martes, 15 de abril de 2014

“El mapa no es el territorio” (2ª. Parte) (“Las cosas no son nada.”)



            Los conceptos con los que  intentamos describir la realidad no son rasgos de la realidad, sino invenciones del hombre, representaciones, creaciones de la mente. Evidentemente, cumplen una función de relevante importancia: representan nuestros esfuerzos por ir “despertándonos”, nuestros intentos por ir encontrando un orden a partir del caos confusional en nuestra balbuceante consciencia, nuestra Épica Transcendente por comprender  la Naturaleza, tras las huellas de nosotros mismos…


            Por mucho que lo repitamos, cuesta que nos cale en lo más hondo eso de que “el mapa no es el territorio” y seguimos confundiéndolos. Por poner algún ejemplo básico: con las palabras solemos hacer verdaderos juegos de magia y con ellas podemos separar lo que en realidad es absolutamente inseparable, así, pues, decimos: “compra” y también decimos “venta”, como si fueran dos cosas independientes, cuando en la realidad no existen las compras sin las ventas… y viceversa. Es decir: lo único que existe son las “compraventas” (si se quiere: “compra-ventas”). Tal vez este ejemplo parezca obvio e insípido, pero… ¿qué ocurre cuando se aplica la misma reflexión al placer y al dolor, al bien y al mal, al espacio y al tiempo… etc., etc., etc.?

            Analicemos un poco la última propuesta: por regla general, seguimos tomando los conceptos de “espacio” y de “tiempo” como atributos de la realidad y, al igual que los griegos de hace dos mil quinientos años, continuamos creyendo que la geometría forma parte de las propiedades de la Naturaleza, cuando no son más que construcciones de nuestro intelecto. Recordemos que a partir de Einstein, la Física moderna ha pulverizado la idea de un espacio tridimensional, independiente de los objetos que contiene, y en donde el tiempo fluyera también de forma independiente y uniforme. La teoría de la Relatividad ha demostrado con contundencia, y se ha confirmado incontablemente en los experimentos de alta tecnología, que el espacio no es tridimensional, así como que el tiempo no es, en absoluto, una constante independiente, sino que, por el contrario, los dos se encuentran indisolublemente relacionados. Por lo tanto, el espacio y el tiempo forman un continuum cuatridimensional, al que se le ha acabado por llamar “espacio-tiempo”.

            Todo esto nos resulta muy desconcertante, por la sencilla razón de que nuestros sentidos no saben captar directamente el espacio-tiempo de cuatro dimensiones y hemos de conformarnos con las simples evidencias teóricas de las matemáticas, o, a lo sumo, aceptando algunos de sus “reflejos” en el mundo tridimensional, como podría ser el hecho de que cuando miramos al sol, sepamos que estamos viendo el sol, sí, pero el sol de hace ocho minutos. El mismo tiempo que tarda la luz en viajar del sol hasta nosotros. Por idéntica cuestión, mirando a través de potentes telescopios observamos, en este momento, imágenes galácticas correspondientes a un pasado remoto, de hace millones de años.


            Otro “absurdo espacio-temporal” lo constituiría el enlentecimiento de los relojes en movimiento, que funcionan a ritmos diferentes. Ya saben: la célebre paradoja del hombre que viajara en una nave espacial a altísimas velocidades, y que al regresar a la Tierra quedaría asombrado por ser más joven que sus contemporáneos, y es que todos sus relojes se habrían ralentizado a causa del movimiento, con lo cual el tiempo se manifestaría de forma más lenta, con respecto a los relojes de la Tierra. En la práctica, el efecto del enlentecimiento del tiempo por el movimiento sólo lo hemos podido comprobar empíricamente en los experimentos con partículas, cuya vida media se dobla al sobrepasar el 80% de la velocidad de la luz, y se multiplica por siete al llegar al 99%. De hecho, para las partículas, su “tiempo” de vida seguiría siendo el mismo. Es solamente para el observador que está fuera del acelerador de partículas y que, por lo tanto, no está sometido a aquellas velocidades, para quién el “tiempo” de vida de las partículas en movimiento se habrían alargado.



            En la primera parte del artículo (el anterior post) decíamos que “Maya” es la ilusión de tomar los conceptos y representaciones por la misma realidad, la ilusión de confundir el mapa con el territorio. De igual manera, las ciencias naturales ni descubren ni explican la Naturaleza, como parecía creerse sólidamente, sino que, como diría Heisemberg, sólo “forman parte de la interacción existente entre la naturaleza y nosotros mismos”. Pues, aunque nos resulte difícil aceptarlo, no podemos ser simples observadores, sino que somos observadores participantes. Nuestra propia observación interviene, participa, contamina y condiciona aquello que estamos observando. Con todo ello resulta que, en realidad, no existe la “observación”, la cual es el pilar de la ciencia. Lo que existe es la “participación”, y esta es, precisamente, el pilar de la experiencia mística.

            Entre sujeto y objeto existe un continuum, lo cual imposibilita la separación completa entre el observador y lo observado. Este aspecto fue el que estuvo remarcando Krisnamurti, una y otra vez a lo largo de toda su obra, aunque yendo aún más allá, pues cuando la observación es profunda, a través de un estado meditativo… cuando se contempla así, el observador y lo observado… llegan a ser lo  mismo. El observador, el acto de observar y lo observado se fusionan.  Es el “momento cumbre” que describía Maslow… es la Conciencia de Unidad.

            También resulta muy interesante el recordar que en un nivel atómico y subatómico, los objetos sólidos desaparecen. Todo lo considerado “materia” por la física clásica se disuelve, reduciéndose a simples “patrones” de probabilidades”. Ni siquiera son “patrones de probabilidades de cosas”, sino “probabilidades de interconexiones”. Desde la visión cuántica, el Universo deja de ser un collage de objetos, para pasar a ser una impresionante telaraña cósmica de interrelaciones, a través de múltiples flujos de información. A fin de cuentas, viene a ser prácticamente lo mismo que expresara Sri Aurobindo, de forma mística, en su Síntesis del Yoga, donde llegó a dictaminar que “las cosas derivan su ser y su naturaleza de su interdependencia mutua y en sí mismas… no son nada.

Escrito por Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-           Tel. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

1 comentario:

  1. Este articulo lo encuentro muy dificil y seguro que sera fascinante si algun dia consigo entenderlo
    Sonia

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