miércoles, 14 de septiembre de 2011

"Crisis de Ansiedad y Ataques de Pánico"



La Humanidad ha padecido, desde siempre, todo tipo de sufrimientos: hambrunas, catástrofes, devastaciones, guerras… Cuando la salud de los humanos es azotada de forma contagiosa y colectiva, la Medicina habla de Epidemias y de Pandemias: “pestes”, tifus, cólera, gripe…
Pero las epidemias no siempre tienen porque ser de tipo infeccioso. En la actualidad se podrían incluir dentro de tal categoría a trastornos como el Alzheimer, el Tabaquismo o la Obesidad, por citar tan solo algunos pocos ejemplos bien conocidos. Sin embargo, existe otro extendido cuadro que puede pasar más desapercibido, aunque no por ello sea menos importante ni menos aversivo. Por el contrario: es un cuadro terrible y quienes lo padecen sufren tanto la agonía de sus síntomas como la impotencia de no ser comprendidos, en su enfermedad, por los demás. Se trata de las Crisis de Ansiedad o Ataques de Pánico.

Padecer un episodio crítico de ansiedad es una experiencia muy dura. Suele aparecer de forma bastante súbita. Puede ser que la persona llevara arrastrando una temporada de estrés, hubiera sufrido algún cambio importante en su vida o, simplemente, que no se “encontrara fina”, pero hasta entonces no le había dado la suficiente importancia.

Cuando aparece el episodio, la persona empieza a encontrarse mal. Es muy típico que le cueste respirar, que se vaya agobiando, que note que la “cosa” va en aumento y que no pueda ni sepa como detenerla.

Los síntomas pueden ser muy variados: se puede sentir palpitaciones, taquicardia, temblor, vacio en el estómago como si se marcharan las fuerzas vitales, sofoco, visión borrosa, mareo… etc. Las combinaciones pueden ser múltiples, pero siempre hay algo en común: la sensación de “ir perdiendo el control”; De que el cuerpo no responde y se teme, entonces, que “aquello” vaya a más, lo cual va disparando una aguda sensación de malestar y agobio.

Por lo general, los consecuentes intentos de frenar los síntomas no suelen tener suficiente éxito: desabrocharse el botón del cuello de la camisa, aflojarse el vestido, echarse agua en la cara o en la nuca,  suspirar profundamente, decirse “no pasa nada” e intentar pensar en otra cosa suelen ser los primeros recursos habituales, pero el alivio conseguido con ellos suele ser muy débil y transitorio. Tras la ínfima tregua, el agobio vuelve a la carga, recrudeciéndose y la persona confirma, con su pensamiento, de que la “cosa” va a peor. Con todo ello, suele impacientarse de tal manera que comienza a imaginar que no va a ser capaz de resistirlo.





Este tipo de pensamiento marca un momento clave. Se trata de un pensamiento funesto que suele desencadenar un círculo vicioso, un feedback negativo en la persona, el cual le hace suponer que se encuentra en peligro. Esta percepción de peligro le dispara el sistema endocrino, llevándole a segregar, rápidamente, adrenalina y cortisol, que, a la vez, le harán sentir las sensaciones corporales mucho más intensamente: las percibirá amplificadas. Lo cual lo interpretará de forma preocupante, es decir: le hará sospechar que la “cosa”, efectivamente, se está poniendo peor. A su vez, el “que la cosa se ponga peor le hará valorar que el peligro va en aumento… Y esto, a la vez, le hace segregar más adrenalina y más cortisol…  etc., etc.

Es un bucle que se va realimentando psicosomáticamente (con pensamientos y sensaciones) y que suele generar una espiral tremendista, o catastrofista, la cual puede culminar en la crisis de máxima ansiedad, con la sensación horrible de agonía y  de resistencia penosa a una muerte inminente.

Las personas que padecen un ataque de pánico sin diagnóstico previo (por ejemplo, la primera vez que les sucede), por regla general, ni siquiera entienden nada de lo que les está ocurriendo, pudiendo llegar a sospechar e imaginar, desesperadamente, durante la crisis, todo tipo de calamidades: que están sufriendo un infarto fulminante, una asfixia mortal, perdiendo la cabeza, etc., etc.

Cuando es el caso de que ya han padecido, anteriormente, algún otro ataque y  conocen el  diagnóstico, la información pertinente puede aliviar la confusión, pero no por ello la angustia, pues en tales casos lo que se pretende, sobretodo, es evitar a toda costa el volver a pasarlo tan mal. Y aquí aparece la ansiedad anticipatoria y las consiguientes conductas de fuga, o de huída. Y es que en esos momentos, lo único que pasa por la cabeza, como dirían los antiguos,  es el “salir corriendo, como los locos”.           

(Más sobre tema: Ver artículo: "Ansiedad Anticipatoria", en esta misma Etiqueta)

                                                          

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