Si
total son cuatro días, para qué vas a exprimirte el limón…” cantaban
con ironía “El Último de la Fila”, pero seguiría dando igual si en
vez de “cuatro días” fueran tan sólo dos. ¡Es condición humana! Aunque
pueda no parecerlo, incluso los despistados y los “pasotas”, hasta los
más tranquilones e indolentes andan tras las huellas de El Dorado.
Aunque, eso sí: a su flemática manera.
En
definitiva, todos nos encontramos embarcados en el mismo Viaje, todos andamos
metidos hasta el cuello en lo que resulta ser una grandiosa cruzada… una Odisea
cósmica… (la Vida). Y en ella, todos vamos –cada uno a nuestra manera- en
Busca del Tesoro. ¡Incluso sin darnos cuenta! Es por ello que escribí en el
anterior post que “todos somos buscadores.”
En
cualquier caso, igual que se pronunciara Aristóteles hace veinticinco
siglos, podríamos decir que “todo hombre busca
la felicidad”. Sin embargo, circunscribir la felicidad a
una forma concreta puede que se trate de una auténtica
misión imposible. El propio discípulo de Platón ya nos puso en sobreaviso de
esta dificultad y así lo hizo constar en las lecciones de Ética que
escribió para su hijo, Nicómaco: “... el nombre todos lo
conocen, tanto el vulgo como los principales, dicen ser la felicidad el sumo
bien; pero en cuanto al entender qué cosa es la felicidad, hay diversos
pareceres, y el vulgo y los sabios no lo determinan de una misma manera. (...)
Y aún muchas veces a un mismo hombre le parece que consiste en varias cosas,
como al enfermo en la salud, al pobre en las riquezas ...”
“Cada
loco con su tema”, recordaba en la primera parte de
este artículo y es que, al fin de cuentas, como reza otro célebre dicho: “Todos
los caminos conducen a Roma”. Una buena metáfora para poder aceptar la
existencia de las incontables rutas del ser humano, pero que tras
perderse por los infinitos laberintos mundanos… habrán de acabar convergiendo
en una única meta común…
Existe un precioso sutra, un texto
sobre una historia de Sidharta Gautama, el Buda. Es un relato muy hermoso y que
puede venir bastante al caso de este tema. Explica que un día un hombre se
dirigió, por la mañana temprano, a donde estaba el Buda con sus discípulos,
para realizarle una consulta de máxima importancia para él. Este hombre era una
persona muy religiosa y creyente, así que la pregunta que formuló a Buda fue la
siguiente:
-Maestro:
¿Verdad que Dios existe?
-Claro
que sí- respondió el
iluminado.
-¡Gracias, gracias, Maestro!- contestó el hombre creyente, inmensamente satisfecho, mientras marchaba.
-¡Gracias, gracias, Maestro!- contestó el hombre creyente, inmensamente satisfecho, mientras marchaba.
A
eso del mediodía, acudió otro hombre para realizar, también, su
consulta. Pero este, por el contrario, era un hombre completamente ateo.
-¿Maestro:
¿Verdad que no existe ningún Dios?
-Desde
luego que no- fue
la respuesta que dio esta vez Buda.
-¡Lo
sabía! ¡Lo sabía!- dijo
el hombre ateo, excitado y contento mientras marchaba agradecido.
Por
último, hacia el anochecer llegó un tercer hombre para escuchar que le podía
decir Buda sobre la que era su mayor preocupación. Ahora se trataba de un
hombre agnóstico, aguijoneado constantemente por la duda.
-Maestro:
¿Tal vez… pudiera ser que, por ventura, Dios… llegara a existir?- formuló
con titubeos el agnóstico cavilador.
-Esa
es una pregunta cuya respuesta sólo puedes encontrarla dentro de ti. Mira
atentamente hacia adentro y conseguirás hallarla en tu interior- fue la contestación de Buda para esta
ocasión.
-¡Está
claro, Maestro, está claro!- reconoció el hombre agnóstico. Y dando un millón de
gracias marchó pensativo.
Mientras
tanto, los discípulos de Buda, que habían seguido las tres escenas, sin
perderse detalle, a estas alturas estaban más que perplejos y
desconcertados. Se hubieran estirado de los pelos de no llevarlos rapados, pues
no daban crédito a lo que habían venido escuchando, a lo largo del día, de los
labios de su maestro, ya que consideraban que éste se estaba contradiciendo
sin parar. Finalmente, Ananda, el discípulo de mayor confianza, se dirigió a
Buda y se atrevió a formularle:
-Maestro:
perdonad mi cuestionamiento, pero me siento confundido al escuchar las
diferentes respuestas que le habéis dado a cada uno de esos hombres.
-¡Ananda!
¿Qué hacías escuchando todas aquellas palabras?- le reprendió Buda- ¡Aquellas
palabras no fueron pronunciadas para tus oídos! (Ahí ya va, de entrada, una gran lección)
-Os
ruego que me perdonéis de nuevo, Maestro.- se disculpó el discípulo- Pero
aún me gustaría que me ayudarais a deshacer mi confusión.
-Está
bien.-accedió Buda- La
cuestión que me planteas es bien fácil. No sentirías ninguna perplejidad si
vieras, con total certeza, el hecho de que todo el mundo está buscando
exactamente lo mismo.
-¿Entonces…
que queréis decir, Maestro?
-Pues
sencillamente eso: que cada hombre anda buscando lo divino, lo único que ocurre
es que cada ser humano… lo anda buscando desde su propio camino.
Escrito por:Lauren Sangall Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Premia de Mar -Barcelona-
T. 93 751 63 54 e-mail: laurensangall@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario