lunes, 9 de diciembre de 2013

“El invierno y el mundo interior”



        
         ¡Ya tenemos el invierno encima! Desde donde escribo, en la Península Ibérica, este año el invierno se nos ha precipitado, cabalgando impetuoso sobre un otoño escueto y minimalista que ha preferido pasar desapercibido. En cambio, Don Invierno, adelantándose sin remilgos al calendario oficial, ya ha hecho su entrada dejando bien patente sus señas de identidad: ventiscas, nieve, oscuridad y frio.

         Es cierto que ante tal carta de presentación, uno no se predisponga demasiado a lanzarse a sus gélidos brazos ni a aceptarlo con agrado… No estoy pensando, precisamente, en aquellos que andan impacientes, esperando con avidez a que abran las estaciones de esquí alpino, para fugarse vertiginosamente por aquellas lúdicas montañas blancas. Ni en los que aprovechan las ofertas turísticas para refugiarse en cruceros glamurosos a bajo precio; o, incluso, en los expertos en marear la perdiz, con escapadas pseudohibernales a paraísos tropicales u otros rincones del planeta con climas benignos…




         Digo que para los que solemos continuar en nuestro sitio, el invierno nos azota y sigue haciéndose  notar, a pesar del gran confort con el que sobrellevamos nuestras vidas postmodernas, pero no por ello habríamos de darle la espalda y tratar de rehuirlo. Por el contrario, la clave de la existencia está, precisamente, en saber integrarla por completo. La vida es para experimentarla tal como nos va llegando, con sus gozos y sus sombras, con todos sus matices… y no habríamos de rechazar ninguno.

         El curso y la alternancia de las estaciones de año también, a nivel psicológico, poseen una gran importancia. De entrada, la importancia de saber adecuarnos a los ritmos naturales, a los ritmos solares y lunares. La importancia de descubrir los momentos más adecuados para cada cosa, la de saber respetar los tiempos, la de aceptar los cambios… la de fluir con el Tao…




         El Invierno, por su parte, representa la fase de introspección: los poderes del Mundo Interior. Es el momento de frenar el ritmo de la vida, de retirar las energías de lo mundano para enfocarse en lo espiritual. Es momento de ralentizar. Momento para el recogimiento, para el descanso y la conciencia. Pues el invierno es un tiempo muy sensible, orientado hacia lo interno. Es el apropiado para asumir una situación de búsqueda y reflexión: Ideal para repasar nuestra intención y preparar nuevos proyectos... Sin prisas. Pues es un tiempo de espera. De paciencia y de incubación.




         En el hemisferio norte, los comienzos del invierno coincide con el final del año astronómico, con lo que nos invita, además, a un trabajo de Recapitulación y Desapego. Recapitulación del año vivido: una memoria introspectiva para reelaborar los fracasos y decepciones, para tomar todas esas situaciones como experiencias de vida, que van forjando nuestra  tolerancia y nuestra resiliencia. Una introspección profunda con la cual practicaremos la flexibilidad y el desapego, para desarrollar, así, nuestra capacidad de perdonar.

         Rudolf Esteiner llegó a escribir que esta introspección alcanza a tomar su máxima expresión, incluso a nivel cósmico y metafísico, en el periodo conocido como “las doce noches santas” (25 diciembre – 6 enero), pues durante ese tiempo, postulaba el filósofo austríaco, fundador de la antroposofía, el propio planeta reflexiona: “la Tierra rememora con la mayor intensidad lo que Ella misma ha vivido” durante ese año. Pues “un Portal Cósmico”, insistía Esteiner, se abre, literalmente, en esta época del año.

         Es un tiempo, en definitiva, para meditar. Para soltar y hacer limpieza interior. Para cultivar el silencio. Para los cantos gregorianos y para Vivaldi…



         El Invierno estaba consagrado en la antigüedad, sabia e intuitivamente, a la diosa Hestia: la diosa del Mundo Interior. La diosa del Hogar: el Fuego Sagrado. Reminiscencias que nos hablan del carbón encendido y de la “llar de foc”. Es el tiempo ideal para meterse en la cocina y disfrutarla, para después compartir y celebrar, con agradecimiento consciente, la comida ritual con familiares y amigos. Y vivirla con recogimiento y serena alegría…

      Pues no será cosa sin fundamento el que la alegría serena constituya, exactamente, el alimento emocional del Invierno.

Escrito por:Lauren Sangall. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-      T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 

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