lunes, 4 de marzo de 2013

“¡Decir NO para poder decir SÍ!” (2ª. parte).




            Hacía referencia en la primera parte de este post a que la vida es dinámica. Nuestra existencia representa un viaje evolutivo, en el que vamos aprendiendo progresivamente, y para madurar hemos de ir atravesando diferentes etapas… donde todas ellas son necesarias. Cada una en su momento.  Es por eso que comprender y respetar las secuencias evolutivas resulta fundamental  para no acabar confundiendo la gimnasia con la magnesia y la velocidad con el tocino.


            Ocurre muchas veces que queremos ir demasiado deprisa y comenzamos la casa por el tejado. ¡Y lo primero es lo primero! ¡Y eso es la educación! Primero hemos de asimilar nuestra herencia cultural. El pasado hay que conocerlo y digerirlo. Es absurdo que uno intente partir de cero y tratar de hacerse completamente a sí mismo. ¿O acaso, para saber de números,  vas a intentar descubrir por tu cuenta las Matemáticas…? ¿Desde los ábacos primitivos hasta las ecuaciones exponenciales (por dejarlo ahí), vas a pretender recorrer tú sólo cinco mil años de historia…? ¡Absurdo!




            Nosotros, a diferencia de los animales, no tenemos porqué partir de cero. Cada persona que nace puede asentarse sobre los hombros de todos los hombres que le precedieron. ¡Eso permite la evolución de la Humanidad! Así que, primero: ¡Asimila!  A esto me refería  a la primera etapa de la obediencia, en el anterior  artículo.


            En la célebre alegoría de Nietzsche, en su obra: “Así habló Zaratustra”, correspondería al símbolo del camello, cargando con la clásica “joroba de la tradición” sobre su lomo. ¡No hay que rechazar antes de tiempo! ¡Hay tanto que asimilar! ¡Estamos de suerte! Podemos aprender de Sócrates, de Lao Tsé, de Buda, de Jesucristo, de Kabir, de Freud, de Jung, de Einstein… ¡De tantos y tantos…! Podemos encaramarnos hasta alturas elevadísimas… Contra más subamos, más lejos alcanzará nuestra mirada y más amplia será nuestra perspectiva.

            Pero todo ese banquete hay que digerirlo y hay que integrarlo para comenzar a descubrir nuestras propias capacidades. Nuestra propia inteligencia. Nuestra propia luz. En la alegoría de Nietzsche es cuando el camello se transforma en león. ¡Es cuando llega la hora de rugir!



            Como también dijera Osho, “en el transcurso de su desarrollo personal, llega un momento en que el león que hay en el hombre, ruge contra toda autoridad. El león comienza a hacer trizas el enorme monstruo conocido como: =¡No harás eso!=”


            Louise Hay, por su parte, anima decididamente a las mujeres que padecen cáncer a rebelarse. En palabras suyas: “Una de las cosas que recomiendo a las mujeres que tienen cáncer de mama es que aprendan a decir =NO= a todo, y las cosas empiezan a cambiar. Las mujeres necesitamos nutrirnos diciendo: =Deseo hacer esto y no lo que tú quieres que haga.=”



            Pero no se acaba aquí el tema. Convertirse en león está bien.  ¡Es necesario! ¡Pero no suficiente! Hay que seguir avanzando (“Lluny, hem d’anar més lluny. Més lluny de l’avuí qu’ara ens encadena”, cantaba Lluís Llach en su Viatge a Itaca). Rugir y rugir acabará por agotarnos, sin acabar de degustar la auténtica libertad. Rugir es solamente insurrección. Rebeldía. Seguir estando en contra no es realmente estar libre. En la metáfora de Nietzsche, el tercer símbolo es un niño pequeño. ¿Por qué? ¿A qué viene ahora un niño, un infante recien nacido…? Sencillamente, esa fue la forma que encontró Nietzsche para representar el estar libre del pasado. El estar centrado plenamente en el ahora… y totalmente abierto a lo que pueda deparar el futuro.


            La “segunda infancia” es la inocencia del sabio. Entonces, ya no se cede, fruto de la obediencia ciega, del miedo o de la debilidad. Ni se ofrece un pulso de resistencia, fruto de un Yo fuerte y embravecido. Sino que se concede, desde la comprensión y el amor. ¡Porque desde el amor se da! ¡Se acepta! ¡Se celebra!


            Porque entonces… ya todo ha sido integrado. Todo ha sido perdonado. Entonces se ve… que no hay nada que perdonar. El SÍ entonces es profundo. ¡TOTAL!

            ¡Y entonces… llega la paz!
            
 Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 



1 comentario:

  1. Que bien que viene releer estas entradas de vez en cuando Lauren. Muchas gracias, un abrazo.

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