Comentaba en la 1ª. parte
de este artículo (el post anterior), para introducir el tema de la
Fuerza de Voluntad, que según Gurdjieff “el
hombre no hace nada”, sino que son las propias cosas las que suceden por sí mismas, que todo viene derivado por “las fuerzas cósmicas”. Es por eso que cuando se me pregunta por el origen
incierto de los acontecimientos, a veces yo suelo responder: “Los planetas… los planetas.”
Y todo ello porque, a nivel estándar, la Fuerza de
Voluntad es casi una utopía, una lejana posibilidad, un bien difícilmente
alcanzable. Y esto por la sencilla razón de que, paradójicamente, aún no
tenemos desarrollada la propia fuerza de voluntad para lograrlo. Pero todavía
existe otra cosa en su contra; Lo más terrible: ¡Nuestra falaz ilusión de que
ya la poseemos! ¡Nuestra errónea convicción de que ya tenemos una voluntad y de
que, en consecuencia, somos libres…!
¡Pero la libertad hay que ganarla! ¡Todo en la Evolución
representa una conquista gradual, que hay que ir ganando paso a paso, palmo a
palmo… “Caminante, no hay camino, se hace
camino al andar. Golpe a golpe, verso a verso…”
¡Hasta
el alma hay que ganársela!, decía Gurdjieff. La ilusión de que ya
somos libres es la peor de las cárceles que nos mantiene atrapados, encerrados…
y acomodados, como en el mito de la
Caverna, de Platón. Por todo ello,
para que podamos tener alguna posibilidad de acceder a una auténtica
Fuerza de Voluntad, lo primero que hemos de descubrir y reconocer es que
nuestra “voluntad” se encuentra dividida y manejada por incontables hilos
invisibles…
A propósito del tema, recuerdo con viveza un pasaje de mi
infancia que se refiere a mi primera visita a un famoso parque de Atracciones
en la ciudad de Barcelona. Era a mediados de los 60 cuando inauguraron en la
capital catalana el celebrado parque del Montjuich. Desde el primer día no dejé
de reclamar a mis padres que me llevaran a aquel fabuloso recinto del que
anunciaban mil maravillas continuamente por la radio. Así que en cuestión de
algunas semanas de mi insistente demanda, conseguí que accedieran a mis deseos
y allí nos plantamos en una soleada tarde de domingo.
Por aquel entonces, en los tickets de entrada no se
incluían el derecho a subir a las atracciones, sino que había que ir comprando
las fichas individualmente, y mi padre me advirtió que podría subirme
únicamente en tres “cacharritos”. Yo elegí montarme en el Látigo, en una Montaña Rusa
infantil y para la tercera y última atracción, me pasé el resto de la tarde
escudriñando con extrema atención todos y cada uno de los “cacharritos” del
Parque, a fin de no equivocarme en la elección. ¡Y al final lo tuve bien claro:
Las barquitas!
“Cuando
el canal era un río, cuando el estanque era el mar…”
cantaba Serrat en su “Barquito de papel”.
Tal cual sentí yo en aquella soleada tarde dominical en la montaña de Monjuich:
aventurero audaz, navegando libre y feliz… manejando intrépidamente el timón de
mi barca por las subyugadoras aguas del Mississippi…
Unos cuantos años más tarde, entrada ya mi pubertad,
volvimos al parque para enseñárselo a unos familiares que visitaban la ciudad,
dando la coincidencia de que fuimos en un día laborable en que el recinto
permanecía cerrado por descanso del personal. Ya que estábamos allí, con las
bolsas de picnic en ristre, nos colamos y aprovechamos para pasearnos por el
recinto, completamente desierto, lo cual no dejaba de tener, también, un cierto encanto romántico… Me acordé de “mis
barquitas del Mississippi” y me fui a buscarlas (incluso me perdí de mis
familiares, sin reencontrarnos hasta el cabo de tres horas, en la estación del
funicular, con la ineludible bronca de rigor). ¡Pero encontré las barcas!
¡Desde luego! Pero eso sí: estaban
abandonadas y enmohecidas. Completamente en seco. Y por la profundidad
de aquel foso, la verdad es aquel estanque no debería albergar en sus buenos
tiempos mucho más de un par de palmos de agua…
Sin embargo, lo más desolador no fue eso. Lo más doloroso
fue descubrir que las barcas, en realidad, estaban enganchadas por unas poleas
a una cadena giratoria. El timón tan sólo hacía oscilar ligera y momentáneamente el rumbo de la
pequeña embarcación. ¡Mi navegación libre había sido tan solo un simple
simulacro! Aunque no se viera aparentemente, por debajo del agua, las barquitas
estaban encadenadas. ¡El itinerario ya estaba trazado y ninguna barca podía
salirse del rumbo establecido! ¡Y yo que me creía como John Foguerty, Rolling on the river…!
Desde ese día supe claramente que las apariencias engañan y que por todos
lados se extienden hilos invisibles, que hacen mover a las cosas sin que uno
llegue ni siquiera a sospecharlo…
Ya sé que es un tema indigesto… Y si no, que se lo
pregunten a Remedios Amaya. A la buena gitana le hicieron cantar aquello de “Quién maneja mi barca?" en el
festival de Eurovisión (cuando todavía la gente seguía aquel certamen). Y a
pesar de su brillante actuación se quedó con “CERO points” ¡En fin… Los planetas… los planetas!
(Continuará en el siguiente post.)
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
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