sólo de forma temporal, cuando no fugaz, pues
en la mayoría de los casos, el resultante de semejante ecuación ni siquiera nos
posibilita alcanzar esa línea actitudinal, más o menos definida, debido al conflicto de deseos enfrentados que
tiran cada uno por su lado. Todo ello acaba por cerrarnos el acceso a cualquier
decisión cristalizada.
Si observamos la procedencia de la palabra “voluntad”
veremos que deriva del verbo latino: “volo”, que significa “querer, desear” (en catalán: voler). La voluntad sería una facultad
superior del ser humano a través de la cual ejerceríamos un “querer”, una “querencia”
intencional hacia algo. Esto es lo que nos diferenciaría del resto del mundo
animal: esta separación de lo instintivo, del reflejo automático, para decidir nuestros
actos de forma intencional y “voluntaria”,
y por lo tanto… libre. Curiosamente, en ruso, voluntad se dice igual que
libertad.
Así pues, “voluntad” es aquello que uno quiere de forma libre e intencional. Pero el tema es que, de
entrada, el hombre (como diría Gurdjieff), psicológicamente, no es uno sino que
se cree uno. Es decir:
psicológicamente, el hombre no es uno…
sino mil y uno.
La utilización del pronombre personal Yo nos proporciona
una “ilusión de unidad” “¿Quién dice esto? Yo. ¿Quién hace eso? Yo. ¿Quién
quiere lo otro? Yo.” Siempre “yo”, pero en realidad no siempre es el mismo yo, pues resulta que tenemos
muchos “yoes” (“los estados del Yo”, “las
partes del Self” “el Ego poliédrico”… las diferentes escuelas hablan de lo
mismo utilizando nombres diferentes). La cuestión es que nuestro “Yo”, por lo
general, aún no está cristalizado, Nuestro “Yo” es como un puzle de mil piezas,
aún sin ensamblar, todas desparramadas sobre la mesa… Y para colmo, cada una se
inviste con “cierta vida propia”, con cierta “energía” que las hiciera saltar e
imponerse, temporalmente, cuando son aguijoneadas por los estímulos del
exterior, por las diferentes situaciones que aparecen en nuestra vida.
Ante cada situación concreta, salta a escena una de estas
“piezas” o “partes de mí”… pero no se trata de mí, en forma integral. Es decir:
no soy “Yo” realmente, en el sentido voluntario y libre, sino que tan sólo es
un “Yo de turno”, una especie de “Arquetipo”. Arquetipos que tenemos archivados en nuestra mente, como si fueran
unos programas informáticos que se abrieran de repente (el estímulo ambiental
representaría al mouse clicando sobre
el icono). Al abrirse el “programa”, este nos activa, de forma automática, una
forma de reaccionar. Así es como salen “El Yo Enfadado”, el “Yo Asustado”, el “Yo
Triste”, el “Yo Orgulloso”, el “Yo Enteradillo”, el “Yo Qué Sabía”, el “Yo
Pobre de Mí”, el “Yo Nadie me Entiende”, el “Yo a Mí qué me Importa”, el “Yo
Ahora se van a Enterar” o el Yo… mil cosas más…
Cada “Yo de turno”
tan sólo es un Yo parcial, un
fragmento de la mente, pero que al activarse se cree el auténtico rey, y nos
usurpa la “voluntad”. ¡Incluso la identidad! Pues mientras tanto, nuestro ser
real permanece “dormido”.
Los yoes de turno
se entremezclan continuamente, nos tiranizan y nos secuestran manteniéndonos
abducidos. De esta manera, vamos arrastrando una existencia impropia, hueca,
poseídos por los yoes de turno, como si de auténticos espíritus o entidades
invisibles se trataran, que ocupan, utilizan y dirigen nuestros cuerpos y nuestras
mentes. Una existencia que, a decir verdad, resulta ser mucho más propia de
sonámbulos y de zombies que de
hombres libres, dotados de conciencia y de voluntad.
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
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