viernes, 20 de enero de 2012

"Los sonidos del silencio." (1ª: parte)


 Desde lo más profundo de una noche serena, cuajada de estrellas, van brotando... como una fuente… ¡Permanezcan  atentos y de repente… percibirán que empiezan a fluir…! ¡Ahí están! ¿Pueden oírlos…? ¡Son los sonidos del silencio!



            La Revolución Industrial indujo a los avances del progreso y nos catapultó tecnológicamente hacia la Modernidad. Sin embargo, también hemos de admitir que, entre otros “efectos colaterales”, trajo el distanciamiento de algo esencial y fundamental: el  silencio de fondo. La Era de los motores ha propagado por doquier la contaminación acústica de forma aberrante.


         Nuestra sociedad vive inmersa en el ruido, inundada por una sonoridad inarmónica y disonante que penetra a todas horas, de forma omnipresente, “taladrando” los cerebros y embotando nuestras mentes, sin que ya, a penas, nos demos cuenta.

            Hemos creado una cultura que imposibilita el silencio y que, incluso, mercantiliza la disonancia acústica, vinculando, frívolamente, el ruido a cualquier aspecto de la vida, infiltrándose en todas las áreas: privada, pública, social, laboral…



       Por otra parte, bien se sabe que la exposición prolongada al ruido está relacionada con la inducción de estrés y con el desencadenamiento de múltiples trastornos psicosomáticos, como fatiga, cefaleas, insomnio, lumbalgias, hipertensión, gastritis, impotencia, malestar general, etc.



           Recordemos también que, aparte del dolor, tan sólo se han encontrado dos estímulos incondicionados auténticos,  relacionados con el  miedo, es decir: que universalmente produce una reacción aversiva, de espanto. Estos dos estímulos son:  la pérdida súbita de equilibrio y el ruido intenso.




Conclusión: que el ruido representa un estímulo aversivo puro, por naturaleza.


Aún así, nuestras ciudades nos someten al fragor intenso de un tráfico ensordecedor, a la intrusión imprevista e intermitente de claxons, alarmas, sirenas y todo tipo de pitidos agresivos.


Los sistemas de megafonía de la mayoría de los lugares y transportes públicos, nos obliga a soportar, reiteradamente, toda clase de impactos auditivos y repetidos mensajes con voces deformadas y discordantes… como una “gota china”… como una “rueda sin fin”…



            Todo ello representa una interferencia artificial, innecesaria  y nociva, con la que se invade y se agrede una relación imprescindible: nuestra conexión íntima con la naturaleza silente: con los sonidos del silencio.
            Sería bueno tomar conciencia y contribuir a la disminución de los niveles de ruido en las ciudades, en los lugares de trabajo y de descanso…




Practicar  el leer  en silencio y completa quietud, sin prisas, permitiéndonos entrar en la lectura… sin ningún esfuerzo… Dejarnos envolver por el silencio activo de las grandes bibliotecas… Recuperar el silencio profundo y reverencial de los grandes templos… 




      Además...  el silencio es necesario  para aprender a oír  la sutil voz de la intuición... La que nos invita a tomar una nueva senda, a hacer algo nuevo, a decidirnos a lanzarnos en tal o cual dirección…



            Escuchar en silencio es una participación activa en el mundo. Simplemente el callar ya es una gran ayuda para la madurez psicológica. Disfrutar del silencio, de forma voluntaria, nos invita a viajar hacia lo profundo y nos ayuda a madurar.



La práctica del silencio nos permite oír los sonidos sutiles que vibran en el ambiente, mientras que la agitada vida que promueve nuestra sociedad apresurada, sofoca y ahoga, con su estruendo, la música del mundo.




Desde una habitación en calma, podemos cerrar los ojos y oír el tic-tac de un reloj… Quizá, también, los crujidos de las tuberías de la calefacción… o el suave zumbido de las aspas de un ventilador… Entonces... todo parece ralentizarse…


... ... mientras… afuera… se oye ladrar un perro en la lejanía… Resuenan los pasos de alguien que se acerca… que pasa… que se aleja… Cierran una persiana…  campanas lejanas llamando al ángelus… murmullos… un niño llora… … y  nuevamente…. un Silencio vivo que lo envuelve todo…



Con la naturaleza, la gama de experiencias se expande, resultando prácticamente infinita: el sonido del agua… el gorjeo de una fuente desde umbríos rincones de unos jardines… el de un arroyo en la montaña, un riachuelo entre las piedras… el rumor de una cascada… el batir de las olas… o el ulular del viento… o el crepitar del fuego… o el canto de los pájaros… en el bosque… al pisar las hojas secas, de finales de otoño… el repiqueteo de las gotas de lluvia…




Contemplar la lluvia en plena naturaleza es una sinfonía viva. No es difícil presentir como el prado ríe… los árboles cantan… la yerba se estremece excitada… y las hojas tiemblan de emoción… Contemplar llover en el campo es una experiencia sanadora. Nos invita a mirar a lo alto y a abrir los brazos, al igual que la madre Tierra está abriendo su seno al padre Cielo. Escuchar la lluvia, en silencio, es un pasadizo subrepticio que nos conduce a reencontrar el encantamiento de la existencia.





Cuando contemplamos la naturaleza, en silencio, percibimos su quietud… y nosotros mismos nos aquietamos. A través del silencio nos sentimos unidos a aquello que estamos percibiendo.





Los sonidos del silencio son las voces que consiguen encantar al mundo… por lo que resulta imprescindible estar atentos a ellos, para poder vivir en un mundo encantado...


                             (Continua en el siguiente post.)

3 comentarios:

  1. Es pot considerar multitud de persones parlant al mateix temps en un lloc tancat (encara que no es dirigeixin a tu) com 'soroll' o estaríem entrant en un altre tema?

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  2. Gran "soroll", desde luego, Tulsa.
    Superar el ruido del que hablas constituye una de las pruebas más duras para el "heroe".
    Saludos.

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  3. Pensava la resposta seria: no. Ummm....
    Gràcies i salut.

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