viernes, 23 de marzo de 2012

"EL EXCESO DE VERDAD" (1ª parte.)



Después de cinco posts consecutivos dedicados al tema de la Verdad, ante el título del presente artículo pareciera que hoy voy de ironía. Pero no es ese, precisamente, el caso, pues no me he propuesto ironizar de forma especial, más allá de mi tendencia habitual a resaltar el intenso contenido paradójico de la vida. El aparente giro que pareciera forzar el título, no habría que buscarse tanto en contradicciones de mi discurso como en la cualidad poliédrica de lo real: la Realidad tiene muchas caras y muchos ángulos desde donde contemplarse. Así pues, en los posts anteriores he tratado de abordar el tema de la Verdad desde una perspectiva transcendente, desde la ontológica búsqueda del Ser, mientras que en el presente artículo voy a hacerlo desde el enfoque práctico de las relaciones sociales. La verdad y la mentira desde el ámbito psicosocial de las relaciones humanas.



No voy a entretenerme en justificar la importancia de fundamentar nuestro discurso cotidiano en la veracidad de nuestros mensajes, así como del alto valor de la autenticidad, en la comunicación que intentamos lograr con nuestras relaciones interpersonales. Por supuesto, en ello está la base para poder establecer un mínimo de confianza entre los seres humanos. Sea suficiente con recordar aquella célebre cita de Aristóteles: “El  castigo del embustero es no ser creído, aún cuando diga la verdad.” Será por ello que escribiría, también, Nietzsche: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante no podré creer en ti.”
                                                                   
En lo que quisiera, sin embargo, reparar y llamar la atención es en otro aspecto que, tal vez, por sutil, no se suele tener suficientemente en cuenta. Se trata de la administración justa, de la gestión correcta de la verdad. Por eso he elegido como título: “El exceso de Verdad.” Y es que en el ámbito psicosocial de las relaciones humanas, también podemos pecar de excesos.



Quizá haya alguien a quién pudiera sorprenderle el que la verdad precise ser administrada, con recortes y limitaciones al uso. En tal caso, habría de recordar que cualquier cosa, sea la que fuere, tan sólo consigue alcanzar la perfección o, al menos, la excelencia, cuando logra el equilibrio justo.  Recuerden, simplemente, que la luz y el sol dan la vida… pero su exceso ciega y provoca cáncer. Como también da la vida el agua… mientras que su exceso arrasa y produce devastación. Precisamente, pocas cosas se reconocen más beneficiosas y vitales como el agua, sin embargo, su administración en exceso constituyó una de las torturas más crueles de la Historia: el suplicio del agua




A la víctima de semejante castigo se le forzaba a beber litros y litros del líquido elemento, a través de un embudo, hasta que llegaba a reventar… (les ruego me disculpen por traer el recuerdo de tal atrocidad). Teniendo presente todo esto, nos resultará, entonces,  bien fácil seguir la ironía de  Woody Allen cuando dijo aquello de que "el mal no es otra cosa que el bien hecho en exceso."

Quisiera, de paso, hacer referencia al uso bastante generalizado, socialmente, de pretender sacarle partido a la buena reputación de aludir a la verdad, como algo sacrosanto que nos inmuniza con tan sólo nombrarla. Sin ir más lejos, abundan las personas que alardean de su característica sinceridad espontánea. “¡Es que yo soy muy sincero!” “¡Yo soy así!” “¡Yo digo siempre lo que pienso!” “¡Yo digo siempre la verdad!” … … … ¡Lo que tú eres es un salvaje! Con todos mis respetos, pero un salvaje. Ante tal proclamación de incontinencia… ¿dónde queda, entonces, la inteligencia emocional? ¿Y la delicadeza? ¿Y la sensibilidad…? Por la misma regla de tres, entonces… ¿cuándo tienes hambre insultas y berreas, por que la falta de azúcar te irrita y te pone de mal humor…? ¿Y cuándo tienes prisa… empujas? ¿Y cuando tienes gases… eructas y ventoseas, sin mirar dónde estás, ni a quién tienes delante…?



Saber contener y demorar un impulso representa la esencia de la grandeza del ser humano, transcendiendo la instintiva impulsividad animal. ¡Pero como “soy tan sincero y digo siempre lo que pienso” sin tener en cuenta más miramientos, voy a prescindir, entonces, de desarrollar la templanza, la empatía y la consideración, a expensas de exhibir vulgarmente mis impulsos, en todo momento!

Semejante actitud y comportamiento denota, desde luego, desconocer el Eclesiastés bíblico, el cual enuncia y deja bien explícito que para cada cosa existe un momento adecuado: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada acción bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir… (…) un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para lamentarse y un tiempo para danzar; (…) un tiempo para callar y un tiempo para hablar…”



Precisamente, una de las cuestiones, de índole terapéutica, que más han de tener en cuenta los psicoanalistas en sus tratamientos, es el tema del “timing”. Es decir: el arte de esperar estoicamente hasta encontrar ese momento preciso, ese instante oportuno… donde poder ofrecer al paciente un comentario, una interpretación par ayudar a hacer consciente lo inconsciente… una pista para ir descubriendo la verdad. Equivocarse en el timing puede provocar el efecto contrario: rearmar las defensas neuróticas del paciente y cristalizar aún más la enfermedad, en lugar de avanzar hacia la curación. Por suerte, la deontología de los profesionales de la salud contemplan el principio latino: “Primum non nocere.” Lo primero, ante todo: no dañar. O lo que sería lo mismo, dicho de forma popular: “Que el remedio no acabe siendo peor que la enfermedad.” 


Será por todo ello que los auténticos psicoanalistas se habrán ganado la fama de ser unos enigmáticos personajes silenciosos. . Y es que en su constante búsqueda del timing pertinente, junto con  la ración adecuada de dosis de verdad para que su acción pueda ser beneficiosa, se ven obligados la mayoría del tiempo, símplemente, a estar ahí. ¡Pero no crean que es tarea fácil! Lo que pareciera una actividad mínima... es trabajo de heroicos ascetas: mantenerse presentes, con atención plena... y guardar silencio.
                          
                                  (Continua en el siguiente post.)

2 comentarios:

  1. Me a gustado mucho este articulo,i algunas .personas nos vemos identificados con con el y ahora es el momento de ir abriendo los ojos.i escuhar.i observar mas.¡¿pero como convencer .situ mismo te estas desacreditando,saludos

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  2. Muy buen post en el que se nota que te has expresado desde dentro, con mucha convicción.
    Está claro que la verdad dentro de los tres mundos de la manifestación humana es un tema lleno de matices y niveles. Mismamente, la verdad que se revela a los hombres tiene que ser necesariamente adecuada a su nivel evolutivo. Del mismo modo que el mensaje de Cristo era totalmente ininteligible en el siglo I, el de Krishnamurti es bastante ininteligible para la mayoria de nuestros congéneres y así se irá dibujando una espiral evolutiva de re-velación de la Verdad.

    Mantenerse presentes, en atención plena... Qué belleza¡

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