miércoles, 3 de octubre de 2012

En busca del Tesoro.” (2ª. Parte.) ("Todo el mundo busca lo mismo.")




Si total son cuatro días, para qué vas a exprimirte el limón…” cantaban con ironía “El Último de la Fila”, pero seguiría dando igual si en vez de “cuatro días” fueran tan sólo dos. ¡Es condición humana! Aunque pueda no parecerlo, incluso los despistados y los “pasotas”, hasta los más tranquilones e indolentes andan tras las huellas de El Dorado. Aunque, eso sí: a su flemática manera.

En definitiva, todos nos encontramos embarcados en el mismo Viaje, todos andamos metidos hasta el cuello en lo que resulta ser una grandiosa cruzada… una Odisea cósmica… (la Vida). Y en ella, todos vamos –cada uno a nuestra manera- en Busca del Tesoro. ¡Incluso sin darnos cuenta! Es por ello que escribí en el anterior post que “todos somos buscadores.”



      En cualquier caso, igual que se pronunciara Aristóteles hace veinticinco siglos,  podríamos decir que todo hombre busca la felicidad”. Sin embargo, circunscribir la  felicidad a una  forma concreta puede que se trate de una auténtica misión imposible. El propio discípulo de Platón ya nos puso en sobreaviso de esta dificultad y así lo hizo constar en las lecciones de Ética que escribió para  su hijo, Nicómaco: “... el nombre todos lo conocen, tanto el vulgo como los principales, dicen ser la felicidad el sumo bien; pero en cuanto al entender qué cosa es la felicidad, hay diversos pareceres, y el vulgo y los sabios no lo determinan de una misma manera. (...) Y aún muchas veces a un mismo hombre le parece que consiste en varias cosas, como al enfermo en la salud, al pobre en las riquezas ...”





“Cada loco con su tema”, recordaba en la primera parte de este artículo y es que, al fin de cuentas, como reza otro célebre dicho: “Todos los caminos conducen a Roma”. Una buena metáfora para poder aceptar la existencia de las incontables rutas del ser humano,  pero que tras perderse por los infinitos laberintos mundanos… habrán de acabar convergiendo en una única meta común…




Existe un precioso sutra, un texto sobre una historia de Sidharta Gautama, el Buda. Es un relato muy hermoso y que puede venir bastante al caso de este tema. Explica que un día un hombre se dirigió, por la mañana temprano, a donde estaba el Buda con sus discípulos, para realizarle una consulta de máxima importancia para él. Este hombre era una persona muy religiosa y creyente, así que la pregunta que formuló a Buda fue la siguiente:

        -Maestro: ¿Verdad que Dios existe?
        -Claro que sí- respondió el iluminado.
  -¡Gracias, gracias, Maestro!- contestó el hombre creyente, inmensamente  satisfecho, mientras  marchaba.

         A eso del mediodía, acudió  otro hombre para realizar, también, su consulta. Pero este, por el contrario, era un hombre completamente ateo.

       -¿Maestro: ¿Verdad que no existe ningún Dios?
       -Desde luego que no- fue la respuesta que dio esta vez Buda.
       -¡Lo sabía! ¡Lo sabía!- dijo el hombre ateo, excitado y contento mientras marchaba agradecido.

          Por último, hacia el anochecer llegó un tercer hombre para escuchar que le podía decir Buda sobre la que era su mayor preocupación. Ahora se trataba de un hombre agnóstico, aguijoneado constantemente por la duda.

       -Maestro: ¿Tal vez… pudiera ser que, por ventura, Dios… llegara a existir?- formuló con titubeos el agnóstico cavilador.

        -Esa es una pregunta cuya respuesta sólo puedes encontrarla dentro de ti. Mira atentamente hacia adentro y conseguirás hallarla en tu interior- fue la contestación de Buda para esta ocasión.
       -¡Está claro, Maestro, está claro!- reconoció el hombre agnóstico. Y dando un millón de gracias marchó pensativo.

            Mientras tanto, los discípulos de Buda, que habían seguido las tres escenas, sin perderse detalle,  a estas alturas estaban más que perplejos y desconcertados. Se hubieran estirado de los pelos de no llevarlos rapados, pues no daban crédito a lo que habían venido escuchando, a lo largo del día, de los labios de su maestro,  ya que consideraban que éste se estaba contradiciendo sin parar. Finalmente, Ananda, el discípulo de mayor confianza, se dirigió a Buda y se atrevió a formularle:
       -Maestro: perdonad mi cuestionamiento, pero me siento confundido al escuchar las diferentes respuestas que le habéis dado a cada uno de esos hombres.

       -¡Ananda! ¿Qué hacías escuchando todas aquellas palabras?- le reprendió Buda- ¡Aquellas palabras no fueron pronunciadas para tus oídos!  (Ahí ya va, de entrada,  una gran lección)

       -Os ruego que me perdonéis de nuevo, Maestro.- se disculpó el discípulo- Pero aún me gustaría que me ayudarais a deshacer mi confusión.

       -Está bien.-accedió Buda- La cuestión que me planteas es bien fácil. No sentirías ninguna perplejidad si vieras, con total certeza, el hecho de que todo el mundo está buscando exactamente lo mismo.

       -¿Entonces… que queréis decir, Maestro?

       -Pues sencillamente eso: que cada hombre anda buscando lo divino, lo único que ocurre es que cada ser humano… lo anda buscando desde su propio camino.


 Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-     
 T. 93 751 63 54      e-mail: laurensangall@gmail.com 



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